Cuando esta columna sea publicada todavía el país no habrá salido de la incertidumbre. Faltarán aún dos días para la primera vuelta de la elección presidencial, pero lo malo es que en este domingo, según todas las encuestas que se publicaron hasta la semana pasada, no habrá un ganador definitivo. Apenas dos finalistas, que se despegarán del pelotón para la última etapa, que a todas luces será un premio de montaña de primera.
Con los últimos escándalos al cierre las campañas, muy al estilo colombiano, se polarizaron y cerraron las posibilidades a alternativas que verdaderamente representaban un cambio en línea de sucesión al trono. Es que parecemos más a una monarquía que a una democracia, digámoslo con franqueza.
Las controversias finales, por no ser de carácter ideológico sino penal, poco han servido para ampliar el espectro de la oferta política. Aquí no se está discutiendo sobre ideas de derecha, de centro o de izquierda sino, si alguien recibió plata o realizó interceptaciones fraudulentas. Algo que los medios internacionales y muchas gentes en Colombia encontramos asqueante.
Después del domingo estaremos enfrentando una segunda vuelta que para nada augura un mayor nivel en el debate. Por el contrario, todos los J.J. que andan por ahí de asesores “espirituales” deben estar preparando renovados arsenales de calumnias e infamias y a eso se verán reducidas las dos campañas en la segunda vuelta.
Eso sí, habrán también reacomodos inexplicables desde el punto de vista ideológico. ¡Poco importa! Nuestro país está acostumbrado a las volteretas, como también lo estamos a elegir en “contra de”. Ya veremos como todo termina reducido a los Tocosan, Tocour o Tocoiz…
Los y las que se queden por fuera se lo merecieron y tendrán que nadar cual náufragos al bote salvavidas de alguna de las dos campañas sobrevivientes. Todo parece indicar que se dieron cuenta demasiado tarde que tenían alguna posibilidad, porque hasta hace muy poco sus campañas eran tímidas, tibias, desabridas. Lo que le sobra de picante a los dos punteros que se pasaron de la raya, le falta de sabor a las otras tres candidaturas que parecían invitados a ver comer paletas.
Cómo hubieran sido de distintas las cosas si desde hace varios meses, Clara, Peñalosa ó Martha Lucía hubieran metido a fondo el acelerador. Seguramente hoy los que estarían por fuera, sin ninguna posibilidad, serían los dos punteros que a casi nadie le gustaban por significar más de lo mismo. El desespero de las tres opciones alternativas entró apenas en las últimas semanas, cuando han tratado en vano de convencer a las y los electores. Pero ya es muy tarde y me temo que el resultado está cantado, tendremos urbismo línea dura, uribismo línea blanda o posturibismo.
El proceso de paz, tal vez el único tema de trascendencia en este debate presidencial, no creo que se dañe. El respaldo internacional, el ambiente en La Habana y la opinión pública en Colombia han alcanzado una solidez muy grande y así parecen entenderlo hasta los cabezas duras del uribismo y de las Farc, que ya es bastante. Y con eso debemos conformarnos.
Nota triste: Que haya personas en Colombia capaces de burlarse de la muerte absurda de 33 niños y niñas es algo desolador. Nos debe invitar a una profunda reflexión sobre el tipo de buitres que estamos criando.
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