Apreciado profesor, al inicio de este año le escribo como padre de un hijo que tendrá la oportunidad de asombrarse con su trabajo; para ese fin lo he matriculado, con las expectativas de un padre amoroso que da un voto de confianza no sencillo de extender cuando todo en el mundo es tan transitorio e intercambiable como los deseos de la juventud. Pese a esto, mi hijo está en su grupo como estudiante para que sea feliz a través de lo que aprende, cosa nada fácil para una institución con tantos estudiantes, pero posible cuando lo que se ansía es presentar a los niños distintas oportunidades.
Con esto no quiero decir que la presencia de mi hijo en el aula es para eximirlo de responsabilidades pedagógicas y de exigencia académica, ¡No! Lo que quiero decir es que este año bajo su cuidado y el mío, debe poder aprender aspectos esenciales para su saber intelectual, así como aspectos alusivos al trato con sus pares: solidaridad, respeto y gratitud. Permito que él esté ahí para que juntos encontremos la forma de establecer un vínculo ético y formativo entre lo académico, lo humano y lo espiritual.
Profesor, él aprecia mucho el trabajo al aire libre y en equipo, viera como le encanta aprender mientras juega, ama cuando le proponen un ejercicio creativo y se emociona cuando tiene la oportunidad de compartir sus vivencias e inquietudes ya sea a manera de narración oral o escrita. Sus fantasías con los super héroes le pueden ayudar a entender aspectos existenciales de vital importancia como la muerte, el amor, la paz y el honor, además, ha sido educado para que pueda reír y llorar según sea el momento y la circunstancia.
No me mal entienda, no estoy haciendo una petición demasiado alternativa para su gusto, lo que estoy pidiendo es que la satisfacción laboral se refleje en el trabajo con mi hijo de tal manera que su felicidad como profesor sea naturalmente aprendida. Su nivel de satisfacción como profesor es un indicador de calidad educativa tan importante como el nivel de satisfacción de sus estudiantes, y ambos sabemos que un muchacho desmotivado no encuentra rumbos posibles para aprender, aunque no me detendré en eso porque de “neuropedagogía” muy probablemente usted sabe más que yo.
Soy consciente de lo que dijo Freud, ha elegido usted una profesión inacabada, y no es mi intención juzgarle sino animarle en medio de la sobrecarga de contenidos, la carencia de recursos y el elevado número de estudiantes por aula. No lo juzgo por los errores del sistema congestionado, sino que le apoyo en su arriesgarse para cambiar las dinámicas monótonas de la transmisibilidad de contenido inoperante. ¿Cómo? Es una pregunta que seguramente usted a diario se hace, yo como profesor de mi hijo en casa, puedo compartirle algo de lo que me funciona:
La edad no le impide aprender de y con personas mayores y menores que él; al destacar sus talentos todo fluye ¡el niño corre y parece no cansarse! Los entretiempos por lapsos programados le vienen muy bien para disminuir la presión escolar y le encanta que lo escuchen, se siente importante cuando su profesor le atiende sin venderle simulacros. Profe, mi niño se está planteando el para qué va a la escuela, ojalá usted y yo hagamos lo mismo, descubriremos que estamos aquí para ayudarlo a crecer más allá de los cuadernos, para que sea empático y sobre todo para que no se rinda ante un problema. Ganará el año si entiende que al esforzarse vencerá la adversidad, porque la escuela será la vida y no un fragmento de ella.