Colombia ocupa un deshonroso lugar en materia de corrupción. Para nadie es un secreto. Pero de lo que poco se habla, y es ineludible, es que esta descomposición ha infiltrado el movimiento sindical.
En nuestro país hay una clara diferenciación entre las organizaciones que representan a los trabajadores—muy pocas y blanco de persecución y amenazas—, y aquellas que son proclives a los empleadores, bien sea en el sector público o privado.
Lamentablemente distamos mucho del sindicalismo vigoroso que dio vida a la huelga de las bananeras en 1928, aun cuando también en ese momento histórico se presentaron divisiones al interior del movimiento, situación que pervive. Ese fue el caldo de cultivo para la masacre obrera del 5 y 6 de diciembre de ese año.
¿Cuándo se evidencia? Particularmente cuando nos encontramos inmersos en medio de un conflicto que bien puede ser un cese de actividades o una negociación colectiva. No faltan quienes se inclinan a manejar una postura moderada, renunciando a la defensa de los intereses de la mayoría para favorecer a la clase patronal, y quienes deciden proseguir hasta llegar a un buen acuerdo. Los primeros son quienes fracturan el proceso y dejan expuestos a los del segundo grupo.
Un fenómeno que se avivó en los últimos tres meses
Frente a la inminencia de cambios de administración en los entes territoriales (gobernaciones y alcaldías), así como las convocatorias de la Comisión Nacional del Servicio Civil, surgieron sindicatos a diestra y siniestra. Los hay por todo el país.
¿Para luchar por la defensa de los afiliados? No. Para aforarse y retrasar la desvinculación laboral. Un artilugio del que se benefician unos pocos. De hecho, muchas de estas organizaciones emergentes no tienen más de 30 miembros. Los hechos hablan por sí solos.
Incluso, se han feriado cargos en juntas directivas. Sencillamente se paga por formar parte de los cuadros principales y quedar cubiertos por el fuero sindical.
Antes que solidarios, los peores contradictores
Cuando llegan períodos de negociación bien sea de las convenciones colectivas o de los Acuerdos laborales, ésta última figura para el caso de los estatales, quienes forman parte de los sindicatos recién creados se convierten en contradictores y, en muchos casos, se pasan a la otra orilla, a defender a los patronos o nominadores.
Los sindicatos que históricamente han manejado una postura de defensa de la clase trabajadora, se encuentran allí con un escollo, representado en quienes se sientan a la misma mesa pero en cualquier momento terminan aliados con los empleadores. En mi lejana época de tirapiedra en el colegio Eustaquio Palacios de Cali, se les conocía como esquiroles. Ellos siguen vivos, no constituyen una especie en vía de extinción.
La necesidad de depurar este tipo de sindicalismo
El movimiento sindical histórico, el que tiene trayectoria y se ha posicionado por una postura beligerante, de lucha, debe promover una depuración de los sindicalistas que traicionan la causa, evidenciándolos. Es la única forma de evitar que sigan perjudicando la lucha obrera.
Si no se hace, seguiremos experimentando cuestionamientos por parte de quienes no hacen diferencia de lo que viene ocurriendo con tanta corrupción y, juzgando a priori, han dejado de apoyar actividades como las movilizaciones.
“Esos sindicalistas son unos vendidos”, me decía un taxista que me transportó hasta la Gobernación del Valle del Cauca donde laboro y soy dirigente del sindicato de empleados, Sugov.
No solamente le argumenté por qué estaba equivocado en su apreciación, sino que, además, le expliqué que no podía medir a todos los dirigentes obreros con el mismo rasero, que resulta un factor de estigmatización.
La corrupción no nos puede ganar la partida
Así como se han articulado cruzadas para erradicar la corrupción en diferentes esferas, es necesario promover una campaña orientada a acabar estas malas prácticas en el sindicalismo.
Hacer mal uso del permiso sindical, recibir prebendas, terminar aliándose con el superior jerárquico para beneficio propio, desconocer la historia del sindicalismo y sus reivindicaciones, son entre otros, aspectos que deben cambiar y que comprometen la participación activa de quienes creemos que el idealismo en defensa de la clase trabajadora, sigue vigente. Y no podemos eludir la autocrítica que puede ayudarnos a superar esta profunda crisis.
Concluyo diciendo que soy consciente que, como en otras de mis columnas, me lloverán críticas, cuestionamientos y hasta señalamientos estigmatizantes. Qué le vamos a hacer. Es el costo que se paga por decir la verdad y opinar sobre lo que se piensa.