La inteligencia humana es imperfecta, claro, y es reciente; la facilidad con la que puede disuadirse, abrumarse o trastocarse por otras tendencias innatas, a veces disfrazadas como "la luz de la razón", es preocupante.” Cosmos / Carl Sagan
No recuerdo cuantas veces odié que un maestro me pusiera a hacer un trabajo acerca de un tema aburrido. Al igual que muchos, crecí en una escuela que se rige por una regla simple: el maestro sabe, los alumnos aprenden. Por eso, cuando alguna vez tuve la oportunidad de cambiar de sitio y fui por unos cuantos meses profe, me di a la tarea de proponer la mayor posibilidad de libertad en los trabajos que pedia. La primera reacción de los alumnos era siempre una especie de terror escénico, de bloqueo creativo, tanto, que muchas veces pedían que les diera el tema sin más. La libertad de decidir implicaba una responsabilidad inesperada: pensar y decidir. Pensar, antes que obedecer.
Por estos días el país ha presenciado uno de los más asquerosos y reveladores debates electorales que haya conocido su historia. Dos de las campañas se han dedicado a contarnos, con pruebas y chismes oportunamente revelados como en juego de póquer, todas las bajezas del otro. Y como en cualquier baile en el que se arma una pelea, todos los ojos se vuelven hacia los dos del tropel. Pero este tropel tiene ribetes profundos. Los que se pelean son nada menos que quien nos gobierna y quien nos gobernó. En su pelea bajo las luces de los medios, vemos la dimensión de la oscuridad de las personas a las que llamamos autoridad, mientras desaparecen de la escena, esfumados entre los gritos de borrachos de boca armada, todos los otros proponentes y cualquier discurso se vuelve inútil. Paradójicamente, y en consecuencia con el refrán que dice que “cuando Juan habla mal de Pedro, habla peor de Juan que de Pedro”, en esta pelea en la cada uno coge el excremento del otro para mostrarnos lo fétido del hacer ajeno, nos hemos quedado con la sensación de que no hay con quien. O peor, que tenemos que escoger al menos peor.
Pero esto no es un baile, ni es una pelea que compete solo a dos tristes gañanes de esquina. Lo que se está jugando es el rumbo del país, nosotros incluidos, de los próximos cuatro años, en el que es quizás el momento más crucial de nuestra sangrienta historia. Aunque los procesos sociales tienen inercias que no dependen por completo de un solo ser -de un presidente, por ejemplo- sino que por el contrario, son esos seres particulares los que son consecuencias del estado de una sociedad, es justamente eso lo que tenemos enfrente: la decisión del rumbo que tomará el cardumen.
Un estudio del New York University Polytechnic Institute of Engineering http://time.com/106223/drunk-fish-totally-impress-sober-fish-study-finds/ hizo recién un descubrimiento curioso: peces que habían sido puestos a nadar en agua con alta concentración de alcohol y cuyo comportamiento era como la de cualquier borracho, es decir, exagerada y alejada de su comportamiento normal, fueron mucho más efectivos en conseguir que el cardumen siguiera sus movimientos que otros peces no borrachos. Nosotros los orgullosos humanos, animales inteligentes, de alguna forma no estamos tan lejos del cerebro de los peces, o al menos de su comportamiento. Estamos más dispuestos a asumir el liderazgo de los rudos y pendencieros, a pesar del contrasentido de su proceder. Nuestro cerebro reptil suele tomar el mando cuando no nos permitimos pensar, o cuando, a partir de los miedos raizales, nos ciegan la visión.
Estas elecciones pueden llegar a ser un punto de inflexión en la trayectoria de nuestra sociedad. Estas elecciones puedan tal vez ser el inicio de un país diferente, de uno que se permita salir por fin del Frente Nacional y de su lógica de guerra y arrasamiento del otro. No está en juego ya saber quien la tiene más grande , ni saber si le apostamos a un ganador y no “perdimos el voto” (que siempre lo perdemos, igual). No. Está en juego un modelo de sociedad, están en juego nuestros recursos naturales, el merecimiento nuestra sobrevivencia como sociedad, la dignidad de vivir sin que nuestra vida cueste la muerte de nadie, el lugar que le dejaremos a nuestros hijos. ¿Seguiremos buscando salidas por los mismos caminos ciegos o tendremos la capacidad de inventarnos un país decente por primera vez en la vida?
Bogotá, mayo 2014 / @nelsoncardena