El presidente Duque tiene que hacer política. No solo la relacionada con armar coaliciones en el legislativo, sino la política que permita convocar a la sociedad, la que dé esperanza a los jóvenes, la que fortalezca la cultura de convivencia pacífica entre colombianos y el respeto por el medio ambiente.
Obvio: El gobierno necesita armar coaliciones en el Congreso. Sin ellas no podrá presentar sus proyectos de ley y tramitarlos con éxito. De ahí la importancia de visitas como la de Vargas Lleras y Gaviria a Palacio, que auguran recomposición de gabinete.
Sin embargo, con las manifestaciones masivas, incluyendo la participación en conciertos como el de ayer, Un canto por Colombia, los colombianos están dando señales inequívocas de inconformidad que no pueden ser satisfechas con unas cuantas maniobras en el Congreso que, finalmente, es lo que todo gobierno ha sabido hacer con mayor o menor destreza.
La fuerza de las movilizaciones en Colombia es mayor aún por su carácter pacífico. En la oleada de inconformidades y protestas, de Chile a Honk Kong, de Francia a Ecuador, ningunas tan pacíficas como las colombianas. Debe ser el hastío con la violencia por décadas, que se extiende al rechazo a las consignas políticas que alientan la polarización y la bronca entre colombianos.
Sobran muestras de manifestantes aislando encapuchados con intenciones violentas, compartiendo tinto con agentes del Esmad, o limpiando paredes y monumentos públicos de manera voluntaria, o la masiva participación en Un canto por Colombia.
La política que el presidente debe emprender tiene que ver con las señales que su gobierno da a la sociedad. La primera de ellas: respeto por las personas que participan en las movilizaciones.
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Lamentable, desafortunado, el pobre #nopudieron de la ministra del Interior, una mujer inteligente, experimentada congresista de provincia
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Lamentable, desafortunado, el pobre #nopudieron de la ministra del Interior, una mujer inteligente, experimentada congresista de provincia, que no tiene otro efecto que contrariar a centenares de miles que, por voluntad propia han participado en las movilizaciones o han “caceroleado”.
Exactamente lo que el gobierno no debe hacer en estos momentos: desconocer la autenticidad de las protestas y atribuirlas a conspiraciones sin fundamento. El respeto es la primera condición para dialogar.
Como pobres han sido expresiones de altos funcionarios del gobierno, inmediatamente anteriores al paro, atribuyendo impecabilidad al operativo militar en el que murieron varios menores en el Caquetá, o las posteriores al 21 de noviembre de parte del nuevo mindefensa ante algún gremio, en su propósito de quedar bien ante el auditorio.
Flaco favor le hace una senadora del partido de gobierno al ejecutivo tratando al joven Dylan Cruz, muerto por el Esmad, de vándalo, una señal de “se lo merecía”.
Es imposible resolver el amplio espectro de inconformidades. El Esmad no se acabará. Debe ser reformado, dejando atrás esa mentalidad de guerra que durante el conflicto se sembró en la policía. Duque hereda problemas estructurales sembrados hace muchas décadas, como el desempleo juvenil.
Las fiestas de Navidad reducirán las marchas. No obstante, ello no será la prueba del torpe #no pudieron de la poco visionaria ministra. Tendrán tiempo en el gobierno de examinar las encuestas y apreciar el signifcado del derrumbe de favorabildad del gobierno y sus inspiradores y de quienes, desde distintos lados del espectro, promueven la polarización.
El presidente Duque puede y tiene que dar señales inequívocas. Una de ellas, la del reconocimiento a quienes protestan.