Son jóvenes que usan cabello hirsuto y peinados coloridos para verse diferentes al resto de la humanidad, quedando iguales al agruparse. Son de gestos y actos contestatarios cuando miran y atienden con desdén el llamado del adulto. Son de lenguaje escaso, frases con palabras entrecortadas, como si en cada una te solicitaran un: ¡No me hable, déjeme tranquilo, no se meta conmigo! Son de magín creativas, de avanzada en ideas para el cine y otras artes; a la vez, usan sus islas para agazaparse detrás de una altanería inane y actos insulsos propios de la juventud, pero llevados a un punto que ofenden la razón.
Hacen parecer que, convencerlos de la disciplina y los valores, es un reto que los mayores tienen con ellos para forjarles su propio futuro.
Creen que la comunicación y la expresión de calurosos afectos hacia el otro pueden darse a través de una fría pantalla que los enviste de poder y da algún tinte a su irreverencia. Con miedo a mirarte de frente, la generación de los dedos esconde sus fracasos, sus temores, sus poquedades, en las drogas pululantes y en aparatos portátiles o fijos.
Esta generación puede hacer ermitaño, en su propio hogar, a uno de sus individuos pasando días y días encerrado en su cuarto, estando conectado con el mundo; a la vez, se mantiene como miembro de cuerpo presente y fugaz ante aquellos padres de los cuales se avergüenza y critica, mas no abandona, por su necesidad de utilizarlos para suplir lo que sus propios esfuerzos no pueden.
La inquietud y gran talento de la generación de los dedos en los avances tecnológicos, han ayudado a la humanidad en su globalización tejiendo redes de comunicación para beneficio de familias y comunidades acortando sus distancias y han enriquecido a los países en sus relaciones comerciales y diplomáticas.
La evolución propiciada por esta generación dejó en recuerdos los inventos del pionero Marconi y los enlaces que antaño fueron efectivos. Hizo realidad la masificación de las noticias y ponderó lo banal del chisme y el rumor entre colectividades escolares y universitarias como elemento base para socializar –entre cielo y tierra no hay nada que del Facebook se esconda-.
También debe acreditarse a esta generación su triunfo al utilizar sus redes invisibles como medio de convocación a civiles para reunirlos en plazas y calles de grandes ciudades con el objetivo de hacer marchas y protestas que incomoden a los gobernantes y los obliguen a cambios profundos en el estamento o terminen con el derrocamiento de regímenes totalitarios.
La generación de los dedos ha malversado los recuerdos atávicos que a los llamados viejos mantuvieron pendientes y sumidos en sus emociones, tan solo quedaron archivados en intangibles y echados al olvido para su aislado regocijo, pues de retrogrado será tildado el joven que le rinda culto a lo pasado.
También ha obligado al idioma a acomodar los neologismos que interpreten sus actividades comunicacionales. Cuando la generación de los dedos va a guasapear, tuitear, guglear o facebookear, suenan los vientos de cambio que hacen en todo un giro posible. Además, es sabido que al ejecutarse estos nuevos verbos, la mirada de la generación de los dedos estará fija e inclinada hacia el aparato que los sostiene y se presiente que muecas, risas y demás, dependerán de una extraña forma de soledad acompañada desde lejos por un interlocutor insospechado.
La importancia de la generación de los dedos en el avance del mundo actual no puede soslayarse, menos, se ha de subvalorar su determinación a no ejercer como obligación el oficio o desempeño profesional heredado de sus padres; ellos, los jóvenes rebeldes, han tenido la valentía de decir a tiempo un: ¡No quiero estudiar tu carrera! ¡Tampoco deseo ser el doctor que tú sueñas o eso que quizás nunca fuiste! Esta generación decidió no ser “la prolongación de los sueños de sus ancestros”, menos, llegar a cierta edad cargados de frustraciones por aquello de: no perseguir sus propios sueños.