Cada que la vida nos sorprende con una noticia como la que hoy lamentablemente cobija a Robert Farah alrededor de un escándalo por dopaje, entra en juego algo que empresas y personas defienden con los dientes y que tiene que ver con su historia de vida: la reputación. Pero también, algo a lo que nos enfrenta la vida permanentemente, creer o no creer en alguien.
En cuanto se conoce una información como esta, lo primero que salta es la percepción general del señalado. En este sentido, Colombia amaneció respaldando a Farah. Sus defensores dicen que doparse a esta edad, en el momento cúspide de su carrera, no tiene lógica, no tiene sentido. Y estoy de acuerdo. La verdad, quiero creer en Farah, pero en este caso, como en todos, de su situación se encargarán las investigaciones de quienes corresponda.
Pero más allá de esta situación lamentable, quiero centrarme en ese acto de fe que es “creer” en alguien... cuándo “creer” en alguien. Y es que si uno no está advertido, se lleva tremendas sorpresas. He tenido dos casos puntuales en mi vida, muy fuertes, que me han enseñado a que uno definitivamente no sabe con quién está lidiando en su entorno inmediato.
Hace unos doce años, cuando trabajaba en una importante multinacional, un compañero que por grandes méritos había ascendido de manera importante en la compañía; que era reconocido por sus maneras, por sus modales, por haberse ganado la confianza de los directivos de la empresa y a quien hasta le ofrecieron un cargo en el área financiera de la empresa a nivel global en Londres, resultó estar robando sistemáticamente a la empresa. Todos quedamos estupefactos. Para mí y para quienes éramos muy cercanos por cuestiones laborales y de camaradería fue como una tusa de amor... ¡tenaz!
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Esto me trae a la memoria una imagen que me impresionó mucho en su momento: el llanto inconsolable de la ciclista María Luisa Calle
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Dice el diccionario que “creer“es cuando consideramos algo como verdadero o cierto. También que es tener confianza en algo o en alguien. Creer es querer, dicen también por ahí, pero eso no garantiza que la persona no se haya equivocado. Como decía el excura Alberto Linero muy temprano: “Cuándo creer en la gente y por qué creer en la gente”. Cuando es coherente, diría yo, que es lo que en principio nos hace creer en nuestro tenista campeón del mundo. Esto me acuerda de una frase que leí hace un buen tiempo y se me quedó para siempre: “no es que uno se defraude de cómo resultaron siendo realmente las personas, sino de lo que uno pensaba que eran”. Tremenda máxima para mi gusto.
Esto me trae a la memoria una imagen que me impresionó mucho en su momento: el llanto inconsolable de la ciclista María Luisa Calle y los catorce meses en los que peleó hasta con los dientes para recuperar la medalla de bronce que ganó en los olímpicos de Atenas en 2004, y que le habían quitado cuando resultó positiva por heptaminol.
Se han visto tantas sorpresas, pero también tantas injusticias. Carreras dañadas, reputaciones destruidas; pero contra eso, las investigaciones y la confianza en las personas, si es que la vida no le ha enseñado a uno que, como nos decían mis papás a mis hermanos y a mí: “caras vemos, corazones no sabemos”.
Quiero creer en Robert Farah.
¡Hasta el próximo miércoles!