Así arrancaron los cacerolazos en el mundo

Así arrancaron los cacerolazos en el mundo

Los cacerolazos, una protesta que tiene más de 700 años y fue capaz de llevar al límite a los gobernantes en Lationamérica, especialmente en Argentina y Chile.

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noviembre 25, 2019
Así arrancaron los cacerolazos en el mundo
Cacerolazo

En 2012, durante varios días, a partir de las 8:00 p.m., los niños, adultos, ancianos y estudiantes de Quebec (Canadá) salían a las calles con ollas, sartenes e instrumentos improvisados para hacer un gran estruendo como forma de protesta por el proyecto de ley 78, que prohibía las asambleas públicas no autorizadas y restringía el derecho a la protesta. Con ese proyecto de ley, el primer ministro canadiense de ese entonces, Jean Charest, buscaba sofocar por la fuerza las huelgas estudiantiles contra el aumento del costo de la matrícula. Pero, al contrario, hizo que las protestas se extendieran porque hoy en día cualquiera que esté cerca y tenga oído para escucharlo, sabe cuándo empieza un cacerolazo y cómo unirse a él [sino, pregúntenle a los cientos de colombianos que se han estado uniendo al ruido, con sus propias cacerolas, ollas o elemento ruidoso de cualquier índole que se encuentren, durante el paro nacional de estos últimos días].

A partir del contexto canadiense anteriormente mencionado, el profesor de cultura y tecnología del Departamento de arte y estudios de comunicación de la Universidad McGill (en Montreal) y experto en sonido, música, ciencia, poder y tecnología, junto a Natalie Zemon Davies, historiadora estadounidense, especialista en historia cultural y social de Europa y Francia en la época moderna temprana, escribieron un artículo en el medio canadiense The Globe and Mail sobre le origen de los cacerolazos.

De acuerdo con su texto, estas manifestaciones, que califican como pacíficas, ordenadas y acogedoras, precisamente por ruidosas, tendrían su origen en una práctica que se usó para hacer cumplir los estándares de la comunidad en las culturas francófonas hace al menos 700 años. Se trata de una tradición popular llamada 'charivari' (los ingleses la llamaban 'rough music' o música ruda, y había versiones en toda Europa y sus colonias), en la que se hacía un simulacro de desfile por las calles, acompañados de una serenata simulada discordante. Los participantes golpeaban ollas, sartenes y campanas de vaca para hacer el mayor ruido posible, con el objetivo de hacer visible una violación a los estándares de la comunidad en un pueblo o vecindario.

Los investigadores explican que los jóvenes se disfrazaban, se reunían en la noche y golpeaban los elementos ruidosos frente a la casa de alguien que había cometido una infracción o un delito, generalmente contra las normas heterosexuales. Por ejemplo, hacían ruido frente a la casa de un viudo o viuda que se volvía a casar con alguien más joven. De esta forma, los jóvenes se convertían en la voz de sus comunidades, con la licencia de los mayores y con el fin de restablecer el orden. Era una alternativa a la exclusión violenta que buscaba la compensación o la reparación por medio de la vergüenza. A menudo el ruido llevaba a que los acusados pagaran una multa por su falta, lo que le permitía a la comunidad reunirse después, esa misma noche, en una posada local y compartir comida y bebida de forma festiva.

Los 'charivari' también se convirtieron en una forma de protesta política. Según los investigadores, hay diversos ejemplos de ese tipo que datan del siglo XVI en adelante. Los hombres y mujeres mayores, trabajadores, se unían a menudo a los jóvenes para golpear ollas y sartenes en contra de funcionarios y políticas injustas. Por ejemplo, en 1576, en Dijón, el ruido iba dirigido contra el encargado de los bosques del rey por golpear a su mujer y por cortar los árboles que debía preservar para el uso de los habitantes. En Francia, en el siglo XVII, los señalados por el ruido de los 'charivari' fueron los recolectores de impuestos de la corona, que oprimían a las familias campesinas y artesanas.

Pero pronto también fue usado al otro lado del océano, en nuestro continente. En Quebec, en la rebelión canadiense de 1837, usaron las prácticas 'charivari' para promover un orden justo, cuando patriotas enmascarados, armados con el sonido de las ollas, campanas y cornetas, se dirigieron a la casa de los oficiales del gobierno y protestar hasta que renunciaban a su cargo o gritaban: "vive la liberté" (Viva la libertad). Más tarde, en el siglo XX, la música ruda perdió rudeza, pero se convirtieron en una forma de protesta pacífica de origen político: los cacerolazos de 2012, conocidos como 'manifs cassroles', son un eco de la celebración de independencia canadiense de los años cincuenta, llamada 'tintamarre acadiana' y de los cacerolazos chilenos de 1971, que resurgieron en los ochenta y en las protestas recientes.

Las cacerolas también sonaron en Argentina, cuando los bancos se quedaron sin dinero en 2001 y 2002; en España, cuando se opusieron a la participación del gobierno en la invasión a Irak en 2003; en Islandia, cuando los bancos colpasaron en 2008, y ahora en Colombia, durante el paro nacional de varios días contra la reforma laboral y pensional, contra la falta de financiación para educación, contra los asesinatos sistemáticos de indígenas en Cauca, por los niños muertos en el bombardeo de Caquetá y recientemente contra el Esmad y sus violentos desmanes en el propio paro nacional, que dejó, entre otras cosas, al joven Dilan Cruz en cuidados intensivos, luego de que un agente le disparara en la cabeza a corta distancia con un gas lacrimógeno.

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