El día que estos niños nacieron, sus padres, familiares y amigos reían, pero ellos lloraban; hoy todos lloramos y ellos ríen.
Lunes 19 de mayo de 2014. Un día después de la tragedia en Fundación, Magdalena.
Iba en el asiento trasero y conducía mi esposo nuestro vehículo, meditaba en silencio y me preguntaba: ¿Señor Jesús, dónde estabas tú en ese momento espantoso? ¿Es que no estabas en ese lugar? ¿No te estabas dando cuenta de lo que le ocurría a esos niños? ¿Cómo es que tú siendo un Dios tan amoroso permitiste eso? ¿O es que estabas ocupado en otros asuntos? ¿O esto se te salió de tus manos? ¡Eran niños indefensos! Llegaban esas imágenes a mi mente que parecía que mi cabeza estaba a punto de estallar, lo que me producía mucho dolor y lágrimas corrían por mis mejillas.
Escuchaba a las gentes en los medios de comunicación, en mi entorno, cómo se dolían y comentaban: “¿Quién tenía la culpa?” Culpaban al conductor, al líder que contrató el autobús, al pastor, a las autoridades del municipio, a los padres de los niños, aun culpaban “a la gasolina presuntamente de contrabando”.
Desde el día de los hechos había estado muy triste, pero el día jueves muy de mañana me dirigí a Dios y le preguntaba por qué lo había permitido, cuando Él sabía que la debilidad de los padres son sus hijos. Al instante algo llegó a mi mente, y pude entender de parte de quien venía.
“Dejad venir los niños a mí (…) porque de los tales es el reino de los cielos”.
1 Samuel 1: 22-24: “Pero Ana no subió, sino dijo a su marido: Yo no subiré hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá para siempre”.
Ana oraba a Dios para que le diera un hijo, pues era estéril. Y le prometió a Dios que si le daba un hijo, lo dedicaría a Jehová “todos los días de su vida”. Efectivamente, Dios le concedió el deseo de tener un hijo, y ella cumplió su promesa: presentó a su hijo Samuel en el templo, y allí se quedó para siempre.
En nuestra iglesia los niños son llevados al templo para dedicarlos a Dios, como en el caso de Ana, madre del profeta Samuel.
Estos niños un día fueron presentados en el templo, y sus padres querían verles en el templo para siempre. Hoy, ellos están en la presencia de Cristo en lugares celestiales, ellos fueron elegidos por Dios para asegurarlos, porque a esos tesoros les fue implantada la semilla del Reino de los cielos en sus corazones. No sabemos en nuestra mente finita, de aquí a diez o quince años, cómo va a estar la situación con los adolescentes y jóvenes, pero Dios por amar tanto a esos seres inocentes, los tomó para que sus almas no fueran a perecer, y así estar siempre con Él. Ellos llegaron a la presencia de Dios como olor fragante
Quizá en nuestros corazones hay mucho dolor, como humanos que somos. No veamos a esos niños como lo hemos venido haciendo, en ese “Holocausto”, sino que ellos están en los pasillos, en los corredores de esa morada que el Señor fue a preparar para nosotros. Sólo que ellos se fueron adelante y ya ellos están disfrutando de esa promesa que él nos dio. Juan 14:2 “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.”
1 Samuel 1:24: “Después que lo hubo destetado, lo llevó consigo, con tres becerros, un efa de harina, y una vasija de vino, y lo trajo a la casa de Jehová en Silo; y el niño era pequeño”.
Estos niños de la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia en Fundación fueron llevados al templo, y allí se quedaron para siempre.
