De miedos y adhesiones: Santos y la izquierda

De miedos y adhesiones: Santos y la izquierda

Por: María Clara Torres[i] y Alejandro Sánchez Lopera[ii]
junio 06, 2014
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De miedos y adhesiones: Santos y la izquierda
Imagen Nota Ciudadana

En la elección presidencial de 2014, la élite institucionalista se apresta a contener al uribismo para afianzarse en el poder. El engendro antidemocrático hizo la tarea encomendada pero ha cobrado tal fuerza y autonomía, que reclama para sí el derecho a gobernar. Representa ahora no sólo una amenaza para la oposición, sino también para la supervivencia y la reproducción de la clase política tradicional. Ello obliga a la vieja dirigencia a recomponer sus alianzas, a retomar el control perdido sobre la maquinaria política y a buscar nuevas adhesiones.

En la competencia, Juan Manuel Santos marca una distancia con su rival. Cesa la persecución contra la izquierda y las organizaciones sociales, y opta más bien por movilizarlas a su favor. Con aplausos y palmaditas en la espalda, deja también en claro una amenaza velada: sin su activa adhesión ellas serían responsables del triunfo uribista, lo cual echaría al traste la oportunidad de conseguir la paz. Así las cosas, gran parte de la izquierda y de la movilización por la paz asumen como propia la tarea de contener al enemigo común. Mientras tanto, el sector de la izquierda que no adhiere a Santos es reprimido moralmente con severidad, en especial por sus copartidarios.

A un segundo plano pasa entonces la inmensa responsabilidad que el santismo tiene en la promoción y consolidación del proyecto de ultra derecha. Elude las responsabilidades de su participación en los dos gobiernos de Álvaro Uribe, que tan buenos réditos electorales dieron en la contienda presidencial de 2010. Queda libre de toda culpa y listo para seguir gobernando el país.

Ahora bien, votar por la paz que ofrece Santos, es también refrendar sus políticas sociales, ambientales y económicas de corte neoliberal. Por eso lo que hizo la izquierda –con notables excepciones– fue más que una coalición, una adhesión. Respaldar a Santos es, además, darle el espaldarazo a décadas de gobiernos elitistas y excluyentes. La izquierda no concertó, no negoció, ni acordó nada a cambio de respaldar a Santos. Con dos millones de votos en la primera vuelta presidencial y años de trabajo por la paz de muchos de sus integrantes, hubiera podido hacerlo.

El otro lado del espectro político sí lo hizo: de ahí el acuerdo entre Oscar Iván Zuluaga y Marta Lucía Ramírez, quien también sacó dos millones de votos. Por lo menos en el papel, es a raíz de la alianza con un sector de los conservadores que empieza el viraje de Zuluaga y el uribismo con respecto a los diálogos en La Habana. Negociar y formar alianzas hace parte de la política profesional. Por lo mismo, ¿no debería ser la izquierda la que pactara y exigiera a Santos alguna negociación en la que ambas partes ceden, en vez de simplemente adherir a su proyecto? Por ahora, el chantaje moral sobre buena parte de la izquierda está funcionando ya que ésta consintió. Actuó como un individuo atomizado que refrenda un programa de campaña y no como una colectividad que cuenta con su propio capital electoral. Partiendo de la urgencia de poner fin a la guerra, queda en el aire una pregunta: ¿estaríamos transitando hacia la pacificación de la política con reformas neoliberales, es decir, un neoliberalismo pacificado?

 

 

[i]Politóloga. Candidata a PhD en historia de la Universidad Estatal de Nueva York.

[ii]Politólogo. Candidato a PhD en literatura latinoamericana de la Universidad de Pittsburgh.

 

 

 

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