Julia es rubia. Rubísima. Tan rubia que le dicen la mona. Ich bin la mona, por aquello de que es alemana. A través de la ventana de la Van Clásica Volkswagen de la Fundación Chasquis (una de esas que ya desde que alguien dice van y Volkswagen uno se imagina de inmediato), Julia observa los escombros al lado del camino que anuncian la proximidad de El Hatillo. El calor del Cesar, donde se ubica este municipio, hace que el tiempo corra más despacio. O eso le parece a ella. Se trata de la lentitud macondiana.
En El Hatillo es recibida por los locales con una amabilidad inmensa, la cual borra esa melancolía que le ha dejado el paisaje durante el preámbulo de una visita que se prolongará durante las próximas dos semanas. Es la misma alegre bienvenida con la que durante años han saludado allí a los miembros de Chasquis, viejos conocidos de la población y quienes actualmente desarrollan el proyecto ‘Memorias de Tierra’.
La iniciativa, en pocas palabras, consiste en plasmar en una plataforma multimedia la historia y la vida de este lugar, para que una vez desaparecido el pueblo, su memoria jamás se pueda borrar. ¿Tienen memoria los lugares, la tierra, los territorios? Chasquis está convencido de que así es. Y la plataforma, aún en proceso de construcción, será su prueba irrefutable.
Julia sabe bien adonde ha llegado. Las casas de madera y de barro alrededor de las cuales revolotean las gallinas y gruñen los cerdos le recuerdan a otros tantos parajes rurales que ha visto durante su trabajo como cooperante internacional. También sabe que se encuentra ante el prólogo de un pueblo fantasma. Sabe que las personas que ahora le ofrecen un tinto serán reasentadas y que su comunidad, tal como ha existido siempre, sencillamente va a desaparecer. Hace ya una década que el Ministerio colombiano de Ambiente ordenó dicho reasentamiento, debido a la grave contaminación del aire en la zona. Y sabe que se encuentra en un departamento del cual se extrae más la mitad del carbón que produce Colombia.
Lo que aún no sabe, pero ya se lo contarán en estas dos semanas los habitantes de El Hatillo, es que la comunidad a la que acaba de llegar solía vivir en buena medida de la pesca y que su vida cotidiana y su cultura estaban profundamente marcadas por el agua, y que sus cultivos de yuca y de plátano y de maíz y de tantas otras cosas se daban sin falta a las orillas del río. Pero resulta que ya no hay orillas ni hay río ni hay pesca, y el agua que queda está contaminada. Si el agua es vida, como dicen, ¿cómo llamarle a la vida donde el agua se ha ido?
Algunas de las personas que le cuentan a Julia sobre los problemas ocasionados tras la llegada de las compañías mineras están enfermas, y la comunidad en general vive en una pobreza que resulta irracional a la luz de las millonarias ganancias que deja la minería en los bolsillos de las empresas multinacionales. En los alrededores de El Hatillo, el carbón es extraído por las multinacionales Drummond, de Estados Unidos; Colombian Natural Resources (CNR), sucursal de la empresa estadounidense Murray Energy; y Prodeco, subsidiaria de la multinacional suiza Glencore.
Pero a Julia no la conmueve solamente la realidad de este brutal contraste. También la conmueven los testimonios de los más viejos, quienes confiesan ante ella las lágrimas que han empañado sus miradas ante la imagen de la maquinaria pesada al destruir las casas de quienes ya se han ido. Porque algunos ya partieron, en grupos o solos.
Ante este hecho, la mona comprende que se trata de una sociedad fragmentada, afectada en su esencia de comunidad desde la misma llegada de las mineras, las cuales no anunciaron ni socializaron su arribo entre los habitantes de la zona. Un día, de la nada, simplemente aparecieron los carteles que prohíben el acceso de la gente a ciertos predios y caminos. Y después el río fue desviado de su curso natural, y después comenzaron los problemas de salud, y después se asentó la miseria.
Y seguimos contando… porque eso es lo más grave: la gente que permanece en El Hatillo aún no sabe cuándo será reasentada. Vivir en donde siempre has vivido, comprendiendo que te irás para no volver nunca pero sin saber cuándo. Te hace preguntarte de dónde sale la fuerza de un hombre, y de una mujer, para no claudicar.
Entonces Julia regresa a Bogotá, en donde trabaja desde hace ya dos años con Chasquis, y empieza a hacer llamadas a sus amigos y conocidos en Alemania, quienes trabajan en temas de Derechos Humanos y medioambientales.
Allá, en el corazón del progreso mundial, allá donde el discurso de las energías renovables es una bandera política con gran aceptación entre la gente y donde hace no mucho se clausuró la última mina en territorio nacional, allá la mayoría de la población no tiene ni idea de que el 30 por ciento de la energía que consumen aún proviene del carbón, y que un 10 por ciento es generado por hulla, el tipo de carbón que se explota en El Hatillo, y que la nación europea importa desde diferentes puntos geográficos del planeta. Y para cerrar el círculo completo de la contradicción, vale la pena subrayar que la hulla es el mismo tipo de carbón que se extraía de las minas alemanas que el Estado clausuró en su territorio.
Con la convicción de que es posible sensibilizar a la sociedad germana acerca de la manera en que algunas empresas hacen realidad el estilo de vida alemán, Julia hace llamadas, escribe propuestas y documentos, hace contactos con organizaciones alineadas con esta causa, y consigue que en Alemania y en Suiza le abran las puertas para llevar una exposición fotográfica con imágenes realizadas por Chasquis en El Hatillo, la cual será el pretexto perfecto para dictar una serie de conferencias y presentar los primeros resultados de los videos en 360 grados (realidad virtual) que harán parte de ‘Memorias de Tierra’, una vez la plataforma esté lista.
Entonces, Julia viaja. En su maleta organiza bien la memoria de El Hatillo y parte desde Bogotá hacia Alemania y Suiza. Tendría uno que ser muy pesimista para no dar por hecho el éxito de su viaje. “Cargada como una mula”, en sus propias palabras (una metáfora que jamás pensé que llegaría a oír en boca de una alemana), arriba a cada lugar de la exposición con los videos y las gafas 360 y con las fotografías bajo el brazo, todas estas dentro de los tubos para embalar. ¡Y los eventos dan sus frutos!
Ahora, de regreso a Colombia, la mona cuenta que algunos profesores en su país quieren utilizar los videos 360 de Chasquis como herramienta pedagógica para hablar acerca de un pueblo al norte de Colombia cuya problemática tiene que ver directamente con ellos y con su país. Y cuenta, además, que una joven activista conocida suya ahora anda para arriba y para abajo en Europa con una versión portátil de la exposición fotográfica para difundir el tema.
Y, como si eso fuera poco, cuenta también que en Suiza las imágenes y testimonios de El Hatillo ahora podrían servir como material de apoyo para un conjunto de más de 100 organizaciones sociales que promueven una iniciativa de referendo, cuyo objetivo es conseguir que en la nación de los relojes y el fondue se pueda penalizar legalmente a las empresas con sede en territorio suizo (como Glencore) y cuyas subsidiarias pudieran verse involucradas en violaciones a los derechos humanos o ambientales alrededor del mundo. Dicho referendo podría ser aprobado a finales de este año, según fuentes oficiales. Paradójicamente, es probable que se apruebe incluso antes de que la comunidad de El Hatillo sea reasentada.
¿Se puede lograr un cambio, entonces, con la fotografía, con el arte, con la comunicación? ¡Por supuesto que sí!
Aquí puedes ver las fotografías de la exposición: https://memoriasdetierra.com/galeria-es.html
Si quieres saber más sobre la iniciativa del referendo en Suiza, visita: https://corporatejustice.ch/about-the-initiative/ (en inglés)