Por su misma estructura y contenido se puede concluir que el pasado 21 de noviembre los colombianos iniciaron con decidida actitud una marcha que sin duda conllevará a senderos donde nunca antes un gobierno había caminado.
Lógicamente el gobierno de Iván Duque está cuajándose en el cerebro de la mayoría de colombianos como el más inepto de las últimas décadas. Aunque realmente no es tanto el gobierno, sino el régimen "democrático2 que nos han vendido como la panacea de Latinoamérica. Lastimosamente tuvieron que pasar decenas de años para obtener una verdadera reacción contra un sistemático sometimiento ultraderechista.
Como el mismo Duque, lo sentenció, "el pueblo habló" y sigue manifestándose a través de las marchas, plantones, expresiones artísticas rebeldes, cacerolazos, en fin, muchas formas, cuya esencia es la misma, rechazo a un sistema gubernamental que avasalla los derechos de las mayorías, los que por obligación estatal deben priorizarse en cualquier administración.
Estas acciones ciudadanas se veían venir, sin importar el presidente de turno, simplemente es el génesis del colapso de un régimen que no se acopla a las exigencias y circunstancias sociales del país. Obviamente que como detonante debe existir un "florero" de Llorente, que en este caso fue el "paquetazo" de reformas económicas y la no implementación de los acuerdos de paz, sin dejar de lado la creciente apatía hacia el uribismo.
Hay que entender que, hasta la fecha, todos los gobiernos han sido de corte neoliberal y centralistas, motivo para que se haya concentrado el poder político desde Bogotá, lugar donde reside la oligarquía gobiernista que no parpadea para evitar riesgos en el control estatal. Los pocos presidentes de provincia, obligatoriamente tuvieron que acoplarse a directrices conservadoras donde el beneficiado siempre será el gran empresariado y la elite capitalina.
Así las cosas, se concluye que la estructura del Estado no está acorde a las necesidades del pueblo; al contrario, se ha convertido en un mecanismo para apabullar las exigencias mediante sometimientos sofisticados, que no permiten margen de resistencia social. El sistema de salud, educación y reforma agraria son los más perjudicados, hecho que se ha revertido en las más grandes acciones de rechazo al gobierno.
Mucho peor con la propuesta política del actual mandatario, quien sin escrúpulo propone unas deshumanizadas reformas legislativas que facilitarían el anclaje de una clase gobernante y mafiosa, y el aplastamiento del constituyente primario vulnerable, que son el 80% de la población nacional. Es entendible que tanta presión lleva a un desespero popular que finalmente se traduce en lucha física contra los opresores.
Estas marchas marcan sutilmente la historia colombiana. Aunque el diseño de la protesta está enfocado en manifestaciones pacíficas, su contenido es atractivo para la gente del común dado que las sentidas exigencias abarcan problemáticas indiscutiblemente comunales. Son suficientemente argumentados los postulados consignados en los pliegos petitorios, poniendo en jaque al gobierno central.
Desde el 21N las manifestaciones se han nutrido paulatinamente, llenando calles y plazas en todo el territorio nacional. El sentir es el mismo; la desconfianza en el gobierno es igual y unísona la esperanza a través de la protesta en favor de lograr beneficios. Aunque el presidente diga que la pérdida es superior al billón y medio de pesos durante estos días de paro, se debe continuar en la protesta social, más que justa es oportuna.
Sin embargo, la terquedad de Duque, en mantenerse que aquí no pasa nada, lo está llevando a un detrimento gubernamental y de paso exacerba los ánimos de los oprimidos. Se han programado nuevamente para el 4 de diciembre más manifestaciones, única medida para ser escuchados en un país de pensamiento retrógrado donde muchos aún creen en el cuento de Blanca Nieves y los siete enanitos.
Dirigentes del paro son claros en afirmar que mientras no exista voluntad gubernamental de sentarse a negociar no ha conversar, no habrá quietud en las masas. Lamentablemente se convirtió en la única alternativa para exteriorizar una bomba de tiempo de consecuencias catastróficas para gobernados y gobernantes.