El Ernesto Báez o Iván Roberto Duque que conocí
Opinión

El Ernesto Báez o Iván Roberto Duque que conocí

La última vez que lo vi, lo dejé hablando con sus antiguos compañeros acerca del paro; se proponía marchar, megáfono en mano, por el derecho a la pensión de todos los colombianos

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noviembre 22, 2019
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Solo pude tratarlo ocasionalmente durante sus últimos meses de vida, pero los varios encuentros que sostuve con él me dejaron una buena impresión de su personalidad y carácter. No pude evitar preguntarme por qué razones un hombre así se había visto envuelto en eventos tan condenables. La explicación solo podría encontrarse en la compleja realidad colombiana, de intereses tan poderosos que terminan por envolver hasta a sus mejores hijos.

Tuve que trabajar personalmente con él en la redacción de un borrador de la declaración final del encuentro Narrativas de Excombatientes, y debo reconocer que el par de horas que estuvimos sentados intercambiando contenidos y formas, me cambió para siempre la idea que tenía acerca de él. Se trataba de un hombre respetuoso de la opinión ajena, que escuchaba con atención y exponía sus opiniones con franqueza.

Su preocupación por la gramática me sorprendió. Por eso empecé a llamarlo profesor, con toda consideración. Cuidaba rigurosamente de la ortografía, los artículos y adjetivos, del sentido de cada palabra, hasta el punto de moverme a preguntarle si alguna vez se había dedicado a la enseñanza. Me respondió que no, que estaba dedicado a escribir, que hacía columnas para la prensa de Manizales y por tanto se veía obligado a estudiar el tema.

También lo recuerdo en sus intervenciones en la mesa de encuentros. Revelaba un buen grado de cultura y un elevado bagaje político, lo que nosotros conocemos como un cuadro, en este caso de derecha, pero con amplitud de criterios. Su giro en materia de ideas era notable. Definitivamente no tenía nada en común con el uribismo, aborrecía a su líder y abrigaba muchas dudas en torno al actual gobierno y el presidente Duque. Detestaba al Centro Democrático.

Recuerdo haberle preguntado si era cierto que era tío del presidente, lo que negó de manera contundente. Cosas de campañas electorales, versiones falsas que se echaban a rodar y tomaban fuerza en medio de la política electoral. Para él, Uribe los había traicionado al incumplir abiertamente el Acuerdo que las autodefensas firmaron con él. Eso les había costado más de tres mil desmovilizados muertos, la extradición de sus líderes y su muerte política.

 

No tenía nada en común con el uribismo,
aborrecía a su líder y abrigaba muchas dudas en torno al actual gobierno
y el presidente Duque. Detestaba al Centro Democrático

 

De hecho él había pagado diez años de cárcel, cuando la pena contemplada en los Acuerdos era de ocho, y otros muchos de los sometidos a justicia y paz llevaban catorce años en prisión, pese a haber colaborado al máximo con el suministro de la verdad. Era de la opinión de que la Fiscalía había secuestrado las verdades que ellos habían contado ante Justicia y Paz, de manera que muchos de los responsables señalados ni siquiera habían sido molestados por la justicia.

Para él era claro que la extradición a los Estados Unidos de los principales jefes de la autodefensa, tenía por objeto impedir su relato de la verdad ante la justicia. Eso me hacía recordar las palabras tantas veces expresadas por Manuel Marulanda Vélez, en el sentido de que la oligarquía colombiana era una de las más perversas del continente. Usaba a la gente para provecho de sus intereses, y luego, cuando no le servía, la abandonaba a su suerte.

Tal apreciación resulta perfectamente coincidente con el tratamiento que Iván Roberto Duque recibió por parte de los medios. Presentaron al recién fallecido por un infarto en Medellín, como el mafioso y narcotraficante que inició su carrera en la oficina de Envigado y luego pasó al lado de Fidel Castaño, sin ahorrar palabras para definirlo como uno de los más sanguinarios jefes de las autodefensas, autor intelectual de numerosas masacres de campesinos.

Da vergüenza y dolor, pero es la historia de Colombia. La doctrina contrainsurgente aplicada aquí, contempló en sus textos de estudio para las fuerzas armadas oficiales, la conformación y empleo de personal civil armado que apoyara las operaciones militares. Los que vivimos la guerra sabemos de sobra de qué manera se aplicó en nuestro país esa fórmula. Y todos los colombianos conocimos de la demencia criminal a la que condujo esa práctica.

Los determinadores de tales planes de acción, así como sus beneficiarios directos, hacen parte de la respetable clase empresarial, política o terrateniente, que disfruta de total impunidad y reposa tranquila en el disfrute de las fortunas acumuladas por cuenta de esa violencia desenfrenada. Las transformaciones sufridas en nuestro país como consecuencia de sucesivos acuerdos de paz, han permitido que hombres como Iván Roberto Duque se arrepientan y pidan perdón.

La última vez que lo vi, lo dejé hablando con sus antiguos compañeros de armas acerca del paro del 21 noviembre. Se proponía marchar, con un megáfono en la mano, por el derecho a la pensión de todos los colombianos. No me cabe ninguna duda de que vivimos en una Colombia amarga y triste, que lucha por superar un pasado de horror, aunque muchos se desvelen por repetirlo.

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