Hoy somos la generación del conocimiento según el escritor Austríaco Peter Drucker, quien acuñó este término antes de iniciar el siglo XXI. Somos la sociedad de las nuevas tecnologías dividida entre tecnofílicos y tecnófobos, unos que se sumergen en las redes sociales sin piedad y otros que se resisten a las mismas.
La tecnología disruptiva se mueve a pasos agigantados, haciendo que la forma de comunicarnos, trabajar, entretenernos y relacionarnos cambie a una velocidad impresionante, un universo del que no nos podemos sustraer. Sin embargo, hay que equilibrar las herramientas que nos brinda este siglo y permitir que estas mejoren la calidad de vida, no que la secuestren (nada más ominoso que una reunión familiar y todos en su dispositivo inteligente, aparentemente presentes).
El apetito por la distracción en las redes sociales nos está controlando a través del placer que parece no saciarse. Estamos cautivos, atrapados y al parecer contentos. Una cultura cada vez más trivial y cada vez más pasiva a la que nada le sorprende. Como afirmaba el sociólogo polaco Zymung Bauman, somos una “sociedad líquida”, poco estable y donde el cambio es la norma.
La identidad es cambiante, nunca terminamos de definirnos, tenemos millones y millones de amigos en las redes sociales (nuestro mundo ahora), pero la verdad es que estas relaciones carecen de solidez, pues son efímeras y superficiales. Estamos en el auge del hedonismo, en la entronización del placer, en el excesivo consumismo, donde todo vale y donde nada es bueno ni malo y terminamos sumergidos en solipsismos.
La libertad que tenemos está siendo utilizada para distraernos y condenarnos nosotros mismos al ostracismo. Reitero que sería ridículo poner en tela de juicio la necesidad de la tecnología y por consiguiente su utilidad, tanto más absurdo negar que su difusión masiva está revolucionando la vida diaria en aspectos como la economía y la cultura, que hacen parte de los motores de la sociedad contemporánea. Sin embargo, lo discutible acá no es la tecnología sino el tiempo excesivo que se permanece en las redes sociales, el nuevo hábitat del ser humano y como resultado quien más provecho le saca a esta “esclavitud del siglo XXI” es el comercio, por ese culto irracional y excesivo a las redes sociales que ha acabado por institucionalizarse cómo si se tratara de una religión, que hoy cuenta con millones de fieles penetrando todo espacio donde este el hombre.
En conclusión, no se pretende con el presente escrito elevar un pasquín o tratar de imponer conductas utilitaristas, tampoco calificar los gustos o pasatiempos de la sociedad como falsos o malos, no lo considero así. Me gusta la sociedad que me tocó vivir pero estaría bien cambiar varias cosas, ya que si bien es cierto que la elección de los gustos personales y la administración del tiempo no interesa a nadie más que al propio individuo, y es bueno que el ser humano esté en búsqueda de esos espacios donde pueda expresar su individualidad, también es cierto que estamos llenos de facultades humanas, mismas que deben ser cultivadas, desarrolladas y no desperdiciadas o destruidas. Reitero sería un error maximizar el efecto negativo de las tecnologías de la información, en particular el de las redes sociales, ya que ellas mejoraron nuestra forma de informarnos y de relacionarnos. En esto han pecado un poco los neoluditas: si bien es cierto que los ordenadores terminaron por dominar al hombre, no es para satanizar la tecnología. Así pues, lo que sí debemos temer es que se abuse innecesariamente de su uso, el cual puede afectar nuestras vidas como el tiempo con nuestras familias que no recuperaremos.
