Este martes 3 de diciembre de 2019 se produjeron en Bogotá dos hechos que retratan de cuerpo entero a Iván Duque, el presidente fantoche que desgobierna en Colombia, y al régimen uribista en el poder.
Uno: su negativa, a través de un par de segundones, a aceptar puntos mínimos de acuerdo con el Comando Nacional de Paro que permitieran no dilatar más la discusión del pliego de trece puntos presentado al gobierno por las centrales obreras y otras organizaciones sociales, cuyo eje es el rechazo al paquetazo económico neoliberal que tiene en marcha el gobierno, y contra el cual el pueblo está en las calles desde el 21 de noviembre.
Dos: el estruendoso fracaso de la reunión de cancilleres del denominado Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, Tiar, aparataje de la Guerra Fría desenterrado por Duque y el grupo de mandaderos de EE.UU. que lo acompañan en su agresión contra la República Bolivariana de Venezuela, y que concluyó con una declaración fantasmagórica, espejo de la famélica reunión de burócratas que vinieron a conspirar y a gastarse los dólares con los que los compra el imperio.
Pero Duque es, además de fantoche, cínico: en vez de buscar solución a las exigencias del pueblo, se burla de él poniendo en ejecución el llamado holding financiero, camino hacia la privatización de entidades públicas, y, apoyado en las fichas del establecimiento en el Congreso de la República, como las de Cambio Radical, el conservatismo y el liberalismo, que se sumaron al uribismo, negocia la aprobación de la Reforma Tributaria, que exonerará de impuestos por alrededor de diez billones de pesos a grandes empresarios y acrecentará los abismos sociales en el país.
Así, el Ejecutivo y el Legislativo le dan de nuevo la espalda al pueblo, y se unen en la defensa de la estructura económica imperante, correspondiendo a la esencia del Estado capitalista, en tanto aparato de dominación social, política, jurídica y coercitiva de las clases oligárquicas (gran burguesía financiera, industrial, comercial y grandes poseedores de latifundios) sobre las clases y sectores populares.
Dos semanas después de iniciada la portentosa protesta, que este miércoles 4 de diciembre tiene una nueva gran movilización en todo el país, y que el miércoles 27 de noviembre registró otro punto elevado de acción reivindicativa, el régimen sigue maniobrando para darle largas a la discusión del pliego de exigencias con la táctica tramposa de convocar comisión tras comisión hasta el 15 de marzo de 2020.
Con infinidad de reuniones insustanciales, que a nada conducen y desconocen a los orientadores del paro, el gobierno le apuesta a agotar la protesta, confiado en que los afanes de las festividades navideñas y de fin de año diluyan el movimiento.
Fiel a la táctica de la traición practicada a lo largo de la historia, la oligarquía colombiana sigue actuando con falsedad y despotismo, apoyada en el engaño y en la violencia, con su brazo predilecto contra la movilización popular, el Esmad de la Policía, escuadrón convertido en el enemigo de estudiantes, trabajadores, campesinos y de todos los que marchan sometidos a la amenaza de sus disparos.
La represión ha campeado en las últimas dos semanas, ocasionando centenares de retenidos, heridos y varios muertos, entre ellos el joven bachiller Dilan Cruz, asesinado por el Esmad cuando ejercía su derecho a la protesta de manera pacífica en Bogotá, y convertido en símbolo de la rebeldía juvenil en la actual coyuntura.
La campaña del régimen fantoche cuenta con la complicidad de sus medios de comunicación y de los esquiroles que no faltan, que cumplen sus roles: los primeros, como propagandistas del poder y censores de las causas populares, y los segundos, como vulgares cancerberos de los bolsillos de sus amos, que jamás dejarán de tratarlos como sirvientes.
Pero en Colombia los factores subjetivos de las luchas están cambiando, y sectores cada vez más amplios de la población asumen una actitud consciente y se incorporan, de manera independiente, incluso sin banderías políticas definidas, a la lucha contra las reformas pensional y laboral que negará más el futuro a los jóvenes; contra la violencia estatal y paramilitar que sigue acabando la vida de líderes sociales y de excombatientes; por reformas profundas en materia de salud y educación; contra las cargas impositivas que afectan el bolsillo de pobres y capas medias, y en procura de soluciones a los demás reclamos enarbolados en el paro.
Redes contra la dictadura mediática
El eco de las luchas populares escenificadas en los meses recientes en Ecuador y Chile contra el neoliberalismo sirve de acicate a la población colombiana, que hace uso de las nuevas herramientas de las redes electrónicas y, empoderada, se autoconvoca e incorpora al cúmulo de reclamos los derechos de las mujeres, el medio ambiente, los animales, la defensa del agua, del páramo de Santurbán y el rechazo al fracking, por ejemplo.
Los tiempos han cambiados y las ciudadanías están en todo su derecho a ser tenidas en cuenta, a organizarse para la protesta de masas, pacífica, pero firme, contra la corrupción y las lacras de un Estado en descomposición. Ahora no se trata de obedecer a ciegas, sino de unirse contra el régimen criminal y antipopular.
En medio de su desesperación por el avance y multiplicación de las luchas sociales, que no esperaban, grupos, políticos y periodistas de la extrema derecha tratan de reactivar la ofensiva contra Venezuela, en la misma tónica de Duque con la fracasada reunión del Tiar en Bogotá, con el propósito de tender una cortina de humo sobre el paro nacional. Pero no les funcionó. Ya en muchos sectores en Colombia no tienen audiencia.
Un hecho importante en el momento actual ha sido precisamente la derrota de la prédica de los medios tradicionales que, con la doble moral que los caracteriza, estigmatizan la protesta en Colombia, pero la enaltecen en otros países, cuando ella es usada como ardid de la derecha golpista para conspirar contra procesos y gobiernos progresistas.
Otro elemento novedoso en la actual coyuntura, que evidencia el arraigo popular del paro por las sentidas reivindicaciones que levanta, son los masivos y sonoros cacerolazos registrados durante días seguidos en las principales urbes del país. La cacerola ahora acompaña todo acto ciudadano y salió de casa para marchar también en las calles.
De igual manera, se destacan formas nuevas de expresión, como los conciertos callejeros, las velatones y las protestas en escenarios deportivos, como la expresada por el pueblo hincha del América de Cali, que, al inicio del partido frente a Santafé en el estadio Pascual Guerrero, gritó al unísono: “Uribe, paraco, el pueblo está berraco”.
Asimismo, ha sido determinante el papel de las redes sociales, no solo en la autoconvocatoria de las comunidades para las protestas, sino en la difusión de contenidos orientados a contrarrestar la desinformación y la censura de los medios masivos de comunicación propiedad de las élites. La censura es antiperiodística, es antidemocrática, es el silenciamiento con turbios objetivos políticos.
De ello hemos sido testigos los pobladores del Valle del Cauca, y especialmente los de Cali, donde, mientras se desarrollaban constantes marchas todos los días y noches (con protestas, cacerolazos y pronunciamientos de sectores obreros, estudiantiles, indígenas, afrodescendientes, etc.), en los medios televisivos regionales ese caudal de expresión popular se desconocía de plano o se cubría con sesgo, otorgando mayor despliegue a actos vandálicos ajenos al paro, a las medidas represivas del Estado local o a las estrategias de pánico inducido y claramente desarrolladas por enemigos de la movilización popular, interesados en introducir matrices para tratar de desacreditar y deslegitimar el paro nacional.
La coyuntura ha puesto en evidencia, una vez más, la importancia de los medios de comunicación alternativos y populares para enfrentar la dictadura de los medios de las clases dirigentes, visibilizar las luchas sociales y convertirse en canales de expresión de sus reclamos, tergiversados o, simplemente, silenciados por la prensa de las oligarquías.
Y ha evidenciado también la urgencia del respaldo por parte del campo alternativo a esos medios contrahegemónicos, para que puedan tener la sostenibilidad que la vida y las luchas sociales reclaman.
Una movilización por el futuro
Vivimos tiempos de cambio, con comunidades y subjetividades movilizadas a pesar de la vergonzosa manguala de la inmensa mayoría de los medios de prensa con el gobierno, que persiste en la imposición de sus medidas neoliberales, obedeciendo a los dictámenes leoninos de la Ocde y de la banca internacional (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional), en detrimento de la vida de la población en general, y del futuro de la juventud y la niñez, en particular.
El que está en marcha es, precisamente, un paro de los jóvenes, convertidos en uno de los ejes de la protesta, porque la política del régimen se orienta contra ellos, no solo porque el desempleo los azota, porque la reforma pensional oscurece su perspectiva de vida, porque las propuestas salariales y laborales los precarizan sin misericordia y la falta de acceso a la educación los condena al ostracismo, sino porque la represión y la violación de los derechos humanos los tienen en la mira.
El caso de Dilan Cruz es el más paradigmático. Pero esta protesta ha dejado otras víctimas de las nuevas generaciones, como el joven herido por la represión policial en Cali el 21 de noviembre, y que hoy está a punto de quedar parapléjico; o el soldado que se suicidó al no resistir la presión de sus superiores luego de pronunciarse en favor del paro, o como otro joven soldado que fue detenido y sometido, insólitamente, a un proceso penal por también haber expresado su apoyo al paro.
La juventud, en todos los campos de la sociedad y no solamente el universitario, ha tomado la iniciativa, y acompaña a líderes sindicales, campesinos, de pensionados y desempleados en la brega porque, más temprano que tarde, el país se enrute por el camino de las grandes reformas que reclama.
Un régimen fantoche, como el que encabeza Duque, no podrá detener ese movimiento social, este empuje de futuro, así intente desviar la atención con su política de agresión contra la hermana Venezuela.
Este 4 de diciembre, obreros de Cali y de Yumbo volvieron a bloquear las vías de acceso a la zona industrial, en Sameco y Menga, al norte de la capital del Valle del Cauca; colectivos populares hicieron lo propio en inmediaciones de Juanchito, en la vía a Candelaria, otra zona económica importante, al oriente de la ciudad; nuevos grupos barriales estuvieron en Puerto Rellena, ya conocido como Puerto Resistencia, con copamiento de la Autopista Simón Bolívar, en inmediaciones del distrito de Aguablanca; mientras que los estudiantes de la Universidad del Valle y de otros centros de educación superior se dirigían hacia el sur de Cali, para recibir a la minga indígena del Cauca y cerrar la vía a Jamundí.
Acciones similares madrugaron a hacerse en centenares de puntos del país, con movilizaciones confluyentes en las grandes plazas de las principales ciudades, y en muchos municipios de las regiones también. El paro no cesa.
El régimen fantoche del uribismo y Duque no podrá seguir tendiendo cortinas de humo, ni dilatando el diálogo con los orientadores de la protesta, ni endilgándoles la responsabilidad de ella a cuanto fantasma se le ocurre, porque estos se hallan en vías de extinción y los colombianos creen cada vez menos en cuentos.
Del 21 de noviembre al 4 de diciembre de 2019 han transcurrido 14 días de movilizaciones, cacerolazos, pronunciamientos, actos múltiples y diversos del pueblo colombiano en calles, plazas, barrios y veredas del país.
El paro pica y se extiende, y el año 2020 será de continuidad de estas luchas, porque la sociedad las reclama y porque ellas serán el mejor homenaje a quienes ofrendaron sus vidas y cayeron bajo la violencia estatal en busca de justicia social y democracia en Colombia.