En la localidad de Kennedy, al suroccidente de Bogotá, se encuentra Corabastos, la central de abastecimiento de alimentos más grande de Colombia. Mide 420.000 metros cuadrados y cuenta con cerca de 57 bodegas en las que se comercializan las más de 12.400 toneladas de papa, plátano, zanahoria, mazorca, cebolla, arveja, frutas, granos, huevos, productos cárnicos, entre otros alimentos que llegan de todo el país, especialmente desde Cundinamarca, Boyacá y el Meta, para garantizarle la alimentación a toda Bogotá y otras centrales del país.
Desde hace siete años, Elena Almario llega a las tres de madrugada a la Central de Abastos. Ingresa por la puerta 6, una frontera entre Corabastos y la afamada calle “El cartuchito”, donde las mafias son la ley. Aunque el trabajo como cotera solo va hasta el mediodía, su jornada a esa hora apenas comienza, pues al salir de la Central debe dirigirse a su otro trabajo como empleada doméstica en un almacén del barrio Patio Bonito.
A Elena no le tiemblan las piernas para pedalear en su bicicleta, cuando todo aún es oscuro, desde su casa en el barrio El Amparo, también de la localidad de Kennedy. Tendrá que cambiar sus hábitos por la cuarentena, pero espera no dejar de trabajar en Corabastos.
Maquillada y con las manos perfectamente arregladas, Elena Almario sorprende cuando comienza a levantar bultos en la Central de Abastos.
A veces le dicen zorrera o bultera, pero ella se identifica como cotera, una de las pocas mujeres que se dedican a esta labor tradicionalmente desarrollada por hombres. Y, contrario a lo que pueda imaginarse, es una mujer delicada, dulce y de voz suave.
Todos los días “desarruma” los cientos de bultos de papa, verdura, fruta y hortalizas que llegan a Corabastos, la central que distribuye los productos a cerca de 10 millones de personas.
Un bulto de naranja, por ejemplo, cuesta unos 48 mil pesos y puede pesar 50 kilos, lo que equivale al peso promedio de un adolescente. Esto no asusta a doña Elena, por el contrario, se emociona cuando le avisan que llegó una carga. Por cada pesado bulto recibe aproximadamente 300 pesos. Cuenta que los días en los que mejor le ha ido, ha recibido hasta 100 mil pesos, pero también son muy comunes las jornadas en las que gana 3 mil por un día de trabajo, una cifra que contrasta con los más de 24 mil millones de pesos que se venden diariamente en Abastos, unos 2 millones por cada tonelada de alimentos.
Elena nunca ha sentido discriminación alguna por ser mujer en “un trabajo de hombres”; por el contrario, recibe admiración y hasta cumplidos por su tenacidad. Aclara que, por supuesto, se necesita un carácter fuerte para mantenerse en ese medio.
Lo que sí acongoja a Elena es el desperdicio de comida que ve día a día, una cifra que puede llegar hasta las 5 toneladas de productos en perfecto estado que terminan desechados. Aunque algunas personas son conscientes de ello y madrugan cada día a recoger alimentos aprovechables que se encuentran en los contenedores de basura.
Por encima de la dificultad de su trabajo, Elena no duda cada mañana en levantarse para ponerse al hombro los cientos de bultos que mueve de un lado a otro. Después de 7 años en esta labor, se ha abierto un camino con berraquera en un lugar cooptado tradicionalmente por hombres.