Con las manos desnudas contra la educación bancaria

Con las manos desnudas contra la educación bancaria

Por: José Rubio Martínez
junio 01, 2014
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Con las manos desnudas contra la educación bancaria

Hay una oración que dice que ¨algunos hombres se ven obligados a aferrar el relámpago con las manos desnudas¨, George Steiner se la atribuye a Hölderlin en su libro Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento. La idea la toma el pensador francés para apuntalar su propuesta de la genialidad y el amor como ámbitos no democráticos, no circunscritos a una suerte de repartición más o menos equitativa para todos -cuestión esta que por lo demás poco o nada tiene que ver con el embeleco de la democracia-. Afirma además que este desequilibrio entre la creatividad y su falta de relación con la justicia social es una fuente de melancolía, un motivo que necesariamente causa malestar. En otra orilla, Antonio Gramsci, en el libro Los intelectuales y la organización de la cultura, formula una consideración un poco más amplia de acuerdo con la cual ¨todos los hombres son intelectuales, podríamos decir, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales¨. El italiano complementa poco a poco su idea indicando que no hay actividad humana, que no hay humanidad, que no participe de una concepción del mundo, por lo cual el, digamos, esfuerzo intelectual siempre se haya presente en cada uno de nosotros.

Apuntes como los anteriores que provienen de tan solo dos destacadas figuras del pensamiento, para no dar más ejemplos, son insoslayables y hacen tanta falta en algunos debates que cuando menos el pesimismo se puede apoderar de uno. Digo que hacen falta porque son ideas valiosas para poner en consideración cuando menos nuestra forma de educarnos y los espacios y el sistema que regula todo ello. Es uno, como sabemos, bastante precario, entregado históricamente a los afanes de las agendas que son erigidas por encima de nuestros sueños, no porque los superen de manera generosa y demanden de nosotros un aprender a desear o a soñar de manera permanente, conflictiva, enriquecedora, sino porque precisamente están orientadas a hacerlo imposible, a limitar la vocación de posibilidades del ser humano.

Hubo momentos en los cuales aquí se hablaba de la importancia del educar, se intentaron incluso cambios sustanciales que por oposición de sectores como el eclesiástico no se pudieron materializar. En otros casos la grandeza que explayaba sus alas en la deliberación quedaba reducida a una suerte de desahogo que no correspondía en lo más mínimo con las decisiones que los expertos tomaban, dejando las esperanzas y confianza de quienes allí participaban atropelladas por completo, condenadas al ostracismo. Y en otras ocasiones menos afortunadas se silenciaron a machete y a balazos los reclamos de quienes se sintieron convocados por el tema.

Algo similar, me parece, ha ocurrido en los últimos años, pero con un complicado escenario en el cual los opositores de la educación digna no se encuentran únicamente fuera del aparato educativo. Los movimientos magisteriales no se dejan descubrir en Colombia. El hacinamiento en las aulas, con grupos numerosos de estudiantes de los cuales el MEN y el ICFES se ufanan al decir que cuentan con las condiciones normales para lograr los objetivos propuestos; el presupuesto ridículo, insultante para la adquisición de, como mínimo, material bibliográfico; la preocupante ausencia de relación entre la escuela y nuestra sociedad, así estructurada de manera intencionada; la vinculación al magisterio de personas que tienen que ver con todo menos con pensar la educación; la avanzada de las políticas nefastas con el caballito de batalla de la calidad educativa que condenan a los maestros a pasar más tiempo llenando formularios que anticipando y proponiendo de manera conjunta con los estudiantes la siguiente clase; la remuneración ofensiva con la que se mantiene mendigando a los maestros y muchas más, son circunstancias con las que seguimos lidiando, pero de las cuales, últimamente, solo pasa a discusión pública esta última y algunos elementos que componen la que la antecede.

Han pasado años y la revitalización de lo que alguna vez se llamó el movimiento pedagógico no se deja entrever. Tesis como la de que el maestro es un simple mediador del conocimiento se fue colando y se aceptó con total impunidad, desvirtuando así el rol decisivo en la formación y el ejercicio pleno de sus derechos como sujeto político. Aquí, se alza la voz en los programas de radio y en las publicaciones de uno que otro sindicato de educadores, pero llegado el momento no se actúa como debe actuarse ante la condena sistemática a la que están sometiendo educativamente a nuestra nación.

Los maestros, carentes de garantías, no han logrado una movilización rotunda o una preparación que evidencie, ni siquiera, que están pensando en dar un debate de gran aliento por una educación digna para todos, los padres de familia menos y el Ministerio de Educación menos y la ministra menos y el presidente menos… Más complicado todavía es que en tales circunstancias los nuevos docentes se hagan a un lado, como si el cuento no fuera con ellos, como si uno pudiese optar de manera campante por ser un segundón de la vida.

¿Habrá quien con las manos desnudas esté dispuesto a aferrar ese relámpago? ¿Habrá quien asuma que su participación en una visión del mundo implica que es sujeto hacedor de él?

Las políticas globales en educación no se detienen, su articulación mediante complejos entramados jurídicos tampoco, los peones que gestionan, implementan y ejecutan dichas órdenes mediante la mediación organismos internacionales siguen existiendo. Esperemos que no sea tarde para que el magisterio colombiano entienda y asuma lo que debe hacer y hasta donde lo tenga que hacer.

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