Y se cerró el telón tras el proscenio, un aplauso ensordecedor y universal terminó por convertir a este film en una obra maestra, una coyuntura de referencia fílmica de culto, de eso no quedan dudas, la mayoría de cinéfilos del nuevo siglo, convertidos por la magia de la vorágine digital en activistas cibernéticos del arte que no puede estar equivocada, más allá del inmenso lobby y de la necesidad de la industria hollywoodense por hacer el guiño que le hacía falta a la humanidad y a la cinematografía misma (está vez más evidente que el del año pasado con la Roma de Cuarón). Sobra decir eso sí, que más allá de una premiación con tintes políticos, no se puede desmeritar muchas de las calidades que tiene la película.
Sin embargo, ¿es tan genial como la romería de personas que a través de las redes la han colocado en el facistol historiográfico del cine mundial? Parece eso si, que Parasite ha dado en el clavo, su temática transversal la coloca en un lugar que no se restringe a la Corea libre, es su ubicuidad terrenal y la empatía universal lo que le da esa transcendencia -por demás mediática- de la cual hoy goza. ¿Son los premios los que dan a las películas su status quo? ¿Cuál es el calado de este film que le ha dado una aura mística, que al parecer ninguna otra obra oriental ha conseguido?
Pareciera que la fractal Rashomon o la épica colosal tras Los siete Samuráis de Akira Kurosawa, o la ralentización poética de Deseando amar y la irreverente Felices juntos de Wong Kar Wai se hubieran relegado a otros lugares menos merecedores de la exaltación crítica, ni que decir de otras obras más locales como El imperio de las sombras de Kim Jee Woon, o Poesía de Lee Chang Dong, o la trágica Oldboy del famoso Park Chan Wook, el inefable Hierro 3 de Kim ki Duk o Lo tuyo y tú de Hong Sang Soon, que al parecer se han quedado cortas ante la estridencia de la obra de Boong Joon Ho ¿Qué la ha hecho una película tan especial? Más allá de la palma de oro o de los dos Óscares con más jerarquía, más allá de estar en boca de medio mundo en un millar de trinos y haber sido alabada en cada confín, en cada muro del Facebook, y de representar sin duda una ruptura, un antes y un después frente al monopolio del receloso nicho del mercado anglo ¿Qué nos queda de ella? ¿Dónde está lo inconmensurable de su destreza estética? ¿Dónde está aquello que la hace única e irrepetible? ¿De qué manera nos ha hablado que el cine no haya hecho previamente?
Debo confesar eso sí, que he visto la película condicionado por un rumor monumental, con una predisposición alimentada por una alabanza global casi radical dispuesta a sentenciar posturas menos altisonantes frente a las calidades y cualidades artísticas y sociológicas de film ¿Con qué me he encontrado? ¿A qué orilla me puedo anclar? Aquí no hay espacio para ambigüedades, ni para esas posturas tibias tan de moda en la política de nuestro tiempo. Parasite me ha parecido una buena película, y con ello trato de no comprometer los juicios de valor tan prestos a la suspicacia en la posmodernidad, pero a su vez también, tratando de colocarla en un anaquel donde se pueda colocar aquella filmografía para pasar el rato, al calor de la chimenea con un vino y un pedazo de queso, y quizá con intervalos esporádicos para ir al baño -en otras palabras menos aduladoras- no me pareció una película esplendorosa, de esas que te amarran a la poltrona con los bramantes de la trama, ni me parece que el subtexto frente al capitalismo como osa plantear su director en el discurso sea tan altivo (porque el consumismo es otra cosa, un síntoma, que es a lo sumo de lo que habla) existen otras películas menos ruidosas y sin duda más neurálgicas como lo son sin duda: Tiempos modernos, Los niños del cielo, El capital, Memorias del subdesarrollo, Diamantes de sangre, Surplus o Roger and me, o incluso la frenética Diamantes en bruto, donde se puede ver a un judío errante carcomido por la ludopatía que logra exasperar con su intensidad, al contrario aquí, la precariedad psicológica de sus personajes sin matices parece desdibujar y contradecir la retórica psicosocial de su director para explicarla, una caricatura de la realidad convertida en drama por esas concesiones del cine post aristotélico, que ya no tiene nada de sorprendente y se ha vuelto tan predecible como la mayoría de las narraciones fuertes en las que el héroe a pesar de la vicisitudes logra finalmente salirse con la suya, aquellas estructuras a las que anteriormente se oponía la tragedia oriental, un contrapeso del conflicto que se ha vuelto una muletilla obsoleta, ni siquiera la reflexión verosímil de aquel ser maloliente(el personaje más logrado por lejos) frente a la procrastinación colectiva de una sociedad decadente y su remembranza taciturna en el último acto, mediante una bien lograda poética metáfora elíptica pareciera ser suficiente para darle un lugar en ese podio exclusivo. ¿A qué se referiría el director cuando hace alusión al obstáculo que representan los subtítulos? Somos espectadores acostumbrados a la simultaneidad de los códigos audiovisuales, será acaso que así ¿Encontraríamos más rutilante y chistoso la exacerbación de los ruidos fónicos y fonéticos que hacen los coreanos para expresarse? ¿Quizá con ello el eclecticismo del género de la tragicomedia se haría más contrastado y el punto de giro en el centro de la historia sería más rimbombante de lo que ya es?
Esta estructura me recuerda un poco a la de La vida es bella de Roberto Bellini, solo que allí ese letargo cómico está justificado ante el cambio tan dramático que sucede sobretodo tratándose de un acontecimiento hipotético configurado dentro del contexto de la historia de la humanidad, mientras que aquí todo parece puesto para construir un crescendo artificioso que va perdiendo verosimilitud hasta desvanecerse por completo en la celebración del natalicio del pequeño niño excéntrico, y no lo digo porque deba ser verosímil ya que aquella característica es contra natura del cine en general, es solo que, como dijo Rick Altman a los dramas hay que verlos con otros ojos.