La borrachera de la “paz Santista” es tan fuerte, como en su momento lo fue el del “embrujo guerrerista y autoritario de Uribe”. La aparente opinión pública colombiana, bien moldeada por las encuestas que miden la opinión de quien sabe quien, pero que sin duda crean un clima de victoria o derrota en los electores desprevenidos, despistados o apáticos al juego de una democracia de papel como la colombiana, han ido moldeando sin lugar a dudas la intención de voto medida hasta el momento.
Sin embargo, en las encuestas poco se dice de la realidad que subyace del interés real de las campañas de Santos y Zuluaga, que antes de elecciones pretenden ganar la opinión del elevado grupo de electores desprevenidos, que no están untados del derrame de la famosa mermelada de Santos por un lado, y por el otro de la esquizofrenia del autoritarismo uribista.
A tan sólo una semana de las elecciones presidenciales, las más importantes del país, pues sin duda en un régimen como el colombiano, presidencialista y con un sobresaliente poder ejecutivo -encargado de establecer la dirección y política pública respecto de la economía nacional-, el debate mediático no se da sobre lo sustancial que corresponde al destino de Colombia en los próximos 4 años, sino que por el contrario, se reduce a los escándalos éticos que parecieran estudiados y programados por cada “campaña” para impactar en la opinión pública por punta y punta.
Es tan grave el asunto, que campañas políticas como la de Clara López, hechas a partir de propuestas que buscan el restablecimiento de derechos fundamentales como la salud y la educación, o la misma de Enrique Peñalosa, que sin yo estar medianamente cercana a sus posiciones, no dejo de reconocer que también ha sido propositivo en su campaña, están siendo silenciadas por el aturdimiento y descalabro mental que hoy están generando la confrontación de Santos con su paz y Zuluaga-Uribe con su apuesta a la guerra “sucia”.
La cosa política está tan arruinada que algunos intelectuales, académicos y/o activistas sociales, acuden al argumento peregrino de que es mejor votar por Santos y no arriesgar la paz, a permitir que Zuluaga llegue a la presidencia. Eso de poner la realidad en blanco y negro y de creer que sólo existe una opción en Colombia, nos regresa al unanimismo de Uribe en sus 8 años de mandato, lo que demuestra que con Santos no salimos en estos 4 de la misma concepción ideológica de: “el que no está conmigo está contra mí”, satanizando una vez más las alternativas al poder eternamente reinante de este país.
Salirse del espectro Santos-Uribe, es sin duda un imperativo ético para aquellos ciudadanos y ciudadanas que aún creen en la democracia y en el poder de elegir sin atavismos y ataduras, soltarse de un supuesto sino, de una verdad revelada, un destino dado o una sentencia inapelable, que nos hace creer que el neoliberalismo con guerra o con paz, es el único destino que nos espera como sociedad.