El decreto nacional 1905 de 1995 declaró bien de interés cultural el conjunto residencial Torres del Parque, situado en la carrera 5 y las calles 26 y 27 de Bogotá. Desde este momento la más importante obra arquitectónica de Rogelio Salmona pasó a engrosar el patrimonio espiritual de cada uno de los colombianos, de hoy y del futuro.
Desconociendo esto, en abril de este año, una asamblea de copropietarios decidió chatarrizar los ocho ascensores originales y sustituirlos por unos de diseño moderno: con muchas luces, botonería táctil y superficies brillantes, características de la moda actual.
El cambio no solo choca con el estilo austero, discreto y serio de Salmona, sino que desvirtúa el valor del conjunto como monumento. En otras palabras, con este cambio deja de ser testimonio cierto de una época: de su tecnología y de los medios disponibles en el momento de su construcción.
Para el funcionamiento de las Torres del Parque es claro que son necesarios ascensores confiables y seguros. Por eso hay que decir que las robustas máquinas originales están funcionando y la seguridad, con el mantenimiento que siempre se les ha dado, según concepto de los técnicos de la fábrica que los construyó, está garantizada.
En sus casi cincuenta años de operación, no hay registro de accidentes ocasionados por estas bellas máquinas. Los equipos son de gran calidad, han sido bien mantenidos y poco usados: la población prevista para las Torres del Parque, en el momento de diseñarlas, fue de tres mil habitantes y, en realidad, sus residentes han sido solo mil.
Así las cosas, el cambio, por decirlo delicadamente, es inoportuno por precipitado o simplemente caprichoso e inspirado en interés miopes y egoístas: entre los copropietarios existe la creencia (discutible) de que con los nuevos ascensores sus apartamentos se valorizan.