Ahora que la corrupción y el asesinato en Colombia son una constante absurda, “inhumana”, y se ponen en evidencia la decadencia y la descomposición social de la política y su régimen, recobra vigencia el llamado acerca de “Volver a la Grandeza” que hiciera Álvaro Gómez Hurtado, antes de ser asesinado a la salida de la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá, en 1995.
La legitimidad de la élite, del gobierno, no debe seguirse sosteniendo sobre la ruina de la clase media y las tragedias de los menos favorecidos.
El país está secuestrado “hace tiempo”, por la complicidad de los corruptos, de ahí que no se investigue ni se juzgue, se esperaría en este momento histórico que el compromiso ético de los nuevos dirigentes, a lo largo y ancho del territorio, sea con la grandeza, con la excelencia, es decir; con la búsqueda de alternativas que nos permitan salir de la crisis de la manera más honesta.
Es urgente apelar a los valores morales de la sociedad para construir entre todos, el camino, en lo cotidiano, pero el ejemplo mayor debe provenir de quienes manejan la alta política para, principalmente; restituir la credibilidad en las instituciones del Estado que legislan o administran justicia.
Por otra parte, la ciudadanía tenemos la responsabilidad de no acostumbrarnos y naturalizar los abusos, las injusticias, la corrupción. No debemos perder la capacidad de asombro frente al detrimento del patrimonio público y el exterminio de la cultura y las ideas.
El imperativo es la reestructuración del espíritu del Estado y eso podría lograrse si partimos por conciliar las diferentes opiniones, en la construcción de “los planes de desarrollo”, reconociendo a la oposición como un interlocutor válido para que la justicia y la equidad también lleguen a las minorías. En Colombia hay que gobernar con las minorías que paradójicamente, terminan siendo en la realidad las grandes mayorías…
En ese sentido, “Volver a la Grandeza” sería una actitud de nobleza y dignidad en el ejercicio y la administración de lo público.
