Herzog ya conocía Colombia. Pero quiso volver. La invitación al Festival de Cine de Cartagena es sólo una excusa. En Leticia, ciudad ubicada en la triple frontera entre Perú, Venezuela y Colombia, el realizador asesorará a un grupo de veinte directores de cine que compartirá con él durante 11 días la experiencia de filmar dentro de la selva. El curso, que arrancará el 23 de abril y terminará el 4 de mayo tiene un costo de 5.200 euros y fue una idea de la adelantadora de cine colombiana La Selva.
Pasaron casi 25 años antes deCuando, en junio de 1986, Werner Herzog y su hermano y productor de sus películas Lucki Stipetic, intentaron huir de Cali sin haberle pagado un peso a sus colaboradores colombianos, se pensó que el cineasta alemán jamás volvería al país. Acababa de terminar el convulsionado rodaje de Cobra verde, la última de sus colaboraciones con el mítico actor Klaus Kinsky y un grupo de dramaturgos, directores, actores y productores que pertenecían al entonces efervescente Caliwood lo habían apoyado en su rodaje en una hacienda azucarera del Valle del Cauca, Villa de Leyva y Cartagena. A Kinsky lo ubicaron en un penthouse en La Torre de Cali con una vista espectacular al Cerro de las Tres Cruces. En su delirio Kinsky pedía a gritos que movieran la montaña, que no quería ver las cruces, que eso era de mal agüero. Le consiguieron un Cadillac negro último modelo que también despreció. Nadie, ni siquiera Herzog, podía calmar la ira de Aguirre. Todo eso lo pagó el grupo de Cali, además de los sueldos en el demoledor, desgastante trabajo físico que requería estar en una de sus películas.
El maestro Miguel González les alertó a sus amigos, Carlos Mayolo, Luis Ospina, la Rata Carvajal, Sandro Romero, las hermanas Joyce y Karem Lammasone “esos hijueputas se van a ir sin pagarnos” y dicho y hecho, un día fueron a tocar la puerta del hotel Intercontinental y ya no estaban. Miguel llamó al aeropuerto de Palmaseca y ahí estaban los alemanes, detenidos por llevar dólares sin declarar. Los caleños les sacaron sus sueldos a regañadientes. “Podrán tener la plata pero nunca saldrán en los créditos” bramó Stipetic ante el silencio de Herzog. Y así fue, ninguno de ellos salió en los créditos de la película. Les quedó una anécdota impresionante de uno de los autores más extravagantes que ha dado la cinematografía mundial.
Escoger a Herzog para hablar de cómo se puede filmar dentro del Amazonas es tan obvio como traer a Maradona para hablar sobre las afugias que puede traer jugar un partido decisivo en un mundial. Su primera obra maestra, Aguirre, la ira de Dios, la rodó en el Amazonas peruano, al pie del Machupichu, sorteando los rápidos del histérico río Urubamba y soportando el esquizofrénico humor de Kinsky, en esa época ya una leyenda del cine alemán y de Hollywood. Había accedido a emprender la aventura de rodar la película por un guión cargado de poesía y porque estaba convencido que esta película de presupuesto de 300 mil dólares, sería la mejor película que se hubiera rodado jamás sobre la conquista de América.
En medio de la selva, bajo el sol ardiente, los mosquitos incesantes y una humedad que llegaba a los pulmones, Herzog perdió la paciencia con su actor quien se rehusaba a grabar una escena, y lo apuntó con un arma “si no haces lo que te digo te pego un tiro y después me mato” la estrella, sorprendida ante la resolución del joven director, empezó a llamar a la policía, Herzog se reía, la casa más próxima estaba a seiscientos kilómetros. Cuando regresó a Alemania, después de ocho semanas asquerosas en la selva, le dijo a los periodistas que había rodado la película con su director apuntándolo todo el tiempo.
La experiencia le sirvió a los dos hasta el punto que trabajaron juntos en cuatro películas más: Woyzek, Nosferatu, Fitzcarraldo y Cobra Verde. Fitzcarraldo sería otro delirio de Herzog en la selva. La empezó a rodar en 1980. Jason Robards y Mick Jagger serían los protagonistas. Las condiciones climáticas, el infarto que sufrió Robards, la gira que se le cruzó a Jagger con los Rolling Stones hicieron que Herzog tuviera que volver a filmar todo lograbado, empezar de cero y llamar de luego a su placer y su tortura, Kinsky apareció más extravagante que nunca y se convirtió en un factor de peso para que Werner Herzog dijera que si Fitzcarraldo no se lograba terminar él se adentraría en la selva hasta que esta se lo tragara. Todos creyeron sus palabras. Herzog había estado a punto de morir años antes cuando, en una promesa A Dios para que su amiga Lotte Eisner, la teórica de cine alemán se recuperara, el caminó, en pleno invierno y descalzo, de Munich a París. Lo escucharon. Eisner vivió hasta pasados los 90 años.
Fitzcarraldo es el epítome de la dureza que significa rodar en la selva. Una de sus escenas es de las más difíciles que jamás se hubieran rodado: pasar por entre una montaña del Amazonas un barco gigante. En esta escena murieron dos indígenas que ayudaban en el rodaje, algo que fu considerado completamente absurdo e innecesario. Casi cuarenta años después, al menos, Fitzcarraldo es considerada una obra maestra indiscutible:
Herzog llegó a Cali en 1985. Su amigo Gillo Pontecorvo le presentó a Salvo Basile, el italiano que se quedó a vivir en Cartagena después de rodar Queimada junto a Marlon Brando en 1969. Mayolo lo llevó a comer al restaurante Los Turcos el mismo día en el que llegó. Luego se fueron a la casa de Luis Ospina y vieron, completa, La mansión de la Araucaima. Sandro Romero fue testigo de como el alemán quedó prendado de la obra de Mayolo y lo quería tener de actor en Cobra verde.
Joyce Lammasone ayudó a practicar el empolvado inglés de Mayolo para el mano a mano que le esperaba: disputarle las escenas a Kinsky quien en todo momento mostró los rasgos de su mal carácter. El rodaje empezó a enturbiarse, no sólo era un trabajo sobre humano de dos hombres que no acostumbraban a dormir como eran los alemanes. Herzog tenía que estar ahí para cumplir todos los caprichos de su estrecha: Werner una cerveza! Werner tengo hambre!. Mientras tanto no habían pagos para nadie y cuando Sandro Romero, azuzado por Miguel González, quería cobrarles siempre salían con curvas. Hasta que pasó lo peor: detenerlos en el aeropuerto de Palmaseca como si fueran delincuentes.
Todas las cicatrices están cerradas y el relato del grupo caleño trabajando con Herzog y Kinsky ya forma parte de la mitología del cine colombiano. Inmune a la edad, al cansancio, Herzog a los 77 años volverá a internarse en la selva, no para emprender la difícil empresa de hacer una película sino a ayudar a un puñado de cineastas a contar historias en el Amazonas.
Texto inspirado en el artículo La ira de Dios