La crisis del Brexit ha dejado Europa sumida en un estado de incertidumbre que tiene mucho ver con la crisis de identidad de una Unión Europea (UE) fuertemente cuestionada en muchos países, como en Hungría, Polonia y la República Checa, e incapaz de hacer frente con energía a asuntos fundamentales como la inmigración ilegal, que es una cuestión que cada vez preocupa más a sus ciudadanos. Las crisis, decía el físico Albert Einstein, ofrecen grandes posibilidades a los países y a las personas y Europa ahora debería aprovechar la salida del Reino Unido -que nunca estuvo en la UE realmente, puesto que nunca aceptó sus normas- para un verdadero rearme programático de su proyecto en el corto y en el largo plazo, abandonando, de una vez por todas, sus visiones cortoplacistas y muchas veces egoístas que se resuelven más en función de los provincianos intereses nacionales de las grandes potencias que en aras del proyecto colectivo que deberían aunar las aspiraciones de los 27 socios.
Pero también se echa en falta músculo político y más ambición para dotar a la UE de un ejército europeo capaz de hacer frente a los desafíos internacionales, al menos a escala regional, y una verdadera diplomacia europea capaz de tener un voz conjunta en el mundo frente a unos Estados Unidos cada vez menos protagónicos en el planeta, toda vez que se retiran de algunos escenarios estratégicos, como Oriente Medio e incluso Europa, con la que cada vez muestra más distancia al menos en la coordinación de sus acciones exteriores, tal como quedó claro cuando presento su plan de paz para el conflicto palestino-israelí.
LOS LÍMITES TERRITORIALES DE LA UE
Para comenzar, uno de los grandes asuntos que tiene que definir el proyecto europeo es sus límites territoriales, ya que la UE tiene que hacer frente todavía al desafío que representa la integración de los Balcanes, en que numerosos países de esa región, como Albania, Macedonia del Norte, Montenegro y Serbia siguen llamando a la puerta de la organización y la UE les ha dado largas hasta ahora. Incluso el presidente francés, Emmanuel Macron, ha vetado en una cumbre de la UE, celebrada en octubre de 2019, la apertura de negociaciones con Albania y Macedonia del Norte -con Serbia y Montenegro continúan por ahora- porque considera que ambos países no cumplen los requisitos para ser miembros de la UE, algo que disgustó a muchos miembros de la UE y a los presidentes de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y del Consejo Europeo, Donald Tusk. "Estoy profundamente decepcionado, es un grave error histórico", resumió Juncker tras ese veto francés, resumiendo el malestar que había entre muchos miembros de la UE por la decisión de Macron.
Luego están los casos de Bosnia y Herzegovina y Kosovo, países que también han expresado sus aspiraciones por pertenecer a la UE y que, por ahora, tendrán que esperar a las futuras integraciones de Montenegro y Serbia y a que Macron retire su veto a las dos naciones balcánicas en la lista "negra" (Albania y Macedonia del Norte). Bosnia y Herzegovina es un caso realmente complejo, dada su situación política y económica. En primer lugar, es un Estado que nunca ha funcionado realmente como tal y donde una de sus dos entidades constituitivas, la República Srpska, que ocupa el 49% del país y tiene el 35% de su población, siempre ha mostrado más interés en unirse a la República de Serbia que continuar formando parte de Bosnia y Herzegovina y amenaza permanentemente con celebrar una consulta sobre este asunto, aparte de que tanto serbios como los croatas -que están integrados junto con los bosniomusulmanes en la Federación de Bosnia y Herzegovina, que ocupa el 51% del espacio bosnio- nunca han tenido ningún interés en que la administración funcione.
Y, en segundo término, pero no menos importante, Bosnia y Herzegovina es un desastre administrativo y político porque los Acuerdos de Dayton, que fijaron el funcionamiento del Estado y la administración bosnias, dividieron el país en dos entidades, diez cantones, dos parlamentos y 137 municipios, de tal forma que es tal la descentralización y el número de competencias de los distintos niveles del gobierno, que la gobernabilidad y el funcionamiento de la misma administración es nulo. A este caos político y administrativo, hay que añadir que la situación económica es desastrosa, con un desempleo casi cercano al 30% y un poder adquisitivo de la población bajisímo, lo que ha provocado una crisis demográfica, pasando la población bosnia de 4,5 millones del año 1991 a los 3,5 o menos en el monento actual,habiéndose generado un obvio descenso de la población y un crónico envejecimiento de la misma.
Kosovo es otro embrollo u otra patata caliente que tiene la UE en sus manos. En primer lugar, todavía hay cinco países de la UE - Eslovaquia, Grecia, España, Rumania y Chipre- que no han reconocido la independencia de la que en tiempos fuera una provincia de Serbia y no parece que ese reconocimiento vaya a ser próximo, por lo que cabría suponerse que estos países vetarían la hipotética entrada este territorio en el club europeo. Tampoco Kosovo ha conseguido, al día de hoy, la definitiva normalización de sus relaciones con Serbia, que se niega todavía a reconocer ese territorio como independiente y que no renuncia a su integridad territorial, algo que también difilcutaría su plena integración en la UE.
DE TURQUÍA A RUSIA
En lo que respecta a Turquía, no ha habido avances fundamentales en los últimos años porque siguen persistiendo las reticencias de varios socios de la UE, entre los que destacan Alemania, Austria y Francia, pero también por la deriva autoritaria del régimen de Recep Tayyip Erdogan tras el supuesto golpe de Estado del año 2016. Desde ese año hasta ahora han sido detenidos, arrestados y sometidos a un trato absolutamente degradante e inhumano más de 160.000 turcos, amén de otros miles de represaliados y despedidos de sus trabajos por sus simpatías -reales o no- con la secta del clérigo islamista turco asentado en Estados Unidos Fethulá Gulen.
Además, se argumenta desde la UE, que Turquía incumple muchos requisitos para negociar en el futuro su ingreso en la UE y, concretamente, porque Turquía no cumpliría con un requisito indispensable para los países candidatos -el Criterio de Copenhague- en cuanto a las garantías democráticas y el respeto a los derechos humanos y a las minorías. Luego estaría la cuestión de Chipre, un país miembro de la UE y cuyo territorio es ocupado en un 38%, desde el año 1974, por las fuerzas turcas, y que se trata de un contencioso que Turquía nunca ha querido solucionar, buscando artimañas para no negociar e intentando dilatar un compromiso con Nicosia sine die.
Aparte de todos estos problemas sobre la mesa a la hora de negociar con Ankara un gran acuerdo con la UE sin que significase el ingreso de Turquía en la misma, que sería quizá la mejor de las fórmulas, están también las nulas garantías judiciales que tienen los detenidos en ese país, algo que chocaría con el acervo judicial de las instituciones europeas. Cuestiones y contenciosos aparte, tampoco el sátrapa de Ankara, Erdogan, se ha mostrado muy deseoso, más bien diría que últimamente hasta hostil, de ingresar en una UE que fiscalizaría sus movimientos y el permanente vaciamiento de contenidos del Estado de derecho turco.
Otro de los asuntos que también tiene la UE encima de la mesa es la redefinición de las relaciones con Rusia tras constatarse, cada vez más, el acentuando desinterés de los Estados Unidos en sus relaciones con Europa y con la OTAN. La UE debería cambiar algunos de sus conceptos estratégicos, como la subordinación de los intereses europeos a los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos, algo que está evolucionando en los últimos tiempos a merced de un cambio en la actitud con respecto a Moscú, sobre todo parte de Alemania y Francia, que han comprendido que la crisis de Ucrania, por poner un ejemplo, solamente se resolverá mediante un acuerdo con Rusia. Sin embargo, este acercamiento no implicaría en el futuro el ingreso de Rusia en la UE, porque su dimensión geográfica, humana y económica desvirtuaría el proyecto europeo y lo desequilibraría políticamente en favor de Moscú.
El desafío euroescéptico también está presente en la agenda de UE y es como un "virus" que se está extendiendo por todo el continente, tanto a derecha como a la izquierda. Aunque quizá, esa desafección de la ciudadanía con el proyecto europeo tiene que ver con la excesiva burocratización del mismo, con la gran distancia entre gobernantes y gobernados y porque la UE se ha alejado de las cuestiones que realmente preocupan a los ciudadanos, tales como la inmigración ilegal, la desigualdad social y la falta de empleo de calidad.
En cualquier caso, volviendo a las reflexiones iniciales sobre el futuro de Europa, creo que estamos en un punto de inflexión donde o se define el proyecto con mayores competencias y contenidos, como la política exterior, una verdadera agenda social y el ejército europeo, o, de lo contrario, seguiremos sujetos a este modelo burocrático, ajeno a la ciudadanía, despilfarrador de los recursos de los contribuyentes y sin un polo a tierra más cercano a nuestra realidad más inmediata, corriendo el riesgo de que el euroescepticismo aumente y el ejemplo británico cunda entre nuestros socios, algo que no se debe descartar a tenor de lo que observamos en el día a día. Veremos qué pasa.