En medio del fragor de las elecciones, el giro de Italia y el debut de la selección Colombia en Brasil, casi que ni nos acordábamos que en Cannes se daba la cita anual de lo mejor del cine mundial. Y como no sucedía desde 1999, cuando el poeta Víctor Gaviria ponía los pelos de punta a la crítica francesa con su descarnada visión de la niñez en La vendedera de rosas, Colombia acaba de ganar un premio en el festival cinematográfico con más prestigio del planeta. Los expertos y verdaderos amantes del cine prefieren una Palma de Oro que la comercial estatuilla del Oscar.
Simón Mesa es un joven graduado en la facultad de producción audiovisual en la Universidad de Antioquia que decidió proseguir sus estudios en Londres. Allí, para su tesis de grado, escogió realizar un cortometraje en Colombia. Volvió a Medellín, sediento de encontrar una historia que le sirviera de metáfora para mostrar el país invisible a los medios de comunicación. Es entonces cuando encuentra a la gente de la fundación El buen comienzo, quienes se dedican a ayudar a adolescentes en estado de embarazo. Fue allí precisamente donde Simón conoció a Leidi, la protagonista de su historia.
Ella es una chica muy humilde, que vive en un cuarto con su madre. El único consuelo a una vida llena de privaciones es el amor que siente hacia un muchacho que trabaja lavando carros en la terminal de buses. Producto de esos encuentros ha nacido un bebé. Él es demasiado joven para responsabilizarse con un hijo y ella es demasiado frágil para pedírselo. Así, sin diálogos rimbombantes y con planos precisos y hermosos, Mesa va construyendo un relato en donde no suceden muchas cosas, tan sólo la vida que pasa ante los hipnotizados ojos de los exigentes espectadores franceses.
“Leidi es el resultado de muchas cosas que no funcionan en un país como Colombia, a través de ese personaje uno puede ver ese mundo, ese barrio que hace parte de un lugar en Latinoamérica”, dijo el joven realizador momentos previos a entrar a la gala de premiación, en donde inesperadamente se llevaría la Palma de Oro al mejor cortometraje. El jurado estuvo precedido por el maestro iraní Abbas Kiarostami, quien comparte con Mesa el gusto por las historias minimalistas, sencillas, relatos que por lo directos que son se confunden fácilmente con el documental. Algo que seguramente no es del gusto de los espectadores colombianos, más afines a los sainetes televisivos adaptados a la pantalla grande que al cine de autor.
Y eso es precisamente lo que busca convertirse Simón Mesa, en un autor. Para lograrlo no sólo posee su talento, sino una determinación a prueba de frustraciones, “No sé si voy a poder vivir del cine. Yo creo que los que estamos en esa necesidad narrativa de hacer cine entendemos que tomamos el camino más difícil. Yo estoy preparado para tener que apretarme el bolsillo” dijo en una entrevista pocas horas después que supiera que Leidi, el cortometraje que había enviado como por cumplir, sin fe ni esperanzas, como el náufrago que agita los brazos en medio del mar ante el decimonoveno espejismo del día, había quedado entre los 10 trabajos seleccionados. Este año se seleccionaron poco más de 500 cortos de todas partes del mundo.
Ahora, con su seriedad característica, espera que la ola de llamadas, entrevistas y reportajes pasen y él vuelva a ocultarse en su rincón de autor, observando y buscando, incansablemente, una historia de la vida real que pueda transformarla, gracias al poder de su mirada, en una sosegada ficción.