Cuando conocí a Salud Hernández-Mora tenía toda la prevención del mundo. Iba a presentarle su libro Acorralada un potente relato sobre una mujer que fue secuestrada y chantajeada durante años por las Farc. Sus posiciones en redes sociales y en columnas de opinión no podían estar más alejadas de mi anarquismo sicotrópico. Apenas la vi supe que era de las mías: descarnada, frentera, sin ninguna intención de agradar pero encantadora. Claro que congeniamos de una. Salud tiene esa particularidad que la convierte en una gran periodista: el interés por el otro, saber escuchar. Desde entonces no necesitamos vernos mucho para saber que somos amigos.
Tengo otros amigos que la detestan. Me esfuerzo en recalcarles que ella no es uribista, que ha atacado y cuestionado varias veces al expresidente. Les cuento incluso una discusión que presencié a finales del 2014, cuando todavía era socialmente bien visto prenderle veladoras al Gran Colombiano: la española se le reía en la cara a Paloma Valencia cuando esta propuso organizar una marcha para defender al expresidente de los ataques de sus enemigos. Incluso en esta coyuntura escribió un trino muy fuerte contra la probada incompetencia de Duque
Igual, mis amigos no me creen. Ya saben, las tres sectas más cerradas del país son los Testigos de Jehová, los uribistas y los petristas. No creen tampoco algo tan fácil de comprobar: Salud conoce la región como nadie. Desde La Gabarra al Nudo de Paramillo, pasando por los Montes de María y el alto Baudó. Hace dos años, por ejemplo, contrajo Chinkunkuña en La Guajira. Por esa misma época fue secuestrada por el ELN en Convención, Norte de Santander. En una reunión convocada por esa guerrilla en la plaza central de ese pueblo Salud les cantó la tabla. Se la llevaron, una semana antes les había dicho “ratas humanas”. Muchos creímos que no la volveríamos a ver. Pero ella es invencible, eterna como los cerros de Bogotá.
En los últimos días la xenofobia, la incapacidad de aceptar al otro, han hecho que los ataques a Salud se extremen. Ella no le hace caso a nada, pero la gente que la rodea está preocupada. Los insultos en la calle han aumentado, en redes se cuentan por miles los que le desean la muerte, el exilio perpetuo. Es duro ser un provocador en Colombia, país en donde está prohibido el humor negro. Salud si se quisiera devolver a España lo haría. En el Mundo de Madrid es un referente. Si está acá es por esa adicción a la adrenalina. Ese es el gran pecado de Salud, las ganas de sentirse siempre en peligro.
Ya quisieran mis amigos periodistas de izquierda tener la valentía de Salud. Ojalá sus botas hubieran probado una mínima parte del barro que ha recogido. No importa lo que piense, ni los callos que pise, la voz de Salud es necesaria. Dejen ya la paranoia del colonialismo, Salud pudo haber nacido en España pero conoce este país como nadie y se la ha jugado. Lamentable que algunos faros morales crean que sólo el que alabe a Petro es un buen periodista.
Igual no necesito escribir esta columna para saber lo que ya es una certeza: a Salud no la calla nadie.