Todos lo usan. Si alguien en la historia de Cuba está por encima del bien y del mal es José Martí (1853-1895).
Militantes del Partido Comunista u opositores se saben de carretilla largas frases martianas. Y a la primera de cambio lo evocan. Es de buen gusto y políticamente correcto mencionar un pasaje de un discurso de Martí cuando las autoridades inauguran una envasadora de botellas plásticas, o un grupo disidente se reúne en La Habana.
Martí es el héroe de los dos bandos. Como el Pájaro Loco o Bob Esponja para un niño amante de los dibujos animados. Allá por la década del 50, a raíz del centenario de su natalicio, un novato abogado llamado Fidel Castro lo utilizó de escudo.
A pie juntillas, la mayoría de cubanos nacidos después de 1959, creen que es una verdad de biblia que el poeta y humanista fue el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953.
No pocos adoctrinados por el régimen aseguran que de no haber caído Martí en aquella absurda escaramuza en el caserío de Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, el prócer habanero habría fundado un comunismo teóricamente superior al de Carlos Marx.
Como una golosina, en Cuba hay Martí para todos los gustos. A la carta. Igual se cita en un torneo de judo que en un simposio de avicultores. Intelectuales y académicos leales a los hermanos Castro gastan generosamente el dinero público intentando demostrar el parentesco ideológico entre el ilustre habanero y el puñado de compadres guerrilleros que desde hace 55 años gobiernan la Isla.
En la biblioteca de un político, sea cual sea su afiliación, es casi una obligación llenar los estantes con libros martianos. Nos han impuesto un Martí de atrezzo. Lejano y aburrido para los jóvenes.
Pero si el Estado ha creado una corriente de opinión donde José Martí coquetea con el comunismo, los disidentes lo presentan como un exponente a ultranza del liberalismo económico.
Cada cual hala para su lado el despojo del Maestro. Han ido deformando la realidad de un tipo de carne y hueso. Es casi un suicidio intelectual en Cuba hablar de aquel ser humano mujeriego y bebedor.
No. Es mejor venderlo circunspecto. Vestido de negro y sin sonreír. Es la foto que cuelga en actos ya sean del régimen o de la oposición.
Pero entre los cubanos hay más versiones de Martí que de la canción A mi manera. Martí es ubicuo. Es todo y es nada. Un busto en cada escuela, una pintura en un mural callejero o un cuadro en cualquier charla política.
Quien no haya leído toda su obra, dicen, no es un buen cubano.
El mal uso del paradigma martiano ahora mismo le está pasando factura a la generación más joven. A un segmento importante de la juventud, sencillamente, no le interesa Martí.
Mientras cada cual pretende apropiarse de su figura, muchos adolescentes pasan horas sentados frente a consolas y computadoras, jugando o haciendo apuestas a ver quién ganará la final de la Champions, el 24 de mayo en Lisboa.
119 después de su muerte, lo que va quedando es un Martí desconocido. Cineastas como Fernando Pérez intentan desmontarlo del santoral. En su filme El ojo del canario, Pérez muestra la adolescencia de "Pepe" al estilo de un vecino del barrio.
Traernos de vueltas al Martí humano es una auténtica faena para los que custodian su legado. Sobre todo para convencer a los más jóvenes que aquel hombre excepcional fue mucho más que un diletante, poeta, escritor y político de mirada triste, vestido de luto.