Como persona alegre e inteligente que era detestaba a los mamertos. Por eso celebró con una rumba su expulsión definitiva del Partido Comunista y con los libertarios que le secundaban sus locuras decidió formar rancho aparte y empezar a anunciar en el periódico, como si de un purgante se tratase, el lanzamiento del M-19, el movimiento guerrillero que se había inventado.
Su aparición en la vida pública no pudo ser más espectacular: robar la espada de Bolívar. En la aburrida Colombia de los años setenta, Bateman era una bocanada de aire fresco para los medios de comunicación que gozaban con sus salidas. Enrique Santos lo conoció cuando estaba al frente de Alternativa y fue inevitable, como solía suceder con todos aquellos que lo conocían, quedó cautivado por su personalidad. Lo mismo le sucedió a Julio Sánchez Cristo cuando le hizo cámara a Juan Guillermo Ríos en esta entrevista cerca a Panamá.
El flaco era alto, dicharachero y cojo. Su pierna izquierda fue atropellada por un carro cuando era un niño. Nunca sanó completamente. Le dolía y a veces de la herida le salía pus. Jaime nunca se quejaba aunque a veces la fiebre lo tumbara en una cama en donde soñaba con serpientes pero después del sudor venía la tranquilidad y él volvía a ser el mismo y entonces todo volvía a iluminarse y él decía que iba a hacer la revolución para que desapareciera la burocracia y la infelicidad. Ideológicamente estaba más cerca de Fidel que de Torrijos, aunque fue más amigo de este último simple y llanamente porque tenían la misma personalidad. Para Bateman la revolución no era más que una fiesta en donde los ricos tendrían que acostumbrarse a dar un poco de lo que tenían a los que más lo necesitaban, pero hasta ellos estarían invitados al baile.
Nada de esto pudo concretarlo. Murió a los 43 años en un avioneta en las selvas del Darien. Con su ausencia lo sucedió Álvaro Fayad mando que después caería en Carlos Pizarro quien firmaría la paz con Barco el 9 de marzo de 1990.