Su carisma, traducida en una personalidad dicharachera y mundana, hizo que los medios de comunicación se pusieran de rodillas ante su majestuosa estampa. Durante años los periódicos españoles se metieron de lleno en la ardua labor de tapar sus escándalos, que nacieron cuando tenía 15 años y vivía su exilio en Estoril, Portugal. Allí, en la imponente casa en donde holgadamente vivía la exiliada familia real, un disparo acabó con la vida de su hermano Alberto, el niño mimado de su padre, Juan de Borbón, Conde de Barcelona hijo a su vez del depuesto rey Alfonso XIII. La bala Calibre 22 que entró por la nariz del príncipe, provino de un arma que limpiaba torpemente Juan Carlos. El caso se cerró de un carpetazo y nadie puso en duda que el hecho no había sido más que un lamentable accidente. Pero allí comenzó la larga y problemática adicción del futuro rey hacia las armas de fuego y hacia quien las portaba.
Juan Carlos de Borbón profesó desde siempre una precoz y perruna devoción hacia Franco. El dictador, proclive a estos gestos de lealtad incondicional, no tardó en demostrar afecto hacia el joven príncipe. Si bien había sacado al Rey a patadas del trono, poco después de derrotar a los republicanos en la Guerra Civil, decide retractarse en 1947, ocho años después, expidiendo la Ley de Sucesión en la Jefatura de Estado con la restitución de la monarquía. Nada como un Rey apuesto y un General autoritario para unir a un pueblo. El caudillo, con su mano omnipotente, movería sus fichas para que en la línea de sucesión no viniera el desangelado y problemático Conde de Barcelona sino su hijo, de quien se apersona directamente de su educación. El 25 de agosto de 1948 vemos a Juan Carlos regresar a España, por orden expresa de Franco, no sólo para cursar el bachillerato católico que recibían todos los jóvenes españoles en el medioevo franquista, sino para tener cerca y adoctrinar al futuro monarca.
El 22 de noviembre de 1975 y después de haber pasado por un sinfín de Escuelas militares y haber chapuceado programas de estudio de Derecho, Economía, Política y Filosofía, con el cadáver del caudillo aún en cámara ardiente, es proclamado Rey de España. Fueron momentos bastante críticos para un país que necesitaba vivir sin traumas la transición hacia la democracia. A la opinión pública le preocupaba la cercanía del joven rey con el régimen, pero las dudas se disiparon ante la jugada del monarca de remover toda la cúpula franquista que se aferraba como una garrapata sedienta de sangre a la yugular del poder. Las puertas de la libertad se habían abierto.
Después de décadas de ostracismo, España vive en la década del ochenta una primavera cultural y económica que ni siquiera la intentona de golpe de estado del 23 de febrero de 1981 y que algunas voces como las del Coronel del ejército español Amadeo Martínez Inglés acusan al rey mismo de promover esa “intentona involucionista del 23-F y que en realidad no fue tal sino una chapucera maniobra borbónica de altos vuelos, al margen de la Constitución y de las leyes, para cambiar el Gobierno legítimo de la nación en provecho de la Corona” o la puesta en actividad de los cuestionados GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) creados para buscar y aniquilar a como diera lugar y sin importar el método a los miembros del grupo separatista ETA que contó con el visto bueno del jefe de estado y del Rey, lograron ensombrecer la década más feliz que tuvo España.
Y así, en esa espesa nube idílica, los incontables escándalos en los que se veía envuelto su majestad fueron invisibles ante un pueblo que amaba su desparpajo y su torpeza, la misma que lo ha hecho trastabillar y caer en incontables eventos públicos. Un pueblo que se sentía identificado con las dotes de playboy experimentado de las cuales siempre ha hecho gala Don Juan Carlos. Sobre todo si al frente suyo está una hermosa princesa, actriz o vedette.
En 1987, mientras la familia real inglesa visitaba Mallorca, el Rey se desvivió por atender al Príncipe Carlos y a su esposa Diana de Galés. Tanto fue su empeño que decidió sacar el mejor de sus yates y darse una vuelta por el mediterráneo. Aprovechando el perenne aburrimiento que acompaña al hijo mayor de la Reina Isabel y que lo obliga a acostarse temprano, el Rey español no hizo otra cosa que acosar, animado por el vino que galopaba en sus venas, a una renuente e insomne Lady Di. Sus exégetas han difundido por el mundo la leyenda de que los dos tuvieron un affaire, pero los biógrafos de la llorada princesa han dejado claro que lo único que sucedió en ese yate, fue el acoso incesante y grosero de un monarca libidinoso y borracho.
Pero otras no pudieron resistirse a sus encantos. En una biografía publicada hace un par de años Andrew Morton afirma que el rey ha pasado por las armas a más de 1.500 mujeres, una cifra que haría empalidecer a Casanova, de quien se cree, tan sólo compartió su amplio lecho con un centenar de damiselas. El número por supuesto es una exageración. No fueron tantas pero si fueron muchas y algunas bastante famosas, como el lío que tuvo con Sarita Montiel, la célebre cantante y actriz con quien fue sorprendido por su propia esposa, la sufrida reina Sofía, mientras retozaban en el lecho real, o los rumores que lo asociaban con la vedette Rafaela Carrá de quien se dice le pidió una fuerte suma de dinero para no hacer públicas sus relaciones. El ya citado Coronel Martínez Inglés ha denunciado que entre estos chantajes y los regalos que acostumbra hacer a sus encumbradas conquistas el rey se ha gastado más de 500 millones de pesetas, sacados, en hábiles y oscuras maniobras, del CESID (Centro Nacional de Inteligencia) y el Ministerio del Interior.
Porque si alguien le ha sacado provecho al designio divino y franquista de haber sido proclamado rey ese es Juan Carlos de Borbón. En 1962, poco antes de casarse con Sofía, la corona española era de las más pobres de Europa, incluso a su padre se le conocía en el continente como “El Rey mendigo” esto cambiaría sustancialmente desde la misma fiesta de bodas en donde en una caudalosa lluvia de sobres, el entonces protegido de Franco recibió millones de pesetas de parte de los magnates, afectos a la dictadura, que fueron invitados a la reunión. Todos sabían que el futuro rey podía ser pobre pero no desagradecido. Una vez estuvo en el poder fue repartiendo, entre sus más cercanos colaboradores, jugosas tajadas. España en sus manos se había convertido en un inmenso pastel.
Estas donaciones que el rey recibía sin ningún escrúpulo no se limitaban a la clase alta española y franquista. En el libro El negocio de la libertad, Luis Cacho señala que cuando su mano derecha era Manuel Prado y Colón de Carvajal, la única función de éste era repartir misivas reales en dónde se le pedía, a gobiernos extranjeros, gruesas sumas de dinero en aras del sostenimiento de la monarquía. En una de esas cartas, dirigida al Sha de Persia, el Rey deja claro porque descendía de alguien al que le llamaban “El mendigo”: “Me tomo la libertad, con todo respeto, de someter a su generosa consideración la posibilidad de conceder 10 millones de dólares como contribución personal para fortalecer el sostenimiento de la monarquía española”.
10 millones de dólares puede ser una cifra que ponga los pelos de punta a cualquiera, pero en los negocios petroleros, del cual afirma Cacho Don Juan Carlos sacó una buena tajada, esa suma es una bicoca. Por eso, aprovechando la amistad que desde hace décadas lo une con la monarquía Saudí al carismático rey no se le mueve una pestaña al pedir prestados 100 millones de dólares a sus poderosos amigos del desierto. Era enero de 1991 y la guerra entre Estados Unidos e Irak era inminente. Los saudíes la única condición que pusieron fue que, por intermedio del monarca, España prestara las bases Aéreas de Rota y Torreón desde donde despegarían los cazas gringos embarazados de bombas destinadas, la gran mayoría, a la población civil.
Gracias a esa dádivas y a sus negocios se estima que la fortuna de los borbones asciende a 1.790 millones de Euros y la revista Forbes en el 2004 situó al Rey en la posición 134 entre los hombres más ricos del mundo.
Sus conexiones con gobiernos extranjeros no sólo le han reportado dinero sino que le han dado la satisfacción de practicar su entretenimiento preferido y ahora, lamentablemente, algo pasado de moda: La caza. Cuando Juan Carlos piensa en cazar no se imagina disparando sobre faisanes perezosos o liebres histéricas, no, para él una verdadera caza debe ser en plena sabana africana, apuntando a un leopardo o a un elefante, como sucedió en el 2012 en Botsuana, un paupérrimo país en dónde por unos cuantos cientos de miles de dólares las autoridades te permiten disparar sobre cualquier cosa que se mueva. Allí fue, con su amigo el empresario saudí Eyad Kayali, no sólo a sacarse fotos con mastodontes agonizantes sino a despilfarrar una millonada en una práctica aberrante en medio de la crisis económica más dura que ha azotado España en los últimos ocho años.
“Él caza porque se le da la real gana” contestó el jefe de prensa Real desde la Zarzuela ante los cuestionamientos que se le hacían al Rey, aumentado todavía más la indignación de un pueblo que en un 65 por ciento no entiende como todavía en su país hay monarcas.
Esa real gana lo ha llevado a pagar siete mil euros para matar en Polonia a uno de los pocos bisontes vivos que quedaban en Europa, a desembolsar en Rumania 14 mil euros con tal de que le dejaran dispararle a diez osos en el 2006 o en ese mismo año matar a Mitrofán un oso pardo ruso de cuatro años y 160 kilos que estaba en cautiverio y que previamente emborrachado y drogado fue expuesto ante la mira del Rey quien no dudaría en apuntar sobre su cabeza y destrozar las fauces del portentoso animal.
Esos costosos excesos sumados a los desplantes que últimamente le ha hecho a su pueblo como cuando en una visita oficial a Alava, una comunidad autónoma Vasca con profundo arraigo antimonárquico, desafió a los cientos de manifestantes que se habían reunido allí para abuchearlo haciéndoles, con su mano, el gesto universal de pistola como quedó evidenciado en esta foto. O en el 2013 cuando golpeó a su chofer, sin percatarse que las cámaras de la televisión estaban allí, porque no se detuvo en el sitio en el que él había ordenado. Pero la gota que desbordó el inmenso vaso de desafueros fue el escándalo en el que se vio envuelto su yerno Iñaqui Urdangarín, acusado de prevaricación y malversación de caudales públicos mientras estuvo al frente del Instituto Noos, en donde no sólo estuvo implicado el duque de Palma sino su hija, la infanta Cristina.
Todo esto sumado a su Estado de Salud y a la renuencia que tienen los españoles de seguir pagando una monarquía que les cuesta 11 millones de Euros al año y a la que en plena crisis sólo se recortó un dos por ciento de su presupuesto mientras que a la investigación se le llegó a recortar más del 25 por ciento, hace que cientos de miles de manifestantes salgan a las calles a exigir la república porque les resulta inconcebible que en pleno siglo XXI existan reyes.
La esperanza de la moribunda monarquía española reside en el carisma y el respeto que emanan Felipe y su esposa Letizia Ortíz. Las revistas del corazón y los telediarios ya se han puesto en la labor de deificar a la pareja real. Mientras, por la puerta de atrás de La Zarzuela, cojeante y cabizbajo se va el Rey Juan Carlos con el gran pesar de no conseguir el objetivo que se había trazado desde el inicio de su reinado: convertir a la monarquía española en parte del paisaje, en algo tan auténtico, pintoresco y español como el vino de Rioja o el Jamón Serrano, pero su afición por las armas de fuego, las mujeres y el dinero concientizaron a sus súbditos que los tiempos en que el pueblo mantenía a los parásitos con corona para que hicieran lo que se les diera su real gana, han terminado.