Ocurren en el día a día del poder hegemónico de Colombia, relatos salvajes, como los de la película argentina Relatos Salvajes, de Damián Szifron, que entre risas y comedia descubre situaciones de máxima tensión, como aquella de un simple y noble ciudadano que termina poniendo una bomba ante el acoso de la autoridad de tránsito que rompe su tranquila manera de vivir o; el de la fiereza de dos hombres que se matan de la manera más atroz por un inadvertido episodio de carretera, llevado al extremo. Estos relatos de película son apenas una comedia triste, ante hechos contundentes de horror, que en la realidad colombiana están presentes asociados a las actuaciones del poder.
Un primer relato salvaje de la vida nacional, es el tono y lamento del máximo general, despidiendo a un bandido. El relato estremece a las mayorías de la población, cuyo común denominador es la búsqueda y construcción de paz y convivencia sin barbarie. El lamento resultó ser un homenaje de reconocimiento póstumo, hecho por el comandante del ejército, al sicario más letal, cínico y ultraderechista criminal. Aparte de un ultraje, es la conclusión de que no hay manzanas podridas, ni hechos aislados en el poder cívico militar. El cínico defendió su demencia criminal pero también las posiciones políticas del partido en el gobierno, mezclaba trinos, mensajes de youtube y amenazas acompañadas de locuacidad mediática para resaltar sus crímenes. El bandido como se autocalificó, habló de haber cometido más de 3000 crímenes y parece que alcanzó a confesar 300 ante la justicia al tiempo que se ufanaba de haber estudiado numerosos cursos y recibido diplomas, incluidos algunos de derechos humanos, en la cárcel para redimir días. El comandante del ejército, al que el presidente le encomendó la tarea de producir mejores cifras, mejores indicadores y mejores sentimientos ciudadanos y que ya tiene más de 50 condecoraciones de guerra, dijo que lamentaba la muerte del bandido, sin rubor de patria, ni lealtad o aprecio por las victimas del horror vivido, entre los que se cuentan en su corto periodo de comandancia los continuos asesinados líderes sociales y defensores de derechos humanos. Y como en un relato salvaje, el comandante remató su discurso dolorido por la partida del bandido, pidiéndole con ansiedad a sus tropas que despierten, que muestren resultados (de sangre), quizá queriendo decir (ríos de sangre, no charcos), cifras, solo cifras, como ya lo había indicado otro comandante, que fue anterior al anterior del último que estuvo acusado de ejecuciones extrajudiciales. En este relato no hay lapsus, equivocaciones o frases sueltas, hay conciencia, plan.
Otro relato es el de la “bodeguita uribista”, creada por altos cargos del gobierno, para concertar censuras, ataques, hostigamientos, intimidaciones, falsas denuncias y tratar de convencer al país que los malos son los adversarios y convertirlos en enemigos públicos fáciles de eliminar. La bodeguita, según lo publicado, es un espacio real con cubrimiento virtual, un centro de experimentación y ejecución del manual de Gobells, que dentro del partido nazi supo monopolizar el aparato mediático del Estado y trazar la ruta del desprecio a quien no estuviera del lado del führer. En la bodeguita, como lugar de almacenamiento no de vinos, si no de odios y manipulaciones, se organizan con sistematicidad y plena conciencia colectiva del partido ejecutor, campañas y maneras de réplica de relatos de desprestigio, censura y acoso contra los adversarios del partido en el poder. En Alcalá hace pocos años fue descubierta una “bodega: meca nazi”, un santuario del skin, que era el lugar de reunión de neonazis que “salían de caza” y diversión en sus noches de horror. Antes de esta última bodeguita uribista hubo una “Andrómeda” asistida por militares y funcionarios que realizaban tareas de “caza de información”, de espionaje contra los mismos adversarios y periodistas hoy revictimizados. No es casual, ni inconsciente, no es un lapsus, es persecución política contra opositores, personas y personalidades que no comparten la voz, decisiones, análisis y actuaciones del partido en el poder.
Y para cerrar otro relato tan salvaje como los anteriores, es la búsqueda de consolidación de una política negacioncita del gobierno respecto al conflicto armado, la barbarie padecida, los responsables del horror y la existencia de una estrategia criminal de exterminio. El relato da cuenta de la avanzada de destrucción de la gran obra llamada Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), creado para producir un relato colectivo de nación como pieza fundamental para conocer, entender, comprender y encontrar salidas para dignificar la vida y aborrecer la muerte. Destruir conceptual, metodológica y materialmente el Centro de Memoria es equivalente a borrar el cerebro de la nación, que entre sus grandes obras organizó cientos de documentos, libros, investigaciones, experiencias de campo y referencias irrefutables para pensar el país, como el libro “basta ya”, que dio cuenta de los hechos, responsables y significado de la barbarie. El nuevo director con intolerancia y fundamentos ideologizados manipula la historia y las emociones del país dividido, para poner el centro a disposición del partido en el poder con la pretensión de negar el holocausto vivido, invalidar los alcances de la paz firmada y aumentar el desequilibrio mental colectivo, para que ojalá nos sigamos matando de manera atroz y demencial, como ocurrió con los dos conductores que en carretera dieron lugar al relato salvaje y sin sentido pero con tan aberrante crueldad que terminó por producir risa.