Es inevitable que alguno de los dos candidatos que pasaron a la segunda vuelta ganará... pero en ningún caso será un triunfo. Ni para el vencedor ni para el país.
Para ellos porque el derrotar a su rival no es una hazaña; al fin y al cabo lo que se vio en la primera vuelta es que ninguno atraía el respaldo de la población, al punto que escasamente fueron apoyados por uno de cada diez habitantes en capacidad de expresar su confianza en ellos.
No puede ser gran victoria ganarle a Santos cuando ha disminuido de más de nueve millones de votos y del 90 % del Congreso a una 'Unidad Nacional' con menos del 45 % de las curules y apenas tres millones largos de votación.
Ni sería para vanagloriarse que teniendo todo el presupuesto y toda la burocracia, se le pueda ganar a una candidatura opuesta que se caracteriza por identificarse con el mandato del cual más funcionarios públicos y congresistas han terminado en los estrados judiciales, y por eso menos cuotas de poder tiene y de menos apoyo de la opinión general debería gozar.
Pero para el país más dice la escogencia de sus mentores.
Del lado de Santos el expresidente Gaviria es de todos los gobernantes el de más baja apreciación en todas las encuestas. No se desconoce su malicia o habilidad, pues por el contrario le ha permitido salirse con la suya a pesar de lo catastrófico de sus gestiones. Pero tanto en la Presidencia, cuando bajo su mandato se vivieron 17 meses de apagón o se fugó Pablo Escobar y vivió Colombia el pico del terrorismo, como en la dirección del Partido Liberal que llevó de derrota en derrota hasta acabar desapareciéndolo en la última contienda que también perdió, lo que ha mostrado es pésimos resultados para sus administrados y lo contrario para él.
Y en el caso de Uribe no solo se identifica con toda clase de violaciones al orden jurídico nacional, internacional y humanitario (chuzadas, reuniones clandestinas en palacio, bombardeos a países vecinos, falsos positivos, por no hablar de paramilitarismo) sino se destaca su habilidad también para que sean todos sus seguidores y subalternos y no él quien acabe respondiendo (unos huyendo del país y otros en las cárceles).
De las campañas de ambos se habla de guerra sucia; pero lo denunciado —en la medida que sea verdad, y así lo parece— va mucho más allá de 'malas compañías'.
Tanto el caso de J.J. Rendón y Germán Chica como el del hacker Sepúlveda y Alfonso Hoyos son hoy procesos judiciales. Lo que haya dicho o no el Dr. Zuluaga en el video no quita que asistió a una reunión donde se trabajaba con interceptaciones ilegales y con el propósito de sabotear el proceso de paz que adelanta el gobierno; como tampoco desaparece el hecho que mintió al respecto —y más que a un juez, a la ciudadanía— porque después lo reconoce pero que se disculpe en que la grabación podía ser ilegal. Y del otro lado basta recordar no solo que en efecto la grabación fue ilegal, sino que idéntico fue el caso de Watergate por el que Nixon tuvo que renunciar.
Si algo de verdad tiene el 'dime con quién andas y te diré quien eres', nuestro pobre país parece destinado a hacer el papel de víctima incapaz de superar su infortunio. Apoyar a cualquiera de los aspirantes a la Presidencia no es escoger entre dos males el menos peor: es resignarse y colaborar a que quien nos gobierne cuente con que no importa cómo o con quién lo haga, ni en quién delegue o a quién entregue el manejo de nuestro futuro.