Los procesos de paz han fracasado porque no han desactivado las múltiples causas de la guerra. Desde la creación del Frente Nacional, hasta hoy, se han profundizado las brechas de la desigualdad, por ejemplo. No es gratuito que el escepticismo se transforme en abstención y, menos aún, que para un sector de colombianos, dominados por el fanatismo, la respuesta sea la barbarie. Durante ocho años un gobierno apeló a esa práctica y los resultados agudizaron la crisis humanitaria.
Quienes señalan que la paz de Santos es la “paz con impunidad” se equivocan, porque parten de un supuesto falso y totalitario. En el siglo XVIII Edmund Burke advirtió sobre la falsa noción de la perfectibilidad del hombre y por tanto la existencia de un mundo perfecto. Los que buscan la paz sin tachas engañan a los demás, más aún cuando esa tesis se ha traducido en la persecución a las opiniones contrarias. De esta filosofía bebió el nacionalsocialismo en Alemania y ya todos sabemos que pasó.
Bajo este molde, sembrado por los regeneradores de finales del siglo XIX, las élites políticas y económicas excluyeron de su agenda el pluralismo y la diversidad, instaurando un orden hegemónico y pariendo las diversas violencias que de ahí en adelante nos han devorado. Desde entonces se apropiaron de la riqueza, fundaron partidos, atenazaron el poder y diseñaron instituciones a su favor. Apelaron a la violencia para sofocar a los inconformes y diferentes.
Los amagos reformistas de López Pumarejo (1938) y Lleras Restrepo (1968) abortaron porque pudo más la reacción política y armada de los grandes propietarios, el corporativismo y, finalmente, el miedo a la democracia, como argumenta el profesor Marco Palacios. Entre el Pacto del Chicoral (1973) y el Pacto de Santafé de Ralito (2003) no solo hay treinta años de diferencia. Lo que ha persistido es el escamoteo histórico a las posibilidades de democratización del poder y socialización de la riqueza. Ese es el problema.
En medio de este contexto solo cabe preguntarse si entre abstencionistas y quienes votaron en blanco para la primera vuelta presidencial reside la reserva democrática de la nación. Esa misma que no comulga con un futuro antidemocrático bajo la ilegalidad, la guerra y las amenazas, pero que potencialmente se expresa alrededor de la construcción de una paz con los apellidos de la justicia social, la inclusión, la dignidad, la reconciliación y el pluralismo. Si no es así, Colombia no tendrá futuro. No es Santos el que pierde, son las miles de víctimas, entre viudas, huérfanos, mutilados y desplazados del conflicto. No son solo hoy los enemigos de la paz, los del futuro son peores. Son los mismos de nuestro macabro pasado.