Desde que tengo memoria he escuchado a los colombianos ufanarse del gran pueblo que somos, de lo berracos que fuimos hechos y de lo orgullosos que debemos estar de haber nacido en este país.
Pues bien, ha llegado el momento y la hora de demostrarnos a nosotros mismos y al mundo entero que esos sentimientos de orgullo y patriotismo son genuinos y no simples fantochadas emocionales, o un mendaz patrioterismo folclórico.
Nos enfrentamos al mayor desafío de nuestra ya de por sí convulsa historia. Este es el momento de comprobar la verdadera madera de la que estamos hechos y exteriorizar con determinación lo mejor de nosotros mismos, como individuos, como colectivo y como sociedad.
Es el momento de la templanza, de la disciplina, de la responsabilidad, de la generosidad y de la solidaridad. Es el momento de hacernos conscientes de que el individualismo exacerbado o la egocéntrica irresponsabilidad derivarían en un único y sombrío camino: sucumbir ante la implacable frialdad de la pandemia.
Es el momento de por fin creernos lo grandes y fuertes que somos, pero en términos de grandeza de alma y fortaleza mental y emocional, y, por sobre todas las cosas, actuar en consecuencia.
Ahora, más que nunca antes, debemos hacernos conscientes de nuestra mortalidad y fragilidad, de que todo en esta vida es fugaz y prestado, y que al final lo único que importa es la huella que hayamos dejado en el mundo, en nuestro mundo (por muy pequeño o irrelevante que pensemos que sea) y en el corazón de nuestros seres amados.
Ahora más que nunca, pese al aislamiento obligado y sabio con el que debemos encarar a este enemigo silencioso, es tiempo de asumir la verdad entrañable de que aquí —de alguna forma insondable y extraña que acaso únicamente el creador puede comprender— todos terminamos siendo "uno".
Estamos ante el desafío de nuestras vidas, y es inexorable que después de esta pandemia (porque sí habrá un después!) el mundo y la humanidad —tal y como los hemos conocido— ya no volverán a ser los mismos...
Personalmente, siempre he sido abiertamente escéptico sobre la viabilidad y la capacidad de este país y de nuestra sociedad de transformarse radicalmente y salir avantes de tantas falencias, dogmas y problemáticas que nos aquejan estructuralmente, empero, aún para escépticos aparentemente irredimibles como yo, ha llegado la hora de la verdad, de la certeza y de la confianza, en mí, en los míos y en nuestros compatriotas.