En una bella y sencilla edición del Fondo de Cultura Económica (2009), traducida y prologada por Alfonso Reyes; me reencontré con la clásica obra de G.K. Chesterton (1874 -1936) El hombre que fue jueves y vaya sorpresa, la mayor parte de las cosas de la obra escrita al inicio del siglo XX, en la Europa sin estrenar guerras mundiales; tienen una vigencia sin caducidad en la Colombia impura de estos tiempos inciertos del siglo XXI.
Para resumir, el protagonista de la novela (Gabriel Syme) descubre una conspiración contra todo lo establecido por un grupo de anarquistas -autodenominados anarquistas serios- y en medio de una trama de policías infiltrados con sus respectivos nombres de los días de la semana, Chesterton nos conduce por la literatura colmada de metafísica, humor y asombro.
Encuentra uno entonces al reflexionar sobre la citada novela, que la seriedad con la que las élites dominantes han abordado el proceso de construcción de la sociedad a lo largo de más de 200 años de vida enredada como país, no ha permitido un periodo conveniente de humor suficiente para pensar e interpretar en estas conspiraciones contra el establecimiento, las cuales han sido el soporte de todas las artimañas que la democracia exige para el statu quo.
De hecho, el humor es despreciado y perseguido hasta con la eliminación física de quien pretende violentar la pureza del fundamentalismo de clase. En este caso.
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Conspiraciones diseñadas para justificar la dominación de unos pocos sobre la mayoría; ellos siempre han pretendido salir ilesos y como verdaderos héroes
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Los innumerables alzamientos en armas, las eternas guerras civiles, el irremediable narcotráfico que todo lo corrompe y la política que todo lo narcotiza, son el telón de fondo de un mapa de conspiraciones diseñadas para justificar la dominación de unos pocos sobre la mayoría; ellos siempre han pretendido salir ilesos y como verdaderos héroes.
Si tantos años de arrojo sobre la sociedad y de tanta preparación para dominar con el conocimiento del mercado y el Estado no han sido suficientes para alcanzar el bienestar y el progreso general, abandonemos entonces la aventura de la democracia lineal y corrompamos la tradición con la anarquía. Pensamos por un instante que todo lo que nos quieren vender como la realidad deseada es un espejismo del cansancio y el embobamiento provocado.
Necesitamos de anarquistas serios para conspirar contra todo: que fragüemos nuestros propios planes en frente de todos para no ocultarnos, que luchemos contra la cordura porque es irracional, contra las leyes que definen una ambigua manera de llamar a la libertad, contra esas verdades parciales que parecen enteras por culpa de que muchas personas “dicen más de lo que piensan, a fuerza de pensar realmente lo que dicen”, contra el consumo adictivo que nos endroga sin placeres, contra “esas distinciones arbitrarias entre el vicio y la virtud, el honor y el deshonor en que se fundan los simples rebeldes”, contra la honradez que venden en los periódicos del régimen y contra la misma ciencia que totaliza la locura de la razón en un solo discurso.
Coda: entre la poesía y el anarquismo no hay distancias… anarquismo serio.