En Cali hubo un estruendo de 250 años y muchos no lo escucharon, al tiempo que el río Cali corrió más lento, como despidiendo a un testigo que lo vio correr con un caudal 50 veces más grande que el actual, también se quedaron en silencio Los Gatos vecinos y quedó petrificado el conductor de un taxi al verse en medio de dos gigantescas ramas que acogieron su "amarillito" como un frágil nido.
Así se cayó, el 18 de noviembre, una ceiba que llegó a las riberas del Cali mediante una semilla que voló envuelta en una mota parecida al algodón, fue por germinación espontánea, nadie la sembró. Ella acompañó aquella naciente ciudad de 1760, en las puertas del Siglo XVIII, cuando la mayoría de los hombres de la bucólica Santiago de Cali vestían con pantalones elaborados en género y las mujeres con vestidos de "coleta", telas que variaban de precio de acuerdo con la calidad...
El Dagma, responsable de la arborización urbana, la tenía clasificada como árbol notable, por ser mayor de 200 años, y de acuerdo con la entidad se vino al suelo "porque tenía problemas fitosanitarios, al punto que la raíz principal estaba pulverizada y con olor a descomposición". Ella, como muchos pacientes humanos, no resistió a que llegaran los exámenes cuyas muestras le habían tomado 15 días antes.
"Poco se conoce de la Cali de entonces porque aún no se escribían libros, bagatelas ni periódicos por estas tierras. La primera imprenta llegó para el Colegio de Santa Librada muchos años después y lo primero que se escribió fueron Las Novenas por parte de la Iglesia, deseosa de expandir su doctrina. La imprenta se trajo de Cartagena", cuenta Rafael H. Salazar miembro de la Academia de Historia del Valle, quien agrega que "esta y otras ceibas décadas después fueron respetadas por quienes construyeron la llamada vía de don Sebastián de Belalcázar, que se hizo por tramos hasta dar la vuelta por donde está hoy su estatua que señala al Pacífico".
Cuando llegaron los Bomberos y otros hombres con motosierras no sabían que en cada troza estaban décadas de historia que se fue diluyendo así como mudaba, pues había momentos en que quedaba completamente sin hojas y el viento las llevaba lejos, cual telegramas que no eran leídos. Semanas después reverdecía y su tronco grueso, sus ramas enormes, se transformaban en mensaje de belleza y nadie llegaba a imaginar que estaba enferma en sus raíces.
El progreso terminó siendo su enemigo: el Dagma dio a conocer que la construcción de un puente vecino, hace muchos, muchos años, para cruzar el río Cali, terminó por afectar sus raíces secundarias y entonces el gigante no se pudo sostener más, pues no se podía aferrar a la tierra, menos a su historia.
El mismo riesgo que pueden estar corriendo hermanas bicentenarios en otros sectores de Cali y que son orgullo de la ciudad y muchas veces incomprendidas, al punto que, recuerda Rafael H, cierta vez un gringo dijo: "esta es la única ciudad que sacrifica una vía por un árbol viejo", al referirse a la majestuosa ceiba que crece en la Avenida 3 norte cerca al Paseo Bolívar y al CAM.
Ramas de historia
Las pesadas ramas resistieron el impacto, ninguna se quebró, quedaron intactas cuan fieles custodias de la historia de esta ciudad que se empezó a aglutinar en el Ballano, San Antonio y los alrededores de la Iglesia La Merced, obligatorio paso para los caleños que iban a trabajar en las grandes haciendas agrícolas y/o ganaderas, como “Cañasgordas” al sur, tan inmensa que colindaba con el río Cauca y las faldas de Los Farallones.
Así pues que por su lado pasaron muchas veces, seguramente, las recuas con quintales de panela, lo mismo que los encumbrados hacendados y hasta los perfumados españoles que asentaron cabeza por aquí, además de aquellos personajes propios de “El Alférez Real”, que tan fiel describe en su novela don Eustaquio Palacios, nacido en Roldanillo.
Otras de las haciendas muy mentadas en aquellas calendas eran “Isabel Pérez”, de la cual solo queda una quebrada con su nombre, la cual cruza por Siloé, barrio donde suele causar desgracias en temporada de invierno porque los cochinos la llenan de basuras…. Hacia el oriente estaba la Hacienda de El Guavito cruzada por el Camino a Juanchito, puerto fluvial al que llegaban vapores que iban y venían con su chimenea anunciando la carga que tan esperada era. Estos barcos también hablaban de un progreso a cuentagotas.
Con el paso del tiempo y las propias necesidades del progreso y sus habitantes fueron surgiendo barrios para artesanos, buhoneros, herreros, peones y “pobres en general”, apuntilla Rafael H. Salazar. Hoy con nombres familiares como son San Nicolás y el Obrero, en los que también se acudía al río Cali para lavar ropa, a bañar, lavarse la coscofia y entre sus aguas surgieron fuertes amores.
En sus inicios en San Nicolás no había imprenta alguna… y pensar que en sl Siglo XX llegó a convertirse en el barrio de las imprentas, basta con pasar por sus accidentados andenes para oírlas trepidar haciendo esquelas, libros, plotter, librerías y una amplia gama donde no pueden faltar las tarjetas de presentación.
La ceiba veía el tiempo pasar desde su otero y pudo observar el despegue de los barrios del centro, como también sus malos momentos, además se llevó los recuerdos sobre aquel río majestuoso, que hoy en su disminuido caudal llora la partida de su amiga que hizo un estruendo de 250 años.