Dos temas mueven hoy el mundo: la reelección de Trump y el cambio climático.
Coinciden o se interrelacionan en muchos puntos, entre ellos en ser determinantes para el futuro de Colombia más que para el de casi cualquier parte del mundo.
El primero por la actitud ante el mismo cambio climático, la política respecto a Venezuela, la incertidumbre que crea en el contexto económico con sus ‘guerras comerciales estratégicas’ (con China, con el antiguo Nafta, con las amenazas a Europa).
Y en cuanto al cambio climático, por la actitud que asume el actual gobierno ante temas como el glifosato, la minería (Santurbán, etc), pero sobre todo porque nuestra economía y la consecuente posibilidad de políticas de desarrollo las basa el gobierno en el futuro del hidrocarburo, como si no fuera el mismo futuro de este el de perspectivas más inciertas.
Respecto a este último, desde hace diez años los gobiernos hablan de llegar al millón de barriles y cada vez parece eso más lejano. En cuanto a su precio no tiene ninguna posibilidad de subir (exceptuando posibles eventos de coyuntura muy transitorios). Seguir el ejemplo de Estados Unidos ensayando el fracking que se supone podría remplazar la falta de reservas agravará los inconvenientes económicos, políticos, sociales y ecológicos que por culpa de la dependencia del petróleo vivimos. Los Estados Unidos -antes el mayor importador del mundo- ya no depende de suministros extranjeros y hoy tiene excedentes; con la explotación del fracking en su territorio (es uno de los pocos países que lo fomenta) competirá con los productores tradicionales. Tres de los mayores proveedores -Irán, Irak, y Venezuela- están en suspenso pues explotan menos de la cuarta parta parte de su potencial, luego la eventual solución de sus problemas políticos implicaría un aumento del exceso de oferta ya existente. Un propósito mundialmente compartido es la disminución de su consumo (hasta el actual gobierno americano que no cree en el cambio climático favorece la sustitución por energías limpias).
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Trump usa a Duque, pero hasta dónde le sirva
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El interés de los Estados Unidos en Venezuela no es ‘defender la democracia’, sino controlar el manejo del petróleo como lo ha hecho con Irán, y con Irak. Pero Trump no va a inventar una guerra en su ‘patio trasero’ para ello (por lo menos esperemos que así sea). Usa a Duque pero hasta dónde le sirva. Hoy ya renunció a poner como condición el reconocimiento de Guaidó y acepta la búsqueda de un camino de transición; por supuesto mientras China y Rusia se opongan, el ‘cerco diplomático’ como vía para tumbar a Maduro fracasará.
Ya nos ganamos la enemistad de los chavistas que son la mitad de la población venezolana; el cambio de gobierno tarde o temprano se producirá, pero Maduro y sobre todo el chavismo no desaparecerán sino negociarán cediendo parte del poder pero no entregándose a la oposición; los Estados Unidos y el conjunto de partícipes del ‘cerco diplomático’ ya están en eso. La expectativa de que un cambio allá permitirá que nosotros nos apoderemos de su economía no es muy realista pues otros actores ofrecerán mejores ventajas, y aún si lo lográramos solo nos aportaría el odio del resto de la población. Es tal vez la peor apuesta de Duque.
¿Cómo es posible que la economía colombiana no solo siga soportada en el hidrocarburo, sino que para ello continúe por caminos aún más cuestionables como el fracking?
¿Qué política más tonta que volver un objetivo nacional tumbar a Maduro, o, peor aún, buscar hoy imponer a Guaidó?
Ser ‘el mejor aliado’ del matón del barrio no significa poder adelantar los intereses propios sino estar sometido a los suyos. Cuando el resto del mundo desconfía de él, estar de su lado y seguir sus ejemplos no es la mejor carta de presentación.