La peor época tuvo que ser entre noviembre y diciembre del año pasado cuando los rumores eran nefastos: en redes sus enemigos afirmaban que tenía una relación con María Paula Correa, que su matrimonio estaba en la zozobra. Las calumnias lo acorralaban. Nunca había soportado tanta presión. En redes un diluvio de insultos lo azotaba. Eso del poder no era algo tan fácil, eso de mandar no era tan cómodo como cantar vallenatos con Silvestre, hacer series con la cabeza con Butragueño, o cantar Vilma Palma con su guitarra.
De pronto el presidente, acorralado por las encuestas, encontró consuelo solo en la comida. Lo entiendo, a mi también me pasa, levantarme en la nada de la noche y encontrar un frasco de Nutella sin abrir, sentarse en la mesa, hundir la cuchara y cerrar los ojos con intensidad. O una hamburguesa a las 3 de la mañana mata cualquier tristeza.
Si, con la vida personal destrozada, como sucede con los reyes, con los poderosos, lo que queda son los gustos. Uno de los pocos vicios que puede tener un hombre tan sano como el presidente pueden ser las golosinas, la comida chatarra. Me imagino que Uribe podrá regañarlo cada vez que puede y le recomendará algunas gotas homeopáticas para frenar la ansiedad. A año y medio de estar en presidencia el presidente se enfrentará pronto a alguna enfermedad derivada con la obesidad.
Si, eso de mandar no es para jóvenes. Hay que tener la templanza de un Uribe, de un Santos, de los veteranos para capotear a enemigos enconados capaz de transformar una red social en un infierno. La obesidad de Duque evidencia su falta de control, sus miedos latentes, sus ganas de volver a casa, a brazos de alguien que le dé verdadero cariño. Era más fácil cuando era oposición.