Un sunami de indignación se levantó por los letreros que hicieron los manifestantes en las fachadas de las sedes de Bancolombia en Bogotá y en el Dann Carlton en Medellín. Muchos de los que se rasgan las vestiduras por este vandalismo son pobres descendientes de campesinos que nunca tendrán en su genealogía un banquero.
Lobotomizados por RCN y Caracol, por generaciones de ignorancia, descerebrados por un sistema educativo excluyente, sin empatía y sin alma, le dan la espalda al verdadero horror. En los últimos días miembros del EPL y de las Fuerzas Patrióticas de Liberación Nacional, un grupo de guerrillero que desde la década del noventa se asienta en el estado Apure, Venezuela, han sembrado el terror con estos grafitis en Arauca:
O estas pintadas en el Norte de Antioquia por disidencias del frente 36 de las Farc:
Las casas pintadas están en decenas de poblados colombianos y se empiezan a aceptar con la resignación que uno mira un paisaje inmodificable:
La gran diferencia con los grafitis que hicieron en la marcha del 21 de enero a los bancos y cadenas hoteleras es que acá la persona que vive en esa casa no puede borrarlos. Si lo intentan lo matan.
No entiendo por qué razón esto no genera una indignación masiva, al fin y al cabo nosotros somos más cercanos a los campesinos que a los banqueros y a los dueños de cadenas hoteleras. Los tropeleros de las manifestaciones no van a matar a nadie en cambio en Colombia pareciera que existiera un plan sistemático para acabar con el campo y sus líderes, el campo y sus guerreros. Pasa todos los días, se denuncia todos los días y no pasa nada. Incluso la gran mayoría de uribistas se encoge de hombros ante el horror y murmuran "no es conmigo, no me importa, algo habrán hecho". Lo devastador es ver que son cada vez menos los periodistas influyentes que contemplan en silencio cómplice el horror que se extiende por el país. Es raro ver la actitud de José Guarnizo, editor de la Semana.com y activo twittero quien hoy trinó esta reflexión:
Por estos letreros es por los que la gente está saliendo la calle a gritar su descontento, a suplicarle a la indiferencia del gobierno porque terminen las amenazas, la muerte que nunca descansa en el país más feliz del mundo.