Veintitrés días antes de morir el 8 de diciembre del 2018, Belisario Betancur acompañó a sus amigos, los escritores Juan Gabriel Vásquez y Hector Abad Faciolince al evento que el embajador de España Pablo Gómez de Olea organizó para honrarlo con la Real Orden de Isabel la Católica. El ex presidente mantenía su espíritu jovial e increíblemente agudo a sus 96 años. Confesó en un corto discurso que hubiera cambiado todas sus glorias políticas con tal de haber escrito una buena novela. Quería tanto a los libros que nunca pudo vivir sin ellos y usó todo su capital, todo su cultura y prestigio para armar una biblioteca de más de 13 mil volúmenes. Diez años antes de morir, en el 2008 se la donó a su alma mater, la Universidad Pontificia Bolivariana, donde se graduó de abogado en 1947. La biblioteca lleva su nombre.
Su ahorro para comprar libros comenzó desde muchacho, en la década del cuarenta. Cazaba joyas en la librería La Candelaria, ubicada entre las calles Caracas y Palacé, en pleno centro de Medellin. Fueron casi sesenta años de búsquedas felices en donde se hizo a obras invaluables como un Imago Mundi de 1416, el tratado de Tordesillas de 1496, el Testamento de Isabel la Católica o la Botánica de Dioscórides. Belisario Betancur fue de los pocos presidentes colombianos que nació en una cuna de barro. La pobreza en la estrecha casa en la vereda El Morro de Paila, zona rural de Amagá donde nació, fue tan extrema que de sus 17 hermanos solo tres pudieron llegar a la adolescencia, el resto las enfermedades derivadas del hambre se los fueron llevando. Belisario pudo acceder a los libros gracias a las reformas que trajo la República Liberal, un periodo que arrancó en 1930 con el presidente Enrique Olaya Herrera y que tenía un ambicioso y efectivo plan educativo que permitió que las bibliotecas de las escuelas públicas fueron atestadas con los clásicos Araluce, versiones resumidas de la literatura universal, muchas veces ilustradas. Adolescentes como Belisario se iniciaron en la lectura con estas bellas ediciones que el después quiso coleccionar.
Su ingreso al Seminario lo acercó a los libros religiosos y estando allí, batallando con su vocación, recibió una beca para estudiar derecho en la Universidad Pontificia Bolivariana. Su curiosidad literaria encontró su mejor fuente de alimento en la biblioteca pero también las tertulias donde empezó a interactuar con personajes como Don Hupo, el periodista de crónica roja más leído de Medellín. Sus escabrosas historias catapultaban el tiraje de El Colombiano y fue él quien lo introdujo en la tanguera bohemia de Medellín. Los bares de Manrique fueron testigos de sus reuniones encendidas entre versos de Espronceda y canciones obscenas.
Pero Belisario no se quedó solo consumiendo bohemia y lecturas. Empezó a escribir y también a dar los primeros pinitos como editor. Sus primeros textos aparecieron en El Colombiano y en el Montañés, una revista ultra conservadora que desapareció en la década del 50, que combinaba con los publicados en la revista ultraliberal El Sábalo que firmaba con seudónimo en la que para evitar censuras firmaba con el seudónimo de El Sábalo. Igual era con los amigos, iconoclasta y amplio con lo cual hizo de su vida personal, sin ningún problema, un Frente Nacional en una época en donde la gente se mataba si era roja o azul.
En 1955, en plena dictadura de Rojas Pinilla y en el mismo año en el que el intelectual liberal Jorge Gaitán Durán crea Mito, Belisario fundó Prometo, una revista representativa del pensamiento conservador. Intelectuales católicos como el gran poeta francés Paul Claudel o la columnista Maria Isabel de la Vega, hija de José de la Vega, socio de Laureano Gómez en El Siglo, escribían en sus páginas. La señora De la Vega se hizo famosa por sus encendidos escritos que despertaban indignación. Hay uno que todavía recuerdan algunos historiadores y es su artículo Extranjeros en Colombia, en donde se quejaba de la proliferación de europeos de dudosas costumbres que trajeron prácticas tan cuestionables como el divorcio después de la II Guerra Mundial. Prometeo no se quedaba atrás en sus aportes literarios y mientras Mito traducía por primera vez al español a Sade y publicaba a Cortázar y a Gabo, allí aparecía un cuento de Borges o los poemas de Cavafis traducidos por el propio Belisario. El expresidente fue quien introdujo en el país la obra de Margarite Yourcenar.
Ambas revistas murieron en 1963. Paralela a su carrera política Belisario siguió cada vez más cerca de los libros. La tentación de armar su propia editorial llegó pronto y junto a Fabio Lozano Simonelli, un brillante político liberal prematuramente desaparecido y el librero y editor paraguayo Luis Carlos Ibañez, -exilado de la dictadura de Alfredo Stroessner- fundaron Tercer Mundo, un refugio de pensamiento independiente con novedosos autores como el alemán Erich Fromm, donde los Nadaístas tuvieron cabida.
Pero no hubo mayor audacia en ese momento que la publicación de La violencia en Colombia en 1962 el trabajo realizado por los investigadores sociales Monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna sobre la violencia liberal conservadora de los años 50 que rompió paradigmas y creo una tormenta política cuando el país intentaba navegar aguas serenas con el naciente Frente Nacional.
Incansable, Belisario no paró en su larga vida de crear editoriales que dieron luz a algunos de los libros más hermosos que se han publicado en el país: en la editorial Sol y Luna se creó un formato especial para publicar poesía y se imprimieron documentos tan extraños como la historia del escudo de armas familiar de los Jiménez de Quesada.
De sus viajes regresaba siempre con una maleta de libros y documentos extraños. Así llegaron un Corán del siglo XVIII, códices mayas y aztecas, el testamento de Cristobal Colón, el códice Borbónico, un códice de Michoacán, la Biblia Hebrea, el Beatri Petri Epistuale entre otras joyas.
Y en el interludio, cada vez que podía, Belisario escribía. El tiempo nunca le dio para hacer su gran novela pero si para escribir, con gracia y precisión, sobre temas tan disímiles como Cortázar, la delincuencia en el Quijote, un ensayo económico llamado El navío ebrio de la inflación, Marco Fidel Suarez, sus ídolos poéticos, Santa Teresa y José Asunción Silva y hasta un rarísimo ensayo sobre el poder de las piedras.
Las piedras que lo llevaron a un retiro grato los últimos años de su vida a Barichara, aunque retirarse fue un decir: en ese pueblo de Santander seguía con las tertulias y los encuentros literarios donde fundó una fábrica de papel de fique honrando uno de sus placeres mayores en la vida: manosear las paginas ásperas y gruesas del papel de un libro antiguo. Allí en la Biblioteca Bolivariana de Medellin permanecen sus 13 mil libros que revelan su vasta cultura universal pero también su infinita curiosidad por la realidad colombiana, sus autores y sus aproximaciones a la política, la otra gran pasión que decidió enterrar con las llamas del Palacio de Justicia en noviembre 1985.