El glifosato y el mito del fin de la violencia

El glifosato y el mito del fin de la violencia

Lastima que al enemigo número uno de Duque, la realidad, no lo deje ser feliz

Por: Enrique Martínez
enero 21, 2020
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El glifosato y el mito del fin de la violencia

Duque asegura para Reuters que disminuyendo los cultivos de coca disminuye la violencia, solo que la evidencia (que no suele ser la mejor amiga de los presidentes colombianos) es: en casi 40 años de lucha contra las drogas ha quedado claro que no se puede demostrar que disminuyendo el cultivo de coca se elimina la violencia.

En el sector financiero estas falacias las conocen como “falacias narrativas”. Las empresas que tienen una “bonita” historia suelen tener un precio de acción más alto. E igual los inversionistas sagaces saben que detrás de una bonita historia quizás solo haya eso: una bonita historia con la que te sacaron plata, nada más.

Al pintar el tema de manera inversamente proporcional (si aumento el glifosato, disminuyo la violencia) Duque comete una falacia narrativa, una manera de decir “no se necesita invertir en nada más, glifosato para mi genteee”.

Lástima que el enemigo número uno de Duque, la realidad, no lo deje ser feliz: la violencia no es un fenómeno lineal, proporcional a algo, hay múltiples dimensiones asociadas a la violencia y asumir que una sola variable se correlaciona con la violencia es un mal uso de la información.

En defensa de Duque hay que decir también que al tener tantas dimensiones la violencia se hace casi imposible de entender, y peor aún: entre más información tenemos de la violencia más información irrelevante se usa para tomar decisiones (y más correlaciones lineares falsas aparecen).

Y entonces, ¿qué se puede hacer? Al ser un fenómeno de múltiples dimensiones, la mejor manera de enfrentar es aumentar las opciones de atacarlo y apostar de manera equitativa en cada una de las alternativas. No solo es glifosato: educación, deporte, emprendimientos, cultivos alternativos, instituciones técnicas, carreteras, vías férreas, electricidad, salud, jardines infantiles, internet, etc.

Un líder muy sabio como Deng Xiao Ping desarrolló las regiones especiales a escondidas del partido comunista (una frase de él que pondría los pelos de punta a un Uribe o a un Mao: no importa que el gato sea negro o blanco sino que cace al ratón), y lo que hizo en ellas fue buscar múltiples opciones: cultivos intensivos, apertura económica, socialismo en educación, inversión en salud, deporte, escuelas técnicas, fábricas, minas, exploraciones, a todo le apostó por igual y lo que fue prosperando fue quedando, lo que empezó a fallar se empezó a descartar.

Lo que Deng entendió sobre la pobreza es que tiene tantas dimensiones, que apostar a planificar en un solo frente (solo educación o solo agricultura o solo industria) era inútil, lo mismo ocurre con la violencia: no se puede predecir de ninguna manera que una acción específica en una de sus múltiples dimensiones logre disminuirla.

Señalaban en los incendios de Australia que una solución es que permitieran hacer pequeños incendios periódicos, como los antiguos nativos hacían, para que no se fuera acumulando vegetación propensa a incendiar rápido. Como la política es hacer cero incendios, se acumularon muchos materiales inflamables que generaron una catástrofe.

Aprender a convivir con la violencia, crear pequeños eventos donde los ciudadanos puedan airar sus resentimientos hacia las personas, instituciones o eventos que le molestan, en un espacio controlado y reglamentado puede ser una manera más efectiva de acabar controlar la violencia que condenar a miles de colombianos (y a todo un ecosistema) a daños irreversibles en su salud.

Lo que ocurre, y esto es muy importante, es que al ser un gobierno de “expertos”, su acumulada especialización los ha hecho ciegos para ver soluciones a la violencia. 

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