Quienes creen que el “paro nacional” en Colombia se va a convertir en una revolución comunista (anticapitalista) o siquiera una rebelión antineoliberal están “miando fuera del tiesto”.
La fiesta democrática que los jóvenes protagonizan en las calles de las principales ciudades, lideradas por personas de las llamadas “clases medias” (precariado) y estudiantes de universidades privadas y públicas, lo que muestra es el parto de un proceso de quiebre que viven las sociedades en América Latina y sus luchas sociales y políticas.
En el caso de Bogotá, y posiblemente en toda Colombia, esas movilizaciones han adquirido la forma de concentraciones y marchas festivas y alegres, que aunque apoyan simbólicamente el pliego contra el “paquetazo” presentado por las centrales obreras, exigen únicamente la ampliación de la democracia, la consolidación de la paz y la reducción de la desigualdad.
El excandidato presidencial Gustavo Petro es el político colombiano que mejor refleja este instante de cambio, no tanto porque él lo represente sino porque se le nota que lo “sufre” como un condenado. En su estado de exaltación no sabe cómo conectarse con las nuevas fuerzas sociales movilizadas y, a la vez, no soltarse de las tradicionales fuerzas que son su base principal (trabajadores sindicalizados, informales, indígenas, campesinos, etc.).
Se puede observar que esta juventud rebelde quiere luchar en las calles sin ninguna sombra de partidos políticos que hagan parte de la institucionalidad, sean de derecha o de izquierda, aunque tampoco quieren destruir las débiles democracias existentes sino fortalecerlas, librándolas de la corrupción y del ventajismo de los grandes grupos económicos. (¡Váyase a saber si lo logran!)
Ese proceso es más visible en Chile, en donde los millones de manifestantes no creen en las instituciones y han pasado por encima de todos los partidos políticos que en el anterior período convivieron con las herencias dictatoriales de Pinochet y son causantes de sus problemas.
Este fenómeno es histórico pero estamos frente a sus inicios. Estos procesos no tienen por ahora líderes visibles ni una organización reconocida. Es parte de un cambio generacional que lo viven en carne propia los expresidentes de izquierda como Correa en Ecuador, Lula en Brasil, Evo en Bolivia y Maduro en Venezuela, pero, también, presidentes de derecha como Piñera y Duque.
Las formas y contenidos de sus consignas, marchas periféricas, plantones, cacerolazos, pancartas, performances, grafitis, velatones, bailetones, besatones, desfiles de motociclistas y ciclistas, bloqueos de vías y demás expresiones culturales llenas de rebeldía y alegría, parecen corresponder a algo mucho más profundo que está conectado con la crisis global del capitalismo y la problemática del cambio climático.
Esa juventud se ríe de las estupideces del Centro Democrático, Uribe y Duque, que los califican de agentes de un complot internacional promovido por el “castrochavismo” pero, también, están claros que no quieren seguir por el camino diseñado por las izquierdas para enfrentar el neoliberalismo, que priorizan la inversión social del Estado en subsidios universales para salud, educación, vivienda, etc., sin haber logrado resultados sostenibles en el tiempo.
Petro no ha asimilado esa situación que fue visible cuando se realizaron las grandes marchas por la paz después de que se perdió el referendo del 2 de octubre de 2016, en donde las marchas que autoconvocaron los jóvenes por las redes sociales fueron multitudinarias, mientras que las programadas por la izquierda fueron raquíticas y poco concurridas.
De todas formas el esfuerzo que hace Petro por mostrarse como uno de los líderes del paro y de la protesta es algo que él no puede evitar. Alienta a sus seguidores para que fortalezcan y amplíen la lucha pero no puede evitar que los enemigos de la protesta utilicen su “activismo tuitero” para señalar que detrás de la protesta existen intereses políticos y así debilitarla.
No sabemos si la impulsiva y frenética ayuda de Petro logrará los resultados por él previstos, ni tampoco podemos prever si los enemigos de la movilización social consigan desinformar a la gente y debilitar su fuerza movilizada. La vida nos enseñará a todos.
Petro deja ver una especie de crisis existencial. Por más que persiga a la nueva doncella del barrio esta no le hará caso mientras no rompa con su antigua consorte “sindical”. Pero, además, la recién llegada no quiere ninguna formalidad ni promesas vacías y menos aspira a compromisos rígidos y formas patriarcales de dominación.