Hemos llegado a los dos meses de aquel 21 de noviembre en que una población exaltada pero pacífica salió a la calle en reclamo de solución a un pliego petitorio que es expresión de su creciente pauperización, ocasionada por las políticas del régimen oligárquico.
Son 13 puntos que por cosas del gobierno terminaron desglosados en 114 exigencias, a las cuales Iván Duque, en lugar de reconocerles su gravedad y buscarles respuesta, les viene dando vueltas y revueltas, tras las cuales se advierte su propósito de desgastar la presión popular y llevarla a aceptar, a modo de solución, un paquetito de insignificancias, como las que le dio al movimiento comunal, representadas en 300 subsidios para que sus líderes estudien en la Unad y mil auxilios para que mejoren el estado de sus viviendas.
No, señor presidente. Al trascendental paro del 21 de noviembre, así como a los cacerolazos, plantones y demás formas de movilización popular que vinieron después no se les responde con bananitas. Ellos son palpable evidencia de que el movimiento social está plenamente dispuesto a no dejar reposar su ánimo hasta lograr que se resuelva satisfactoriamente el pliego. Esto será lo que corrobore el cacerolazo de hoy y las demás movilizaciones que vendrán después, a las cuales no sería sensato que el gobierno dejara desembocar en un nuevo y traumático paro nacional, que sería lo de esperar si no se aviene a darle una adecuada respuesta y, en lugar de ello, acude a la represión, cuya expresión más repudiable ha sido la del Esmad, una institución que ha sido preparada para causar pavor entre quienes se atrevan a protestar contra el régimen, no importa que haya que causar daño a la integridad física de los manifestantes o, incluso, arrebatarles la vida, como ha sucedido en numerosas movilizaciones pasadas, o como ocurrió en el paro de noviembre.
El movimiento popular debe evitar que en su seno se expresen posiciones que lo induzcan a deslizarse por el camino de la anarquía o el terrorismo, pues si bien pueden ser consecuencia de la debilidad ideológica de los proponentes, también pueden corresponder a planes urdidos por provocadores a sueldo, infiltrados con el fin de allanarle el camino a la acción represiva del Estado. Las únicas orientaciones aceptables son las que conduzcan al reforzamiento de la unidad, al logro de los objetivos propuestos y al desarrollo de procesos organizativos que expresen horizontes de mayor altura, como el de instaurar un régimen soberano, democrático y equitativo, capaz de garantizar la paz y el acceso de todos los colombianos a la mayor suma de felicidad posible, según lo soñaba el Libertador.