En la historia, horizonte de la realidad del tiempo, se hace presente el recuerdo o bien el olvido. El ángel de la historia vuelve su mirada a los años 60 y 70 del pasado siglo y palpa el desprestigio del Frente Nacional: “¡Ensayamos el gobierno liberal y fracasó!", "¡Ensayamos el gobierno conservador y fracasó!", "¡Ensayamos el gobierno del frente nacional y nos traicionó!”. Para entonces, los gobernantes no exaltaban a los jóvenes que encabezaron la propuesta que condujo a la caída de Rojas Pinilla. A
nte ese hecho, el Che Guevara, Camilo Torres, la Revolución cubana, el maoísmo…. Y la coyuntura, el alza en las tarifas del transporte urbano, llevó a la protesta del 7 de enero de 1969. Los jóvenes exigían la derogatoria de la medida “por cuanto no se ha consultado la opinión y las necesidades de la nación y del pueblo”. Y los jóvenes se agrupaban en la Juco, en la naciente Jupa, en torno a los camilistas, los grupos guerrilleros. Las autoridades padecían escalofrío por el abandono del rebaño conservador o liberal. La Anapo encendía la antorcha de la esperanza de un cambio. Las voces de Piero, Pablus Gallinazus, Juan Manuel Serrat empapaban a los muchachos.
Cincuenta años después los jóvenes, sin aquellos ideales de los años setenta, inspirados en la revolución, tienen puestos los ojos en el neoliberalismo. La economía del mercado y la democracia del voto son el telón de fondo del desasosiego. El descontento se ha venido labrando desde los años noventa, cuando se impulsó el “final de la historia”, con el inicio de las privatizaciones.
Las protestas se gestaron a partir de las propuestas de la reforma tributaria, el omisión de lo pactado con los estudiantes, el 75% del mínimo salario para los jóvenes, la reforma en las pensiones, el asesinato de los líderes sociales, las condiciones miserables de la vida en el campo, incumplimiento a los indígenas, el deshacer el acuerdo de paz y el no diálogo con las guerrillas. Y lo peor: el hecho de que no hay futuro para la juventud, en un país donde el asesinato de niños y jóvenes se deja a un lado.
Los estudiantes reclaman los fondos de la educación pública. Los sindicalistas ven la violencia, el desempleo y la falta de oportunidades que tiñen las noches y los días. Los maestros marchan porque no se justifica el mal servicio de salud, las amenazas que reciben los docentes y los líderes sociales y contra el Plan Nacional de Desarrollo que no incluye la financiación de la educación básica y media. Y, algo inesperado en todos los puntos de la geografía el cacerolazo dejó ver la inconformidad con el gobierno. No hay credibilidad, pues se dice y se pregona una cosa y por detrás se hace algo distinto.
Y el gobierno recurre a la violencia. Con los chorros de agua, gases, palizas, asesinatos y vandalismo se quiere acallar las voces de la protesta.