Primero de enero del año 2020, la cita era a las cuatro de la tarde en la Quinta de San Pedro Alejandrino. Yo calculo que asistieron aproximadamente dos mil personas, dentro de las cuales me encontraba yo, razón por la cual pude observar que a ese evento fue todo aquel al que le nació ir, toda vez que la única restricción para entrar al lugar era registrarse en la garita y nada más.
Por razones que desconozco, Carlos Caicedo y Virna Johnson llegaron dos horas después para tomar posesión (como gobernador del Magdalena y como alcaldesa de Santa Marta, respectivamente). No obstante, es una descortesía que se puede aceptar con cierta complacencia y un poco de reproche. En este caso el mayor porcentaje lo obtenía la complacencia, pues los asistentes podíamos intuir que personajes tan importantes tenían que atender requerimientos de toda índole, así que, bueno, es comprensible. Además, que el agradecimiento que despierta Caicedo hacia su persona y hacia sus líderes como Rafael Martínez y ahora Virna alcanza para pasar cinco horas sentado, sin tomar agua, ni alimentos, solo escuchando los grandes planes que vienen para el distrito y el departamento.
Recuerdo a Santa Marta hace diez años cuando llegué de la Paz-Robles Cesar (me gusta no solamente decirle “La Paz” a mi pueblo, porque con su nombre completo suena más contundente, es una especie de sonoro fetiche).Había superado contra todo pronóstico el examen de Derecho de la Universidad del Magdalena, no porque me faltaba disciplina en la lectura, ni memoria para recordar todo lo que desde niño había leído, sino porque venía desde la provincia, pero a ciencia cierta no sabía con qué dinero, ni pasaje me devolvería el mismo día, afortunadamente conté con grandes amigos que pagaron mi estadía y alimentación acá en la ciudad de Santa Marta. Mis mayores barreras eran las económicas.
Santa Marta era lo que ya no se menciona, “un pueblo grande”, pueblo, porque el atraso en esta ciudad era un hecho notorio, grande, porque evidentemente tenía mayor tamaño y población que Minca. Sin embargo, en un pequeño enclave privilegiado de la Perla de América, la Universidad del Magdalena, solo se escuchaba, “esta universidad es lo que es, gracias a Caicedo” y en la mente díscola de un soñador de la provincia, ese rumor hacia un eco allá en el subconsciente, porque mi consciente estaba más ocupado en ganar las materias, mientras pensaba cómo pagar mi pensión y mis tres comidas diarias (muchas veces fueron solo una o dos), sin embargo, los tambores de la grandeza de un hombre pasado que volvía al presente como un fénix, seguían acentuando en mis verdades personales una nueva melodía, “Si el tal Caicedo pudo levantar esta Universidad, también podrá hacer lo mismo con la ciudad”.
El hombre ganó las elecciones, victoria histórica, su discurso fue a favor de los otros, de los periféricos, de los excluidos, de los que Petro llama, los del baile de los que sobran (por inspiración del Maduro colombiano, el senador de Centro Democrático Carlos Felipe Mejía), señalaba nombres, acusaba a los saqueadores históricos de la ciudad; los samarios y los forasteros que nos sentimos hijos del mar y alumnos perplejos de las enseñanzas de la quietud y paciencia del morro, nos estábamos despertando de un sueño heredado de más de cuatrocientos años.
A pesar de que el Concejo de Santa Marta en los dos primeros años del mandato de Caicedo, no le permitía avanzar en sus propuestas, el soñador de Cataca, fue tenaz en insistencia, al terminar su periodo, entregaba una ciudad indiscutiblemente mejor a la encontrada, ya no éramos un “pueblo grande” sino una ciudad en crecimiento, crecimiento que consolidó aún más Rafael Martínez, otra simiente de la universidad pública, que demostró que la eficiencia no nace de los laureles que entregan las universidades de la elite santafereña, sino del tesón y la verraquera de los hombres y mujeres que se hacen a pulso bajo el sol del Caribe.
Caicedo quiso ser presidente, se midió con otro grande de las luchas populares, Gustavo Petro, obtuvo más de quinientos mil votos, y le mandó un mensaje al país, que un gran exalcalde de una ciudad media, estaba tocando la puerta, la cual no fue abierta por el momento. Esa votación, incluso, fue mayor a la que obtuvo el negociador de los acuerdos de La Habana y la exfiscal general, Humberto De la Calle y Viviane Morales.
El pasado año Caicedo puso sus ojos en la gobernación del departamento del Magdalena, sinceramente, en la quietud de mi casa y los avatares de mis negocios, me dije a mí mismo, “mi mismo esto está muy difícil”, y sí que lo estaba, pues ese hombre de baja estatura, pero de visiones globales, con enemigos políticos y económicos por doquier, se enfrentaba a una casa con abundantes aliados políticos, una chequera bien gorda, y allegados económicos casi inalcanzables. No obstante, dicha casa tenía una desventaja, una visión de corregimiento me atrevería a decir de progenie y un candidato con nobles dotes de acordeonero, ¡y ya!
Al final de la jornada electoral, la alegría era una hermosa pandemia en el Magdalena y Santa Marta, lo imposible se logró, sacar de nuestro hermoso departamento y sus recursos públicos, a una familia que gobernó con mezquindad profunda, mezquindad que cubría con actos de caridad al mejor estilo de “pan y circo romano”, pero este pueblo estuvo a la altura de la historia, “le cogió la plata al mello y votó por Caicedo”. Ese día celebré como Dios manda, con unas frías y rumiando una y otra vez la palera que Carlos Caicedo le había dado al Mello Cotes, era mi fiesta personal, a mis veintiocho años, celebraba con el estilo de los abuelos del Magdalena Grande, en una mecedora y repitiendo hasta el fastidio el minuto a minuto de los avances de la Registraduría, y como negarlo, lanzando sin pudor esas palabrotas que solo los nacidos en Macondo entendemos, porque ese triunfo fue una m…….ra que el filólogo de calle Uso Carruso sabrá traducir.
La larga espera terminó, Carlos Caicedo y Virna Johnson, estaban al pie del monumento al libertador, con las banderas de Colombia, el departamento y el distrito, ondeando en sus espaldas, con la sinfónica de Cajamag a sus izquierdas y a sus derechas los líderes representativos de diferentes sectores del departamento del Magdalena. El simbolismo estaba servido en la mesa, los sueños se hacen realidad, y el pueblo grande que hoy es una hermosa y pujante ciudad, verá como su departamento seguirá la misma senda, porque el labrador de sus campos, es un hombre que sabe gobernar para el interés general, un hombre que no se tiene que pintar canas para parecer mayor, porque estas, siendo joven las ha logrado con fatigosas batallas.
Caicedo no habla como gobernador, Caicedo no piensa como gobernador, Caicedo no se expresa como un hombre de sencilla visión, sino como un estadista, que sabe que la luz que está sobre si, le demanda un gran propósito y es entrar en la noble lista de aquellos personajes que han cambiado para bien la historia de la república. El departamento del Magdalena será cambiado para mejor, pero el departamento no es su llegada, sino un punto más en su camino hacia el poder nacional.
Terminando el acto de posesión, se me dio por dejarme investir por grandes de las crónicas del Caribe, como Ernesto McCausland y Alberto Salcedo Ramos, y analizando todo lo presenciado, atravesado por los recuerdos de los últimos ocho años, contando los hechos en mi cabeza al estilo de la narración macondiana, y en mi tonito pendenciero, como homenajeando a David Sánchez Juliao, pensé; “nojoda, este man es un cuarto bate, que dará un nueve de abril político, pero esta vez sí a favor de los jodidos”.
Caicedo tiene aura de presidente, y no por imposición del marketing y la opinión diseñada en los centros de redacción de Bogotá, sino por las cicatrices de las batallas libradas, y la acreditación propia de quien le debe sus triunfos principalmente al pueblo.
Primero de enero del año 2020, al pie del último lecho del libertador legendario…