La insatisfacción con el sistema económico y político es consecuencia de su incapacidad para satisfacer las demandas ciudadanas de igualdad, justicia, libertad, democracia y un futuro digno para las generaciones actuales y venideras.
La sociedad de la información, la inmediatez de las redes sociales, la conciencia sobre la finitud del planeta y la retoma de valores humanos, que van más allá de la ambición de dinero, han creado un generación frustrada pero consciente, de las injusticias del mundo y la necesidad, de crear nuevas formas de relacionarnos y vivir.
La certeza del cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales y la acumulación excesiva de riqueza, por parte de unos pocos, ha despertado a toda una población de jóvenes, viejos, mujeres y niños, que reclaman un cambio, un replanteamiento de todas las bases económicas, culturales y políticas, sobre las que se sustentan las formas de vida, de la sociedad capitalista.
Los políticos, los partidos políticos y los gobiernos, han dejado de ser canales de confianza para lograr cambios. Están desconectados del sentir ciudadano, de las necesidades actuales, además; los políticos, están moralmente incapacitadas, para liderar una transformación real, tienen sus puestos gubernamentales vendidos, empeñados a los banqueros, petroleros, terratenientes y mafiosos, que financian sus campañas electorales. ¡Ahí no está la esperanza!
EL sistema político actual no representa las aspiraciones, los valores y necesidades de nuestra generación, especialmente en temas como: el cuidado y la protección del medio ambiente, la lucha contra la corrupción, educación, saneamiento básico, seguridad laboral, pensiones, paz, participación política, cambio climático y deforestación, es urgente el cambio.
Pero no todo está perdido, somos una generación que está interesada en los asuntos públicos, en participar en asociaciones de vecinos, juntas de acción comunal, e iniciativas ciudadanas. No creemos que la democracia como método para construir una visión común, pacífica y justa del desarrollo para la vida en sociedad, ni mucho menos creemos que exista hasta el momento un mejor sistema. De lo que sí estamos convencidos es que las formas institucionales de la democracia están en crisis, se quedaron cortas ante una nueva ciudadanía informada, creativa, colaborativa, crítica que reclama ser escuchada y tenida en cuenta.
La democracia es cultura y procedimiento, y en ambos tenemos grandes debilidades y fallas.
El activismo, la ética ciudadana, el respeto, la libertad de opinión, la crítica, la participación, el respeto, la convivencia pacífica, la vigilancia de los recursos y las políticas públicas hacen parte de lo que llamamos la cultura democrática. Esta define como el ciudadano interactúa con la sociedad, con lo público, lo común.
Una sociedad con cultura democrática, participa, fiscaliza, vigila, propone y elige buenos gobernantes. Esta cultura democrática es enseñada y aprendida desde niños por los padres, el sistema educativo y la sociedad; de ahí que los sistemas políticos con ciudadanías sólidas son los que garantizan una adecuada educación, una cultura de acceso a la información pública, donde los funcionarios públicos y ciudadanos, se auto-egulan, controlan y crean soluciones, en el marco de la ley, la ética y el servicio.
Colombia es un país analfabeta políticamente, con ciudadanos que desconocen la mayoría de sus derechos, que no saben cómo exigirlos, que no comprenden su papel, más allá de las elecciones.
La democracia sin canales y procedimientos claros, no funciona. Es decir, debatir eternamente no soluciona nada, para llegar a soluciones, se necesitan mecanismo y procedimientos, que permitan convertir la creatividad ciudadana en soluciones, en políticas públicas; y para esto, tenemos los mecanismos de participación como el voto, la consulta popular, el plebiscito, el referéndum, entre otros.
A pesar de contar con múltiples mecanismos de participación ciudadana, el primer obstáculo para usarlos eficazmente, es el desconocimiento de su existencia y uso. Muchos de estos mecanismo son desconocidos por los propios gobiernos, así como por los ciudadanos; además han sido infectados (como todo el sistema político) por la corrupción, que imposibilita y pervierte una participación ciudadana efectiva.
El sistema político tomó la decisión, de no formar ciudadanía, también tomó la decisión de corromper, los mecanismos de participación, de ahí que tengamos una democracia de papel, muy bonita en las formas escritas, pero corrupta, violenta y excluyente en la práctica. Esta democracia no se va a refundar, ni a reinventar, por voluntad e iniciativa, de los poderosos que se benefician de sus fallas y falencias.
La esperanza del cambio está en la gente, en una ciudadanía inteligente que logre incidir sobre el estado, sobres las políticas y sobre los mecanismos de participación, mecanismo que hoy se quedan cortos, ante las nuevas exigencias, para integrar esa visión solidaria, colaborativa y creativa de una ciudadanía informada, digital, crítica y propositiva, que empezó a ganar espacio en la vida pública del país, como el principal actor del cambio.
En la ciudadanía inteligente está la esperanza, la acción política por una sociedad justa, pacífica y sostenible. Con una gestión pública transparente, participativa y colaborativa, para un mundo cambiante, desafiante y distópico, que exige decisiones inteligentes para preservar la vida en el planeta.