Si la humanidad ha logrado llegar a una alta escala social ha sido por su capacidad para combinar aspiraciones individuales y colectivas, esa particularidad nos condujo a evolucionar biológicamente pero también socialmente, elemento esencial del progreso humano. Parte de lo que nos ha llevado a superar amenazas a nuestra supervivencia ha sido una suma entre avances científicos y el establecimiento de formas avanzadas de organización e intervención social, pero sobre todo gracias al esfuerzo acumulado de millones de personas que en generaciones anteriores y en todas las partes del planeta se opusieron a regímenes autoritarios, a la esclavitud, al racismo, a la xenofobia, al machismo, a la jornada laboral de más de 18 horas, a exigir que las mujeres pudieran votar y educarse, etc. Huelgas, movilizaciones, expresiones de descontento colectivo, que terminaron siendo el impulso por el que hoy gozamos de derechos sociales, económicos, culturales, civiles y políticos.
A pesar de esto, la puja por alcanzar una calidad de vida óptima sin importar las condiciones económicas, étnicas o sociales no ha cesado, lo que es peor, durante décadas hemos vivido en un contexto de desigualdad “naturalizada” entre personas, empresas y países, que no tiene otra razón de ser más que la de mantener los beneficios de unos pocos, los mismos que para mantenerse en su posición nos han sumido en mucha violencia; la económica, la de las guerras por recursos, con la que invaden países, con la que violan y matan mujeres, con la que quitan soberanía y con la que sostienen modelos económicos y políticos que no sirven para alcanzar bienestar para la población pero sí para incrementar las ganancias de unos pocos magnates, multinacionales, especuladores, banqueros que en efecto sí lo quieren todo gratis y para eso necesitan la corrupción, el fraude, la evasión o elusión de impuestos.
Quedaría como un desubicado quien niegue que las razones del descontento, especialmente en América Latina, es la subsistencia voraz de modelos de crecimiento económico mediocres que no crean suficiente riqueza, y mucho menos alguna forma de sostenibilidad planetaria, por los malos negocios del petróleo, la minería y los TLC, que para 2019 parece dejarán un crecimiento que no superará el 0,1% (Cepal); la aplicación de cambios institucionales para la economía de mercado que a costa de atraer “inversión” no escatima condenar a la juventud de hoy a ser la próxima vejez en miseria; un manejo de la economía pública que alivia a los más ricos mientras maltrata el bolsillo de los trabajadores, pero también por la decisión política de mantener la desigualdad como una pauta tal como el caso chileno, cuyos gobernantes, pudiendo otorgar beneficios sociales mediante su desempeño macroeconómico “saludable”, les arrebataron progreso a las clases vulnerables y medias.
América Latina ya no quiere ir hacia atrás y por eso enormes brotes de indignación y acción colectiva se desatan, ya no sólo son partidos o agremiaciones sino ciudadanos, con un importante liderazgo de mujeres y jóvenes que empiezan a señalar de forma clara que existe una enorme amenaza y franco retroceso de sus derechos. El modelo fracasó es lo que se escucha en todas partes; el modelo que hoy permite que 26 personas en el mundo posean la riqueza de la mitad de la población del planeta (Oxfam), el modelo que tiene a 42, 5 millones de latinos sin acceso a alimentos básicos (ONU, 2019), el que tiene a los jóvenes del mundo con una tasa de desempleo 13 veces superior a la de los adultos (OIT), el que durante 2018 tuvo a 3400 millones de personas viviendo con menos de 5,50 dólares diarios, el que no ha podido acabar con la subestimación de las mujeres, el que nos tiene importando alimentos que podemos producir, que en el caso de Colombia llega al 33%.
Antes la “igualdad” bajo las premisas de la Revolución francesa era política pero no económica ni social, era para los hombres pero no para las mujeres y tardó cien años y millones de personas luchando para que se alcanzara. Sin embargo, aún hay quienes se atreven a decir que quienes protestan lo hacen porque “todo lo quieren gratis”. Pero hay que decirles de forma clara esto: el Estado nunca nos ha dado nada gratis, todo lo hemos pagado con nuestro trabajo y nuestros impuestos. No queremos nada gratis, queremos políticas públicas en pro de economías que crezcan y resuelvan las necesidades de sus ciudadanos repartiendo los beneficios de manera equitativa, queremos vinculación laboral de calidad para la mano de obra joven y femenina, queremos educación, ciencia y tecnología para tener innovación, queremos que protejan a nuestros empresarios nacionales para que creen empleos dignos y estables. En Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Haití, Brasil, les estamos diciendo que no somos como ustedes, los que sí lo quieren todo gratis.