Si alguna característica puede atribuirse a los días que corren es precisamente la incertidumbre. Nuestras vidas transcurren en una especie de laberinto, que nos ofrece distintos caminos, de los que pensamos de antemano no van a conducirnos a una salida cierta. Todo a nuestro alrededor se torna turbio, cada vez más complejo, como una especie de goma pegajosa de la que no somos capaces de desprendernos pese a nuestra voluntad y esfuerzo.
A escala global nos azota el cambio climático, una locura del tiempo que no habíamos vivido y que nos sorprende cada mañana. Tempestades, huracanes, sequías, aguaceros imprevisibles cargados de vendavales y granizos, todo lo cual sabemos obedece al daño infligido a la naturaleza por la acción depredadora de los grandes capitales que lo devoran todo. La contaminación del aire y las aguas, la deforestación de selvas y bosques, el desastre ambiental avanza incontenible.
Lo vemos, lo sentimos, lo sufrimos, conocemos sus causas, pero resultamos impotentes para detenerlo. Desde las alturas del poder niegan la existencia del fenómeno y nos aseguran que nada pasará con la exploración y explotación petrolera, con el fracking, con los gigantescos proyectos mineros de extracción, como el violador que intenta engañar a un niño con unos cuantos confites. Frente a este fenómeno los niños somos viejos cuyas denuncias se pierden en el viento.
Como ello nos amenaza también una pandemia. El virus COVID 19 que viene del lejano oriente y en su avance hacia el oeste causa inmensas conmociones. Países enteros se encuentran en paro, las fronteras se cierran, la economía mundial se enloquece. Al tiempo nos dicen que no es para alarmarse, que no es una cosa grave, que solo mueren unos cuantos viejos afectados de antemano de manera seria en su sistema respiratorio. Y entonces, ¿por qué el caos desatado?
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Nos traen de China compatriotas que no quieren enfermarse, y ahora resulta que allá parecen haber vencido lo que aquí apenas comienza
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Es como si también pretendieran engañarnos. O algo de menor monta fue manipulado hasta convertirlo en asunto de miedo global generalizado, o algo que realmente amenaza desastre nos quiere ser presentado como una simple gripe sin mayores consecuencias. Nos abocamos a una situación que no somos capaces de precisar. Nos traen de China compatriotas que no quieren enfermarse, y ahora resulta que allá parecen haber vencido lo que aquí apenas comienza.
Sin que podamos compararnos en lo más mínimo con las capacidades económicas, tecnológicas y sanitarias con que cuentan países como China, Europa o los Estados Unidos. ¿Nos vamos todos los bogotanos para las costas o el río Magdalena para estar a salvo? Aquí apenas empieza la temporada de lluvias y fríos, el ambiente ideal para la expansión del virus. ¿O nos reímos de él y los temores que produce la sola amenaza de su aparición en el resto del planeta?
Quizás como consecuencia secundaria del virus, o tal vez por la disputa económica entre árabes y rusos, de un momento a otro se derrumban los precios internacionales del petróleo, tras lo cual se sube el precio del dólar a niveles jamás vistos en nuestro país. Las bolsas de valores se sacuden y ponen a temblar la economía mundial. Nos dicen que el dólar ha comenzado una caída quizás irreparable en los mercados, aunque aquí ascienda su valor de manera escandalosa.
Al tiempo se nos anuncia que los precios de los combustibles descienden internamente en el país, cuando todas sus expectativas económicas se vinieron a pique como consecuencia de la dependencia de los hidrocarburos. La economía nacional se sustenta, aparte de los hidrocarburos, con la deuda externa, y ahora resulta que con el alza del dólar esta deuda se crece de manera desmedida. ¿Contribuirán a su pago los grandes empresarios financieros que nos dominan?
¿O nuevamente nos caerá la peste de una reforma fiscal, que cargue en las espaldas de las clases medias y trabajadoras el nuevo saldo a cubrir en favor de la banca internacional? Parece que no hubiera manera de escapar de este círculo vicioso en el que las clases subordinadas siempre serán damnificadas. Como cuando en el antiguo Egipto o el Imperio Romano se ordenaba requisar los granos de los campesinos para solventar los gastos imperiales.
¿Cómo cambiar de algún modo ese orden de cosas que parece tan natural a quienes se encuentran en su cúspide? Nos gobierna la peor de las mafias que haya accedido nunca al control del Estado. La que desprecia de modo olímpico la comunidad internacional que le habla de derechos humanos, la misma que corre sumisa a cumplir los mandatos del señor Trump. De la que todos sabemos de su corrupción, de sus nexos criminales, de sus elecciones compradas y amañadas.
Pero a la que no somos capaces de sacar de su puesto. A la que la gran mayoría prefiere creer sus historietas, porque ha sido convencida de que cualquier alternativa resultaría peor que la enfermedad. ¿Será Petro peor que Duque y su Neñe?