Pudo haber sido el día que mataron a Gaitán. Posiblemente ocurrió en algún punto del periodo denominado “la violencia”. Quizá se concretó como realidad el día en que un sicario disparó contra Luis Carlos Galán en una plaza de Soacha. Hablo de esta “resiliencia a la colombiana” que resulta una incógnita para un observador externo, exasperante para aquellos colombianos que aspiran a un cambio en el estado de cosas y el camino a seguir para gran parte de nuestros compatriotas.
Colombia es un país único, de grandes riquezas pero también de grandes tristezas. Golpeado permanentemente a lo largo de nuestra historia, cada colombiano lleva inconscientemente en su memoria psicológica (si tal cosa existe) el sufrimiento de las generaciones anteriores. Somos, después de todo, los descendientes de los indígenas conquistados a sangre y fuego, de los criollos torturados por los españoles. Nuestros antepasados sufrieron las guerras civiles que desangraron a la república desde su nacimiento, la masacre de las bananeras, el asesinato de las esperanzas de cambio representadas en caudillos. Ese dolor y resentimiento sigue asechándonos como un fantasma, tomando forma en la violencia incontrolable que vivimos en todas sus formas.
Aun así, aquí estamos: trabajadores, optimistas por naturaleza, pujantes, perseverantes. Esa es la “resiliencia a la colombiana”: avanzar, no para cambiar nuestra realidad, sino para sobrevivir a pesar de ella. Agobiados por malos gobiernos y circunstancias que hubieran podido poner a cualquier otro país de rodillas, hemos podido proseguir, adaptarnos y sobreponernos gradualmente. El costo de la resiliencia, de ese tipo de resiliencia, ha sido alto: el escepticismo de que unidos podemos lograr verdaderas transformaciones sociales y la aceptación de que nos gobierne una elite que demuestra vez tras vez su ineptitud e incapacidad. “Hagamos de cuenta que no pasa nada para que nos dejen tranquilos”.
Pues bien: poco a poco, a paso lento, Colombia va mudando la piel. Otra vez empezamos a pensar, como antaño, que podemos avanzar no solo a pesar de la realidad nacional, sino que esta puede ser transformada. Al escribir estas líneas, en el amanecer del 21 de noviembre de 2019, quizá no sea muy evidente, pero las señales están allí. Hay que mirar quienes han impulsado esto: los “usuales sospechosos”, representados en los partidos de oposición, estudiantes, etc., pero también periodistas, generadores de opinión.. y hasta reinas de belleza. Mucha gente no saldrá a marchar con sus pies, pero marchan ahora con sus mentes. Gente de todos los estratos sociales palpita la necesidad de un cambio.
Una buena pista es observar quién se ha opuesto a este movimiento: uribistas, santistas, empresarios... hasta periodistas que empiezan a mostrar sus verdaderos colores. Es un milagro moderno.
Es (¡ojalá!) el punto de inflexión para una nueva resiliencia colombiana: una donde avancemos más rápido como nación porque el estado y por extensión el gobierno están al servicio de sus ciudadanos. Lo que hemos logrado en nuestra historia es increíble. ¿Qué podríamos lograr en una Colombia que sea verdaderamente para todos?