Creo que no se necesita mucha observación para darnos cuenta en el país entero que el gran marginado de la contienda democrática por la Presidencia en Colombia tiene nombre propio. No son los pobres históricos de esta nación que los llevan amarrados a las urnas. No son los pobres convencidos a punta de clientela mafiosa. No son los empleados públicos que deben el favorcito de la bendición laboral del cargo en la oficina pública más cercana.
Peor que esos. Los marginados de la democracia de estos tiempos son más de ocho millones de hombres y mujeres a los que nos ha tocado a lo largo de más de 200 años de vida republicana padecer el precio de la indiferencia del centro dominante y como parias periféricos deambulamos de un lado para el otro en el confuso camino de las ilusiones.
Revisen con datos certeros estas preguntas:
¿Dónde se registraron las mayores votaciones para Congreso en el pasado mes de marzo?
¿Cuál es la región con menores índices de abstención electoral en el país?
¿Después de la vicepresidencia de Gustavo Bell Lemus en el gobierno de Andrés Pastrana, con qué figuración similar hemos merecido o conquistado?
¿Cuántos de los candidatos actuales a presidencia y vicepresidencia tienen raíces evidentes en la Región Caribe?
¿Estamos convencidos que eso del poder político nacional no es para nosotros, que estamos acostumbrados al disfrute y a la contemplación, antes que a la responsabilidad de conducir al país?
¿Hasta cuándo Eduardo Verano De la Rosa y Cecilia López Montaño serán nuestros sempiternos candidatos a la Presidencia?
¿Por qué los “cachacos” le tienen miedo a exponer un candidato del Caribe para conducir los destinos de Colombia?
¿Si la democracia como valor global se viene abriendo camino por todas las sociedades actuales, por qué entre nosotros sigue siendo un bien patrimonial del centro político del país que no admite inclusión regional?
Con nuestros políticos en el Caribe pasa lo que todo el mundo sabe: quieren sus votos pero no se atreven a salir en la foto con ellos.
Una hipocresía rastrera de quienes dan lección de moral y buenas costumbres en la casa ajena, mientras que en su casa se “chuzan” entre ellos para espiar hasta el último suspiro o el mínimo cólico intestinal con el que acompañan sus opiniones.
Una pérdida de vergüenza entre nuestros políticos para arrodillarse ante el omnímodo poder del centro y seguir de siervos de gleba en el medioevo de cultura política en el que vivimos. Siervos que a su vez se rodean de vasallos de siervos (una categoría sociológica nueva), que como las gallinas de nuestros patios, jamás se atreverán a mirar para arriba y su mundo de cosas relativas sólo se reduce a la hierba fresca y al insecto desprevenido que la vida le ofrece como alimento.
Una indiferencia del ciudadano de a pie frente a las grandes cosas y decisiones de realpolitik, más por el desengaño y frustración adrede al que nos han expuesto, que por un desinterés autoprovocado frente a la responsabilidad y deber de tomar partido por la democracia real.
Un coctel muy peligroso que nos deja en desventaja frente a otros centros de poder regional y frente al centro avasallador. Sin consciencia política como región y territorio vivo, menos protagonismos tendremos en el teatro de la democracia. Sin líderes con un par de huevas bien puestas no será posible conducir la barca por este impetuoso mar de los intereses nacionales y regionales. Sin ciudadanos Caribe bien formados como defensores de las causas de identidad (a pesar de las diferencias), de pertenencia (a pesar de lo mal que nos haya ido) y de sentimientos (a pesar de los desamores), resulta difícil cohesionar a la región Caribe como centro de poder alternativo y viable para conducir al resto del país.
Con la leche vertida sobre el suelo ya no es mucha la lágrima que merecemos. A pocos días de la primera vuelta presidencial ninguno de los candidatos se compromete abiertamente con el Caribe. Todos nos “meten en el mismo costal” del país sufrido y sumido en la pobreza. Somos una estadística más en sus cuentas electorales, no somos una prioridad estratégica para el país andino. Somos una prolífica fuente de votos para las campañas, no la urgente atención que demandan nuestros problemas una vez hayan ascendido al poder con nuestro apoyo electoral.
Coda: el maestro Rafael Escalona en el siglo pasado escribió la canción El Almirante Padilla y en su parte final nos dice que “Enriquito se creía/ que con su papá Laureano/ él todo lo conseguía/ se fue pa´ Bogotá/ pero todo fue en vano.” Algo no ha cambiado desde esos tiempos. Usted amigo del Caribe anote el comentario que sigue.