Dolor de patria: una democracia pisoteada

Dolor de patria: una democracia pisoteada

Por: Sergio Daniel Gaviria Ramírez
mayo 26, 2014
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Dolor de patria: una democracia pisoteada

“Cesó la horrible noche” reza la frase inicial de la primera estrofa de nuestro Himno Nacional. Pero NO, esa horrible noche no ha llegado a su final y muy por el contrario, parece ser el reencauche de políticas nefastas para el progreso del país que nos gobernaron por ocho años y que pretenden restablecerse ahora con ayuda de casi el 30% de los sufragantes, con un ex presidente que ahora sirve de titiritero y de un ex ministro de hacienda (que a propósito poco o nada ha hecho por su municipio de origen, muy por el contrario de lo que manifestó durante toda su campaña), que anda de títere.

Una hora después de que se empezaran a conocer los resultados de las elecciones presidenciales, cuando ya una tendencia se marcaba fuertemente y me temía lo peor, un amigo me dijo “yo no sé de política, pero ¿por qué no quiere a Zuluaga?”. Mi respuesta fue directa y bastante clara: “Porque quién gobernaría no sería él sino Uribe, y yo no quiero más falsos positivos, más masacres, más violencia, más guerra, menos educación, menos salud, menos progreso… Créame que es lamentable que Colombia esté en riesgo de tener cuatro años más de odios, guerras y conflictos; de regresión, estancamiento cultural y social…” Y es que mi escepticismo no es frente a Zuluaga, sino frente a quién tiene detrás; ese jefe político que, por cosas personales y una historia que evidentemente lo marcó desde muy joven con un odio incalculable hacia las FARC, quiere terminar ahora en cuerpo ajeno lo que no pudo lograr en sus ocho años de gobierno: acabar a las FARC militarmente. Ese que jamás gobernó para el pueblo sino por intereses de particulares y que no permitió el progreso de nuestro país; un ex presidente que durante su gobierno maltrató la salud, la educación y a los ciudadanos de a pie con sus decisiones.

Y cabe aclarar que Santos tampoco es de mis afectos. Un presidente que permite una persecución política contra un partido minoritario que casi le cuesta su personería jurídica; que reparte mermelada política por doquier y que muestra una doble cara diciendo que hay que trabajar para acabar la corrupción; que sólo en los últimos 3 meses mostró preocupación por temas como la educación y la salud, trascendentales para el progreso del país y el bienestar del pueblo, y eso gracias a que estaba en campaña presidencial; y que desconoce las protestas e inconformidades sociales, según mi criterio, no merece gobernar.

Esta mañana me levanté, como lo hicieron poco más de tres millones de colombianos (esos que votaron por Peñalosa y por Clara, los diferentes de la contienda), con la ilusión de que por fin íbamos a tener cuatro años de cambio, de mejoramiento, de una nueva Colombia. Esa convicción se mantuvo en mi corazón hasta poco después de las cuatro de la tarde, cuando los resultados parciales de las elecciones empezaron a crear un sentimiento de angustia, decepción, tristeza y preocupación en mí. Lo que más temía estaba sucediendo: dos conejos que salieron del mismo sombrero se iban a disputar el principal cargo del país.

¿El gran ganador de las elecciones presidenciales? El abstencionismo. ¿El perdedor? El país entero. Un país sin memoria que olvidó (o sencillamente se hizo el de la vista gorda) todo lo que sucedió entre el 2002 y 2010, y que por otro lado le creyó a un presidente que utilizó la paz como su caballito de batalla y, además de las negociaciones de La Habana, poco o nada le ha aportado al país. Por esto hoy el país quedó contra las cuerdas y con una democracia maltratada. Una “democracia” en la que sólo votó poco más del 40% de los ciudadanos habilitados para hacerlo y en la que más del 9% de quienes lo hicieron no eligieron a nadie.

Zuluaga y Santos fueron sabios a la hora de hacer su campaña a pesar de los tropiezos. El primero obtuvo el favor de gran parte de los grupos cristianos (que no sé cómo pueden estar convencidos que el titiritero, un hombre de falsos positivos, guerra y odios, puede representarlos y hacer un mejor país) y que vieron en Santos un enemigo que no movió un dedo para defender la libertad religiosa; que supo aprovechar sus fortines políticos y que cada vez se parece más a su jefe, desde el tono de voz al hablar hasta el movimiento de las manos y esa sonrisa pecaminosa y pícara. El segundo hizo lo lógico: usó la paz como plataforma y la mermelada como combustible. San Andrés me sorprendió al pintarse de naranja en el mapa electoral, mientras yo pensaba que la indignación era grande por los kilómetros de mar perdidos con Nicaragua y el olvido al que han sido sometidos. Gane el que gane el próximo 15 de junio, como lo dijo el Doctor Peñalosa, los cuatro años que siguen serán de odios, peleas, y enfrentamientos. Ambos atacando, ambos defendiéndose.

Estoy convencido de que no soy el único indignado con los resultados. Millones de colombianos teníamos la esperanza de poder construir un mejor país y de que el próximo presidente pudiera brindarnos a los 47 millones de colombianos ese progreso tan anhelado, mejores condiciones de salud, educación y seguridad. Ese sueño se fue apagando boletín tras boletín entregado por la registraduría mientras las redes sociales se iban encendiendo. Un reconocido actor trinó “Que no nos hagan más pruebas PISA. Con el resultado de las elecciones es suficiente”; alguien más comentó “El día que piense en burlarse de Perú recuerde que allá tienen a Alberto Fujimori en la cárcel y no en el Senado!”, y Fernando Vallejo fue más directo al escribir que “Cuando un país elige como presidente a un personaje representado por las mañas del uribismo, no tiene esperanza y merece su inmundicia”. Pero lastimosamente los tuits no son votos y esa tiranía disfrazada de democracia obtuvo lo que quería, en una época que pinta por empezar a parecerse al conocido Frente Nacional.

Mi sueño de una Colombia mejor sigue, aunque lastimado al igual que ese espejismo de democracia que tenemos. Sigo convencido de que los que creemos somos más, aunque a muchos les dé pereza levantarse para salir a definir el futuro de su país. Sigo esperanzado en que en los cuatro años que siguen, mientras vemos como el país se sigue polarizando y creando odios y rupturas sociales, sean más quienes entiendan que para obtener un país diferente se debe votar diferente y no seguir permitiendo que quienes han estado en el poder por años y no han logrado resultados sigan gobernando. Por el momento mantengo mi esperanza intacta de que en cuatro años los jóvenes tomemos la batuta del país y tomemos las decisiones correctas para conseguir nuestro progreso; y mientras eso pasa y mi razón trata de comprender y asimilar todo lo que hoy sucedió, tendré que explicarme y convencerme a mí mismo de que esa gloria inmarcesible y ese júbilo inmortal que rezan en el coro de nuestro Himno patrio, tendrán que esperar por lo menos cuatro años más para hacerse realidad, y que por cosas del destino y que solo un ser Superior podrá entender, ese bien que tanto anhelo, al igual que muchos colombianos, no germinará todavía.

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