Es el empleo, estúpido
Opinión

Es el empleo, estúpido

El desempleo y el empleo de baja calidad son el centro de la inconformidad ciudadana, y a quien tenga la mejor idea para solucionar ese problema le espera el poder

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febrero 11, 2020
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La frase “Es la economía, estúpido”, popularizada por Bill Clinton durante su exitosa campaña presidencial de 1992, se ha vuelto un lugar común de los estrategas políticos, para destacar lo que más les importa a los electores en un momento dado. Es más una especie de autocrítica para focalizar temas de campaña que otra cosa.  En Colombia hoy en día un candidato presidencial (y ya se cocinan varios) debería decirse así mismo “es el empleo, estúpido”, y arrancar por ahí.

Las cifras no indican otra cosa. La economía ha venido creciendo a buen ritmo: 1.8 % en 2017; 2,7 % en 2018; 3.3 % en 2019 y se estima un crecimiento de 3.7 % para el 2020. Pero al mismo tiempo el desempleo ha ido en aumento: 9.4 % en 2017; 10.4 % en 2018; 10,8 % en 2019. De otro lado, el coeficiente de Gini, que mide la concentración del ingreso pasó de 0.508 en 2017 a 0.517 en 2018, es decir aumentó la concentración.

Para decirlo en lengua franca: el proceso de crecimiento económico concentra el ingreso y no genera el empleo necesario. Una cosa puede ser consecuencia de la otra. Si los beneficios del crecimiento van a dar a unos pocos privilegiados, no hay razón para pensar que esos mayores ingresos van a usarse para la creación de nuevos puestos de trabajo. Lo cual es una falla tanto de  las políticas públicas como del sector privado.

Pasa en todas partes, lo cual es un consuelo de tontos. Tomás Pikety, el economista francés que se ha vuelto toda una celebridad, plantea su tesis, demostrada por largas series de estadísticas históricas de que el rendimiento del capital es muy superior al crecimiento de la economía, y por tanto el capital se concentra inevitablemente en pocas manos. La economía crece, pero al mismo tiempo la desigualdad, y la principal víctima de ese proceso es el empleo de calidad, productivo, estable y bien remunerado. El empleo que pueden generar los superricos, es inferior al que se podría generar si el ingreso estuviera mejor repartido.

Lo único que puede evitar  que eso siga pasando es la intervención del Estado en la economía, haciendo dos cosas: la primera, que efectivamente quienes tienen más paguen más impuestos, que haya un control estricto sobre la evasión, la elusión y la corrupción fiscal, y sobre todo, que los ingresos por impuestos se utilicen adecuadamente en mejorar la calidad de vida de la gente y la infraestructura del país. Que no los dilapiden ni se los roben.

Y la segunda, atar cualquier privilegio fiscal empresarial a la generación de empleo. El único argumento que puede convencer a un empresario para generar empleo es que este al final le represente una utilidad económica. Puede que las empresas se muevan ahora en el mundo de la responsabilidad empresarial, pero no ciertamente en el de la beneficencia. Y puede que hoy en día generar un empleo en Colombia, con todos los juguetes de la economía formal, sea muy costoso comparado con algunos países con enormes reservas de mano de obra, pero ello no quiere decir que no haya oportunidades de hacerlo si se tiene una visión empresarial ambiciosa.

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Cerca de la mitad de los trabajadores colombianos son informales y ganan muy poco, el mercado laboral se pauperiza con los nuevos sistemas de contratación y el Estado tiende a convertirse en el Gran Empleador

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El hecho tozudo es que cerca de la mitad de los trabajadores colombianos (47 %) son informales y ganan muy poco, que el mercado laboral se pauperiza con los nuevos sistemas de contratación y que el Estado mismo tiende a convertirse en el Gran Empleador, como si estuviéramos en la Colonia. Ese es de lejos el principal problema de nuestra actualidad. Porque si se hila más delgado todo cuanto sucede, la manifestaciones públicas de inconformidad, la descalificación de la gestión gubernamental, el terreno abonado al populismo, puede tener como origen la sombra del desempleo y los bajos ingresos de las familias que salen a machar, que expresan su inconformidad en todos los escenarios y que pasan su cuenta de cobro en las elecciones.

A la dirigencia política corresponde identificar esas señales amarillas que manda la sociedad. Es un análisis que debe ir al fondo del asunto, a sus raíces y no quedarse en la superficie de una disputa burocrática o un juego de intereses gremiales. Razones hay para creer que el desempleo y el empleo de baja calidad están en el centro de la inconformidad ciudadana. A quien tenga la mejor idea para solucionar ese problema le espera el poder.

 

 

La sombra del desempleo y los bajos ingresos familiares está detrás de quienes salen a machar

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